lunes, 18 de octubre de 2010

Palabr@s nº 3, para descargar


Hasta que al fin el colectivo literario dio a luz una versión en formato PDF para descargarse y si quieres puedes imprimirla. Esta editada en formato carta.

La idea de esta versión es hacer que la revista tome forma como tal y pueda recorrer mas rincones dentro del ciber espacio, solo debes dar click aqui en: Revista Palabras Nº 3 y automaticamente aparecerá una ventana que debes dejar que se cargue hasta que aparezca la palabra "Click here to start download..." y dar click sobre esas letras azules y guala! ya estaras descargando esta primera versión digital de mailto:Palabr@as%20Nº3.

Que la disfruten y esperamos sus comentarios!

domingo, 3 de octubre de 2010

REVISTA N° 3



ESCRIBEN:

ENRIQUE LAMAS
MERCEDES MELLADO
PATRICIA FRANCO
PALMENIA SAN MARTIN
PILAR ARRATIA
CONNIE TAPIA
LORENA DIAZ
MARIO CÁCERES

DESCARGA AQUI




Parece redundante mencionar que acabamos de pasar septiembre, mes en que se celebra el bicentenario de la independencia del país. Las palabras salen algo forzadas después de tanto uso y la cercanía impide apreciar la importancia del hecho. Una puede dolerse de estar situada en un país del llamado tercer mundo con todas las penurias que esto significa, de verse presionada por los conflictos derivados del despojo de sus tierras a que se ven enfrentados los pueblos originarios, de haber pasado por la terrible experiencia de una dictadura larga y cruenta, de que el país y sus habitantes hayan quedado con heridas a medio cicatrizar por la falta de justicia. Pero, en medio de todo esto, surgen en la memoria cientos de personas que han contribuido a lograr mayor justicia y bienestar, a reivindicar el lugar de la mujer, tan brutalmente desplazada por una tradición de abuso milenario, a devolver la confianza en nuestros compatriotas.
Figuras como Clotario Blest, Amanda Labarca, el Padre Alberto Hurtado, Elena Caffarena,
Gabriela Mistral, Jaime Castillo Velasco, entre tantos otros, hacen con su ejemplo que la cabeza se levante y se pueda mirar el futuro con esperanza.

EL LEON SORDO




                                                      por Enrique Darío Lamas
 .
       Un violinista  famoso que nunca se  separaba del estuche con el violín en su interior, se extravió  en la selva lejos  de sus acompañantes y de pronto se vio rodeado por  una manada  de leones amenazantes. Se le ocurrió entonces  sacar su violín  para calmarlos  e  interpretar algunas piezas de su repertorio. Tuvo éxito porque estaban como arrobados  disfrutando de las melodías. Pero de improviso surgió del fondo un león joven que se abalanzó sobre el violinista y destrozó al artista y al instrumento. Los  otros  leones  comentaron :" Tenía que llegar el Sordo y acabar con el concierto."
       En el concierto ( o sistema) social tenemos también  un león sordo y es la  adolescencia. Es cierto que algunas familias y algunas instituciones educativas logran destapar las orejas de muchos adolescentes. Pero una gran porción de ellos actúa  siguiendo el primer  impulso de destruir todo lo que creen entorpece su realización  personal, su libre paso para  encontrar su rol o su identidad como dicen los psicólogos.
       El problema  adolescencia que comienza en los individuos  a los 12 años (+ o -) es una  situación  permanente, instalada en todas las sociedades, es decir que los individuos  salen de ella  pero  la  sociedad sigue  siempre con  esa  mochila, de la misma manera que siempre tiene a la viejitud o vejez como una preocupación.
       El  caso es que  hemos vivido en los últimos veinte años una  agudización y aumento de la  problemática  con  esta  etapa del desarrollo de los seres, pues se ha asociado con la droga  y, en forma  transversal, todas las instituciones, no solamente la educación,  se ven afectadas. El peso económico que produce la delincuencia, el sistema carcelario colapsado, la nula  reinserción de los delincuentes  juveniles, el fracaso del SENAME ,de las instituciones  educativas, la inseguridad  social que trae esto consigo, la impotencia  frente  al matonaje en las escuelas, el  aumento  de los suicidios, violaciones, crímenes y tantas otras desgracias, deben producir en nosotros un efecto de rebelión frente a la incapacidad que  demostramos primeramente  por no comprender a cabalidad  las  causas y  desarrollar programas para corregir las desviaciones. 
Por  todas estas fatalidades creo conveniente entregar algunas ideas en un ensayo y pedirles que nos sentemos juntos a analizar, a reflexionar sobre las posibilidades que  aún  tenemos de  buscar soluciones.
        Con mucho afecto y con la esperanza que trabajemos en ello,  les saluda  vuestro amigo,

Enrique. 

