domingo, 27 de febrero de 2011

Biografía




Gladys Abarca Villa


Mi nombre es Gladys Concepción, afortunadamente mi primer nombre es Gladys, el que mi madre defendió, ya que mi padre, católico ferviente, quería que me llamara Purísima de la Concepción.

Creo que ese hecho hizo que fuera toda mi vida una agradecida de mi madre, porque ella , una mujer que nació a principio del siglo XX, época en que la mujer no discutía las decisiones de los hombres, fue capaz de defender el futuro de su hija. ¡Gracias madre!
El tener un nombre yanqui tal vez fue lo que me dio personalidad. Desde mi época de estudiante participé en todo tipo de organizaciones; fui dirigente estudiantil, en un club deportivo, en un equipo de gimnasia, y en los aniversarios de los colegios, dirigente del show de las festividades.

Cuando me enamoré como a los 18 años, convencí a ese joven un poco tímido, aunque siete años mayor, que lo mejor que podía hacer con su vida era casarse conmigo, de eso hace ya más de 56 años y aún está a mi lado aunque creo que más de una vez se ha arrepentido.
Tengo tres hijos que son mi mayor orgullo, ellos ya tienen su vida formada pero siempre están cerca de mí, formamos un clan en el que están yernos, nietos, bisnietos, etc.
Desde que me casé, planifiqué mi vida y siempre pensé que nada en este mundo podía impedir cumplir mis metas. Pero no contaba con que a veces se desatan fuerzas malignas externas, poderosas, que nos hieren y destrozan todos nuestros planes. Fue un 11 de septiembre donde cambió mi vida, tuve un giro que ni siquiera en mis peores pesadillas lo vi, de pronto estábamos cesantes y con tres hijos en edad escolar.

El miedo pasó a ser el pan de cada día en nuestro hogar, fuimos allanados, nuestra casa casi destrozada, retirados nuestras cédulas de identidad, golpeado mi hijo, yo insultada, el delito cometido fue ser parte del gobierno derrocado.

Mi esposo y yo habíamos ingresado al Partido Comunista, allá por el año 60. considerábamos que un gobierno que favoreciera a las mayorías, defendiera las riquezas naturales del país, le daría mejores condiciones de vida a todos.

En estas condiciones, organicé mi vida lo mejor que pude, crié pollos, conejos y patos, empezó un desfile a la casa de compra de joyas, lo último que desapareció  fue mi argolla.

En ese estado estaba cuando aparece un compañero de partido que me propone hacer un viaje a Lota, me pagarían pasaje y un pequeño sueldo. Mi tarea era recoger un sobre en una casa y volver a Santiago. Sin pensarlo mucho, acepté. Partí el día indicado en un bus llevando poco equipaje, en el trayecto repasaba la historia que debía contar si por alguna razón fuera interrogada; el miedo me aguijoneaba el estómago pero estaba dispuesta a jugármela para salir airosa.
Llegué a Lota de madrugada, una leve llovizna mojaba las casas y mostraba con más crueldad la pobreza del pueblo.
Para no llamar la atención, tomé una liebre que me llevó al pie de una escalera que desembocaba en el cementerio.
Al empezar a subir, noté que era con pequeños descansos y un poco asimétrica. De pronto me volvió a la memoria la escalera de mi infancia.
Yo nací en Valparaíso y viví hasta los doce años en el cerro Bellavista, el ascensor que tenía para subir estaba detrás de la iglesia del Espíritu Santo que daba su frontis a la plaza Victoria. Me afirmé de la baranda y me puse a llorar, me veía bajar corriendo las escaleras al lado del ascensor, para llegar a la hora al colegio.
Mi padre me daba los centavos que valía el pasaje, pero yo bajaba las escaleras todos los días y el dinero lo usaba para comprar un pan de huevo que vendía una señora en la puerta del colegio.
Esa escalera era igual que la que estaba pisando en ese momento, pero las condiciones eran ¡tan distintas!

Creo que es la única vez en mi vida que me he cuestionado, ¿Qué hice de malo? ¿Dónde erré mi rumbo? Aún recuerdo la llovizna, la escalera y las lágrimas corriendo por mi cara.

No sé cuánto tiempo estuve ahí, pero sé que al seguir subiendo ya tenía claro que si debía sobrevivir así, lo haría lo mejor posible.



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