EL BURLADO

                                                                                  Mercedes Mellado


A LAS CINCO E LA MAÑANA
CUANDO EL SUEÑO ES MÁS PESADO
FUI A ENCONTRARME CON MI AMAA
CON EL BOLSO BIEN CARGAO.

A PASO LENTO Y CANCINO
CAMINÉ HASTA LA VENTANA
QUERIA ESTAR BIEN SEGURO
DE ENCONTRARME CON LA JUANA

ARRIESGÉ UN OJO PRIMERO,
Y VIENDO QUE NA PASABA
METÍ UNA PATA PA ENTRO
ESPERANDO QUE TRONARA.

PERO L UNICO QUE OÍ
FUE UN, CHIIT, SILENCIO MIJITO,
UNA MANO ME AGARRÓ
Y ME TIRÓ CONTRA EL PISO.

AHÍ ME ESTRUJÓ EN SUS BRAZOS,
CON BESOS Y CON MORDISCOS...
YO MAS CONTENTO QUE UN CHANCHO
COMIENDO DURAZNOS PRISCOS.

AQUELLA NOCHE PASÓ
TOO LO QUE HABÍA SOÑAO.
Y LA JUANA ME QUERÍA
LO TENÍA COMPROBAO.

DE PRONTO SE HACE LA LUZ
EN MI CELEURO CANSAO...
NO ES ÉSTA LA QUE YO QUIERO
PARÉ QUE ME HAN ENGAÑAO.

ESTA ES MAS ANCHA QUE LO TRA
RESUELLA COMO UNA CHANCHA
Y TIENE UN OLOR PICANTE...
PARÉ QUE METÍ LA PATA.

EN ESO UN RAYO DE LUNA
ALUMBRÓ SU CARA INCIERTA
Y VEO A LA VIEJA PANCHA
RELAMIÉNDOSE LA JETA.

DE UN SALTO ME PUSE EN PIE
SUBIÉNDOME EL CALZONCILLO
MIENTRAS LA VIEJA REÍA
MOSTRÁNDOME LOS COLMILLOS.


COMO ALMA QUE LLEVA EL DIABLO
ARRANQUÉ POR LA VENTANA
Y LA VIEJA ME GRITABA
- MIJITO, GUELVA MAÑANA.



                                                 ..............................

De cómo Nelson González se convirtió en conserje


                                             por Patricia Franco


Esperaba mi turno para un examen médico pedido con insistencia, eso de "para corroborar hallazgo", bla, bla. Ya había pasado una hora en tal inactividad y la clientela se impacientaba. Estaba metida en un libro tamaño espera de consultorio, cuando llegó una entusiasta vendedora de ¡Help!. La miré con cara de  plis no a mi, pero insistió. Primero me preguntó la edad, se la dije,  acentuó su cara de lástima comprensiva y también su posibilidad de éxito. Se explayó en las ventajas del sistema y en todas las tragedias que podían pasarme. Le conté del caso de aquella anciana con asma que llamó al citado servicio, le contestaron que no figuraba como afiliada y eso fue lo último que escuchó en vida. La vendedora puso cara de ¡a mi que me registren! 


Luego sostuve mi negativa al ofrecimiento diciendo que, si bien podría estar en condiciones de hacer la llamada telefónica, viviendo sola ¿quien abriría el portón  del pasaje y luego mi puerta? Dijo que ellos tenían solución en esos casos, o sea ningún problema con entrar a casas cerradas. "Tenemos gran experiencia en acceso a condominios - dijo y luego aseguró que siempre podían comunicarse con el conserje. Ahí me dio un poco de risa. Seguí explicando, pues quizá ella viene de alguna comuna más civilizada. "Aquí vive  gran cantidad de gente que proviene de poblaciones marginales erradicadas, campamentos, etc. Conserje es un término que no se ocupa". Después me acordé del Nelson González y lo vi clarito con gorro y chaqueta con botones dorados, vigilando desde su caseta, mostrando los dientes a los funcionarios de Help - ¡No se oye padre, aquí no entra nadie sin mi autorización! Y ladra que te ladra, corriendo con su patita coja detrás de los salvadores de ancianitas infartadas.


Mañana escribiré en el frontis de su vivienda: "Nelson González, conserje". A lo mejor así lo comienzan a tratar con más respeto los gatos insolentes que se pretendan comer su alimento (y sepan leer).

POEMAS DE PALMENIA SAN MARTIN

DIAS

Hay días de credulidad
llenos de arrobo.
Algunos varios
hasta entretenidos,
los hay también
de tedio y desencanto
y un inmenso cansancio
parecido a la muerte.
Pero, además, están
los de cordura
que te despiertan
como campanadas.
Abres los ojos,
contemplas lo vivido,
recoges las valijas
y te marchas.


ODIO

Odio mi sombra
cuando me precede,
porque me estorba
el paso y me recuerda
que estoy viva
y camino la vida.
Pero la odio mucho más
cuando la siento
pegada a mis talones
como un perro,
porque le sigue el rastro
a mi fracaso
y desentierra
todos mis dolores.


UBICACIÓN

La provincia de Tedio
donde habito,
queda al final
de nunca nada.
Limita al norte
con mi primer vagido.
Al sur con un camino
ya borrado.
Al este y al oeste,
con esta obscena soledad
que va arrancando
al calendario
las desnudas hojas.


CONJETURAS

Hay recostado en mi ventana
un ser vestido de inquietudes
muchos adioses, cien ocasos,
mil esperanzas, teorías,
ciertos enigmas y nociones.

¿Qué espera el ser de mi balcón?
¿Qué incertidumbre le domina?

Escucha al viento cuando pasa
en vano empeño, sin destino
y entre temblores de agonía
midiendo el tiempo conjetura:
¿También me iré como la tarde?
¿O he de morir tras los cristales?

POEMAS DE PILAR ARRATIA


                                                               

Culpas

eclipse  arteria rota de sol
resbala entre frío y desvelo
paseo en silencio a la estación muerte
y una parada al vacío
cayeron las hojas que recibían tu savia
se hizo ilusorio tu fuego árbol viejo ahora cenizas

culpas hurgan con su filo malicioso
remueven la conciencia de recuerdos
tus ojos dentro de los míos
apuntando al remordimiento
pido perdón y reflejos de odio
cada noche acomodan la almohada insomnio
mientras aquel cadáver viviente
mete el dedo en mis culpas y duele
mientras aprieto los ojos descubriendo
que vives en mi más que nunca

Desamor

fríos mojan la memoria
me traen tu voz
trae llanto de
primavera inconclusa
porque sigo en esta encrucijada leve
de cosas que gravitan mi existencia
después que tú

imágenes de nuestra habitación
besos amontonados
concavidad de los cuerpos
el secreto borracho de este invierno
escondido en la escarcha
miradas de una muerte suspendida
disolviéndose muy cerca del corazón


Envuelto en lluvia 


Cuando todo acabe
y usted ya no se encante
con mi encanto

Cuando a la distancia
lo busque con la mirada
y sus ojos me rehuyan

Cuando mi cuerpo se desgaje
por los años, sin amarlo a usted

Cuando a mi lado pase
en el supermercado

Yo me pasee por delante
usted, sin verme
comprará ese delicioso helado
que un día saboreamos juntos.

Entonces, querré acercarme
buscando un pretexto
justo allí, donde se amontona la gente
para comprar el pan más calientito
le tocaré una mano

avergonzada pediré perdón
y usted extrañado sin reconocerme
(la palabra perdón parecerá
todavía lo amo)
entonces como volviendo un poco al pasado
habrá un atisbo en su mirada
de que soy yo, a quien un día
le regaló un poema,
envuelto en lluvia.


LO QUE SE PIERDE EN LA TIERRA

                                                                     por Connie Tapia Monroy


“Un abandono
Un abandonado en suspenso.
Nadie es visible sobre la tierra.
Sólo la música de la sangre
asegura residencia
en un lugar tan abierto”.

Pizarnik, “32” de Árbol de Diana (1962).



                                                                  I

Antes de la llegada de los españoles ya fluía imponente entre los valles, atravesando todo el territorio de lo que ahora denominamos Región Metropolitana, cuna de la ciudad capital, Santiago. Ahí está, y no. Los habitantes de la ciudad lo han transformado en el vertedero de todos sus residuos.

                                                                 II

No son muchos los departamentos que se pueden arrendar a buen precio en el sector de plaza Italia. Después de una ardua búsqueda encontraron algo que se les ajustaba a los bolsillos. Un departamento en el sexto piso de un antiguo edificio.
En su época de estudiante universitaria Carol entró a trabajar en un Call Center con el fin de costearse los estudios. El día que comenzó a operar en la plataforma que le asignaron conoció a Fabián, su actual compañero de departamento.
Él corrió una suerte distinta. Al egresar de la carrera de ingeniería informática ya tenía un puesto asegurado en el gobierno. En cambio ella aún seguía cada mañana caminando por la calles de la ciudad dejando el currículum en todos los lugares posibles. Volvía a casa, preparaba el almuerzo, comía, se duchaba y luego salía a paso cadencioso a conectarse al computador y los audífonos. Antes le parecía entretenida esta rutina, pero ya no. Con el pasar del tiempo se hizo cada vez más desagradable atender con voz amable a cada persona que llamaba.
El teléfono personal, en cambio, jamás sonaba.

                                                                     III

Al cerrar los ojos para descansar, inmediatamente aparecían unos extraños sujetos siguiéndola insistentemente. Corría desesperada hasta llegar a un acantilado profundo, agitada miraba de lo alto como las olas golpeaban furiosas al final de la base, se volteaba y los seres extraterrestres estaban cada vez más cerca. El vacío que se dibujaba a sus pies era abismante y aterrador. Siempre veía como las olas la golpeaban bruscamente contra las rocas, el cuerpo se llenaba poco a poco de moretones y llagas, la sangre se mezclaba con la inmensa masa de agua. El final del sueño era recurrente y fatídico. Sus ojos se perdían en un abismo donde ni siquiera la muerte se atrevería a entrar.
Despertaba aterrada y con los ojos llenos de lágrimas.




                                                                 IV

Contestar el teléfono a diario y no tener trabajo en lo que había estudiado no era lo único que la atormentaba. Todos los días tenía que lidiar con el tétrico ascensor del edificio donde vivía.
Para entrar en él, debías abrir una puerta y luego correr otra con fuerza. Varias veces creyó ver el reflejo de alguien que se asomaba por la pequeña ventanilla que tenía en una de sus puertas, pero reaccionaba y se consolaba pensando que era el reflejo del espejo que había en el interior.
Un día al volver del trabajo, subió como de costumbre en el ascensor y apretó el botón del piso 6. El viejo aparato crujió como si los engranajes se hubiesen trancado y soltado al instante. Luego empezó a subir: piso 2, piso 3 y así sucesivamente hasta el 6. No se detuvo. Se le apretó la garganta y comenzó pulsar los botones. La máquina no se detenía y seguía subiendo. Con un fuerte golpe metálico el ascensor se detuvo bruscamente. Carol se remeció y tuvo que sujetarse con las dos manos en los costados. Suspiró. Se arregló el cabello y trato de abrir la puerta pero no pudo. Presionó con fuerza, pero fue inútil. Un gggrruuaauummm sonó de improviso y la cabina comenzó a bajar bruscamente. En la ventanilla de la puerta vio agua, como si se estuviera hundiendo en un gran lago. Poco a poco el nivel subía más y más. Carol apretaba desesperada los botones de emergencia, pero nada respondía.
Otro movimiento brusco. Cayó sentada en un rincón aturdida, un sonido fuerte metálico la hizo reaccionar. El ascensor se había detenido. Abrió las puertas, se encontraba en la orilla del río Mapocho. Lo reconoció por el color café de sus aguas, el rápido caudal y las paredes altas de piedra y cemento que lo bordeaban. Quiso salir, pero al otro lado del río divisó una figura blanca, como silueta de mujer, casi humana, casi transparente, con el pelo largo, negro, con mirada hundida, como si un vacío le hubiese apoderado de sus los ojos.
Aterrada, marcó nuevamente el piso 6. Subió, subió y bajó bruscamente. Al salir nuevamente estaba en la orilla del río Mapocho, pero esta vez, cerca del cruce Pío Nono, cerca del edificio, cerca de casa, pero no se atrevió a salir, era de noche, una oscura noche y pulsó otra vez el 6. El sonido ronco de los engranajes le dio aviso que estaba nuevamente en marcha y esta vez, ya se encontraba en casa.
Esa noche descubrió que el ascensor la podía trasladar a lo largo del cauce el río. Pensó en contárselo a Fabián, pero la catalogaría de loca y no lo hizo. Entró directamente a su habitación y no salió hasta el otro día, asegurándose de no toparse con su amigo.

                                                                 V


“Desde un pequeño lago a 32º 40’ de latitud sur, inician su curso las aguas del río Mapocho, “el río que se pierde en la tierra” (Mapu-cho), según el gráfico decir de los indígenas. Sigue desde allí una dirección nor-este a sur-oeste, y a los cincuenta kilómetros de su curso, luego de ser incrementado con diversos caudales, atraviesa la ciudad de Santiago. Acentúa luego su rumbo sur-oeste y se filtra en la tierra, desapareciendo totalmente. ¿Chuchun-co? dicen allí los indios (¿Qué se hizo el agua?) y un lugar de los contornos llega así con el nombre de Chuchunco hasta nosotros. El agua ha sido absorbida por la tierra y continuará como corriente subterránea para reaparecer más al poniente, en tierras de otros indios que, regocijados, las verán emerger cerca de sus campos de cultivo”

                                                                    VI

Nuevamente escapaba desesperadamente de sus perseguidores. Sin embargo, un chico corría a su lado a gran velocidad y no pudo alcanzarlo. Él también estaba huyendo de los supuestos seres de otro planeta.
El muchacho llegó primero a la orilla del acantilado, la miró, le hizo unas señas y se lanzó al vacío como un halcón tendiendo sus brazos hacia el abismo. Carol sin pensarlo demasiado corrió hacia él. En la orilla se detuvo, extendió sus brazos y se lanzó. Por unos minutos creyó volar, hasta que chocó violentamente contra el agua. El chico estaba sonriendo, ella nerviosamente también lo hizo. Se dejaron llevar por la corriente hacia las oscuras cuevas bajo el inmenso macizo de roca.
Aquella mañana despertó tranquila. El sueño que se repetía constantemente había cambiado.
Y con un ánimo distinto salió, como de costumbre, a recorrer Santiago a dejar el currículum. Era su día libre y todo se lo tomó con calma. Se sentó en el parque de las esculturas a mirar el río Mapocho, observar como sus aguas no se detenían jamás, era una sensación de que todo pasa y nada se queda en el mismo lugar. Le agradaba pensar que ya todo fluía, por lo menos en el río, aunque fuera pestilente y de mala apariencia.
Se quedó hipnotizada mirando las aguas de río. En ese preciso instante vio que algo intentaba salir a flote. Lo siguió con la mirada. Parecía un trapo blanco, pero no. Una mano parecía emerger de las aguas. Se irguió para observar con mejor ángulo. Creyó ver un cuerpo. Se restregó los ojos y observó que se hundió definitivamente. No pudo ver que era realmente. Se puso nerviosa. Pensó que a lo mejor era una mujer, no lo sabía con certeza y siguió mirando el río. Algo nuevamente intento salir a flote, pero esta vez era un pedazo de tronco que logro liberarse y navegar libre hasta que se perdió a la distancia.
Una voz interna le dijo: “el ascensor”. Corrió a tomar el metro. Corrió al ascensor del edificio viejo donde vivía. Entró en él, apretó piso 6. Las señales metálicas se repitieron y en solo un par de segundos estaba en la ribera del río Mapocho. Quería descubrir que era realmente ese trapo blanco que había visto. Subió y bajó una y otra vez del ascensor recorriendo la ribera aguas abajo.
Cansada de subir y bajar del ascensor se sentó agotada en una roca. Casi caía la tarde y pensaba que no era buena idea estar ahí. Volvió al ascensor sin antes asegurarse que la aventura del día había terminado. Se volteó. Un destello de luz cegó su visión, una poderosa luz salida de la nada dejándola ciega por segundos eternos. Cayó inconciente.

                                                                       VII

Llevaba días desaparecida. Su compañero de departamento había dado aviso a su familia y a carabineros.
Fabián no podía dormir, una extraña pesadilla lo atormentaba, aunque no era más que agua, agua turbia, revuelta, tranquila a veces, de escena negra, de colores grises. No entendía el sueño, solo sabia que era perturbador y con la preocupación de su amiga, ya no lograba dormir.
Decidió hacer afiches con la foto de Carol y comenzó a pegarlos por toda la ciudad junto con pequeños volantes que los repartía en cada salida del metro.
Caminando por el barrio Lastarria se encontró que en una de las esquinas se había acumulado un montón de gente. Un tipo con voz de pito, hablaba muy rápido y las personas a su alrededor trataban de calmarlo. “No volveré a la Clínica Normita, aunque el Señor demonio con escrupilisimo lo quiera así”, marcando bien las eses. Fabián se acercó y se dio cuenta que era un vagabundo vestido curiosamente como señora, un pañuelo negro en la cabeza, con vestido. Andaba con un carro de supermercado lleno de cachureos. Una señora dentro del tumulto “es la loca del carro”-dijo, el vagabundo la escuchó “no soy la loca del carro, ni el maestro, soy divino, divino porque vivo en la calle” –prosiguió con las incoherencias. “Lo, lo que ustedes no saben es que la Boloco esta reencarnada en Obama”. Fabián logró incorporarse dentro del tumulto llegando casi a su lado. El mendigo le miró los volantes que andaba trayendo en la mano. “Misiriarisimo!! no puedes andar buscando a ese demonisisimo, que asume la forma impostora de mujer” –le gritó de manera descontrolada. Intentó arrebatarle los papeles de las manos, “y tú ¿qué te crees?” -le dijo Fabián con furia contenida. Forcejaron hasta que los volantes se dispersaron por el aire como una lluvia de papeles. El divino anticristo tomó uno de los volantes y dirigiéndose a sus espectadores siguió con el discurso: “Miren bien, esta es la forma de los nazis reencarnados, ustedes mismos pueden acordarse de que en la vida anterior fueron nazis… nazis… nazis… hay personas como usted en textos universitarios y dicen chucha!! yo era nazi en los tiempos de Atila. En la vida anterior eran todos nazis del chanchisimo. Otros se acuerdan que eran…que eran nazis en los tiempos del chanchicisimo… chanchicisimo caballo de Prusia, otros se acuerdan que eran nazis en los tiempos de los Hucklyleberry Finn en los EEUU. Otros se acuerdan que eran… que eran… los… los nibelungos de España. Entonces se compra un uniforme nazi, nazi. Se compran alucinógenos y empiezan a masacrar cochinos…”.
Fabián logró salir del tumulto. “¡Mal nacido! ¡Enfermo de la cabeza! ¿Qué tiene que ver Carol con sus putos nazis?” -se preguntó. Siguió su búsqueda por la ciudad.

                                                             
                                                                       VIII


A las 23 horas terminaba de dejar volantes en las mesas que se ubican en las afueras de los pubs de Bellavista. El agotamiento le tenían destruido los pies y el cuerpo, pero no quería volver a casa. No sin noticia de su amiga.
Compró un par de completos en el carrito ubicado en la esquina de Pio Nono con Bellavista. Observó que la facultad de derecho de la universidad estaba en toma nuevamente. Repartió un par de volantes a las personas que compraban en el carrito mientras se terminaba de comer el último completo.
Le tocan el hombro, “yo la he visto” -le dijo una señora de apariencia humilde, “la vi anoche, ahí, en la ribera del río Mapocho”. Fabián trago el último pedazo de pan que le quedaba y casi se ahogo de la impresión.“Dígame donde” -zamarreó a la veterana. “Le digo que ahí en la ribera del río. Mire, nosotros los deudores habitacionales también estamos en toma, igual que estos cabros de la universidad y anoche después de comer salí a fumarme un cigarro y ahí estaba ella, esa chica que tiene usted en la foto paso caminando como si estuviera ida, sabe, como si un espíritu la hubiese poseído. Yo me asuste así que me entre”.
Desesperado corrió al puente. A lo lejos se veían las carpas unas al lado de la otra casi tocando el agua del río Mapocho. Estaban bajo el puente Pio Nono haciendo sus vidas cotidianas y no se había percatado. Miró a su alrededor y a lo lejos vio una bajada. Odisea que consiguió en solo unos segundos.
Se acerco respetuosamente a un grupo de personas que estaba calentando agua en una fogata. “Disculpen, estoy buscando a esta chica” –le muestra un volante. “Es mi amiga, hace días que no vuelve a casa, una señora en la feria artesanal me dijo que la vio anoche ¿pueden reconocerla?”- Las personas miraron la fotografía uno a uno. Algunos hacían gestos como de recordar algo, otros gestos de extrañeza. Un silencio desolador inundo el entorno de la fogata.
“Hemos visto una mujer que deambula por la ribera del río, pero no creo que sea tu amiga” -el más anciano del lugar rompe el silencio, negación insistentemente con la cabeza. “¿Por qué no?” –preguntan varios de los presentes. “Porque su amiga es del mundo de los vivos”. El lugar se llena de murmullos y exclamaciones:
- ¿Dices que la mujer que hemos visto todas estas noches no es del mundo de los vivos? –pregunta uno de los hombres más jóvenes del grupo, con tono escéptico.
- Creo que no ¿acaso no conocen la leyenda de “La Lola”? –les pregunta el viejo.
- ¡No! Noooo!! Noooo!!! –responden casi al unísono. Se acomodan más cerca de la fogata y se acurrucan al lado del viejo para no perderse los detalles.
- Bueno –comienza con el relato. Fabián se sienta a su lado, sin cuestionar porque se interesa por la historia.- Se dice que una mujer llamada Dolores enloqueció luego que asesinaron a su ser amado, fue tanto el dolor y el odio que sobrevivió al tiempo y la muerte. Baja desde las montañas andinas para horrorizar y acosar a los habitantes del valle central, los indígenas la habrían llamado “La Lola” que significa “Tierra Muerta”, ya que si escuchas sus gritos quejumbrosos caes irremediablemente muerto.
- ¡Esas son tonterías! –grita uno de al fondo.
- Claro que es verdad -dice el viejo con aire de seguridad en sus palabras- la hemos visto casi todas las noches, yo he rezado para no escuchar sus gritos.
- ¡Estás loco viejo! –dicen algunos con tono burlón. Otros también se ríen, toman sus tazas de café y se apartan del grupo. Fabián se pone de pie, le da las gracias a todos por el tiempo. Un chico le toma el brazo.
- ¡¡¡Es cierto!!! ya se han suicidado dos personas. Ellos cayeron dominados por su hechizo, debe creerle a mi abuelo- los ojos del chico brillaban de pena profunda. Fabián le toma la cabeza como entregándole comprensión.
Se retira del campamento caminando en silencio por el puente. A lo lejos escucha ruidos y se detiene para poder escuchar mejor. Los ruidos eran perturbadores, confusos, quizás risas lúgubres, malvadas, sarcásticas. Pensó que se podía tratar de las personas que estaban en la toma. Los sonidos se transformaron de pronto en un llanto, en un alarido escalofriante. ¡No! Parecía una mujer sufriendo. ¡¡Carol!! Se dijo a si mismo. Se le contrajo el corazón, se le apretó el estomago. A lo lejos vio una silueta de mujer con vestido blanco. Era ella quién lloraba desgarradamente. Pero podía ser cualquiera, no necesariamente su amiga. Santiago esta lleno de personajes extraños, sin embargo corrió, corrió hacia la silueta que caminaba por el costado de arriba del río. De pronto un ruido metálico inundó el espacio. Era ensordecedor, áspero, perturbador. Un resplandor lo cegó completamente. La figura fantasmal se abalanzó contra Fabián.

                                                                        IX


Despertó desplomada sobre la arena grisásea de la ribera del río. Recordó el destello de luz. Por primera vez la puerta del ascensor ya no estaba a su espalda, había desaparecido. En el afluente vio que algo se movía como si un gran pez estuviese observándola. Se acercó. Era el reflejo de una mujer, el horrible rostro de una mujer deforme. Se asustó y comenzó a temblar. Miró nuevamente, era su reflejo, solo su rostro. “No temas Dolores” -le dijo una voz áspera, ronca como mezclado con gorgoteos acuáticos. Estaba asustada, no había nadie a su alrededor. Solo estaba ella, su reflejo y aquella voz que de pronto creyó escuchar que salía de si misma. “No me llamo Dolores” -grito desesperada, agitada. Daba vuelta sobre si misma. Miró nuevamente el reflejo del agua, era ella. Su reflejo que se difuminó, apareciendo poco a poco una criatura infernal. De pronto, un largo tentáculo emanó de las aguas, le tomó uno de sus pies y la arrastró hasta lo más profundo.

                                                                   X


En el reverso de la cuenta de luz: “Nuestra energía es para encontrarlos”:
- Carol Miranda, 29 años, Santiago Centro
- Fabián Sepúlveda, 30 años, Santiago Centro.
Sus rostros casi sonrientes quedaron compartiendo espacio junto a otras fotos estampadas en aquella parte trasera del papel.

CUENTA SALDADA

por Lorena Díaz Meza

La pierna herida comenzó a humedecer el pantalón y a teñirlo de un púrpura que no se lograba distinguir entre la noche y la neblina. Sabía que el tiro no lo llevaría directo a la muerte, la idea era esa; verlo morir lentamente. Que sufriera. La cara del herido se retorció en una mueca de espanto y dolor, sabía que aquella noche moriría y la pausa hacía que su pensamiento volara a la familia, a sus secretos ocultos, a las traiciones, al dolor. No dijo nada, intentó mantenerse de pie pero el peso fue cayendo sobre la pierna buena hasta que ella no resistió y lo dejó caer.

— Así te quería ver… ¡Párate! ¿Creíste que nunca más nos veríamos las caras?

Había esperado ese momento por años, primero encerrado, luego en la calle. No era fácil sanarse del pasado por eso prefirió esperar para que el pago fuera verdadero y no nublado por la ira. Robles no sabía con quien se había metido.

— ¡Párate dije! Nuestra fiesta está comenzando…

La calle estaba completamente sola, ni los angustiados que solían pararse cerca del sitio eriazo que colindaba con la plazuela estaban allí en ese momento. No había nadie. Sólo un par de metros lo separaban de paradero, pero Robles sabía que las cosas venían mal. Tumbado en el suelo, sujetando la pierna herida con ambas manos, no se atrevía a mirar a los ojos a quien tenía en frente. Sin duda le era cara conocida, lo sabía a pesar del maquillaje, a pesar de los años, a pesar del terror.

— Arreglemos esto… te van a volver a meter en cana… —Dijo con voz dolorosa y retorcida, tratando de provocar alguna reacción en la sombra que a veces se dejaba ver.

Pero el arma seguía apuntándolo quieta, calma, como si la emboscada estuviera ya ensayada, el plan de acabar con la vida del uniformado se había dado hace ya un par de años atrás.

A las nueve en punto, una llamada telefónica desde el interior del lugar, le aviso que era momento de actuar. El dato le había costado un par de millones, pero valía la pena; sabía que el Cabo Robles saldría solo y hacia dónde caminaría. De todas maneras comprobó que el arma estuviera en la pretina del jeans. Miró el reloj y respiró hondo. Le gustaba mirarse las uñas cuando quería concentrarse, las tenía tan suaves blancas que sentía orgullo de ellas, además el rojo oscuro les sentaba bien. Dejó su auto estacionado a una cuadra del protón principal y caminó.

Sus pasos tenían una mezcla de frío y solemnidad, su andar era seguro, se advertía porque aun tarareaba inconscientemente la canción de Madonna que sonaba en la radio antes de bajarse del vehículo. A lo lejos vio un bulto caminar en dirección poniente. Sin duda era él; no necesitaba verlo de uniforme ni mirarlo de frente para reconocerlo. Su imagen le había quedado grabada en la memoria y jamás se borraría. Lo siguió controlando el sonido que los tacos producían al contacto con el pavimento húmedo. Hasta que Robles llegó a la mitad de la plazuela solitaria por donde cada noche cruzaba con amigos o solo, camino al paradero. Entonces preparó su mejor voz y lo llamó.

— ¡Cabo Robles!

Robles se dio vuelta bruscamente, afuera pocos sabía de su apellido y menos de su cargo. Ahí se encontró con una mujer; una mujer de esas que provocaban que las miradas se dieran vuelta a seguirlas. Alta, delgada, con unos jeans ajustados y unos tacones aguja que estilizaban sus piernas. El pelo se dejaba caer libre, sin cubrir el rostro.

— ¿Qué pasa Cabo? ¿No me reconoce?...

El herido no alcanzó a decir nada. La lengua se le trabó en un nudo angustiado. Él pensaba que la deuda estaba saldada con la libertad y el tiempo, pues había olvidado que con los narco no se jugaba, y el lo había echo a la mala. Sin alcanzar a responder sintió un ruido bajo, como ahogado entre la neblina y el impacto en su pierna derecha.

— Así te quería ver, ¿Creíste que nunca más nos veríamos las caras? ¡Mírame maricón! ¿Te acordai de mí ahora? ¿Te acordaste de la noche año nuevo?


Raúl llegó ahí por error. Un traslado, desde otro encierro, lo hizo ir a parar a un lugar ajeno. La voz de que había llegado ahí se corrió rápido, tenía buena fama afuera. Su madre se sentía orgullosa de él, y habría sacado a lucir a ese hijo dulce y sensible que tenía y que manejaba las armas como sólo los mejores saben hacerlo, si no hubiese sido porque la honra y el respeto eran lo que manejaba el negocio. Era el más querido para sus padre, pero la mala suerte, como decía el hombre, lo hizo desviado.

Allí se enamoró; el amor lo enloqueció. Pero fue una noche en que la situación pasó de negro a azabache. A mitad de la noche de año nuevo el alcohol había entrado no sólo a las celdas, sino a los vigías más irresponsables. Mientras algunos se comunicaban para sus casas Raúl intentaba apagar el fuego del asado que había echo en medio del descontento y, como de solidaridad sabía muy bien, había compartido su banquete con algunos que aceptaron comer junto a él.
Robles se acercó cuando ya era de madrugada, hasta entonces de los pocos con que un preso podía cruzar palabras. El Cabo se paseó por la calle comprobando que todos mantuvieran el orden y no existieran indicios de alguna pelea como la que horas antes se había formado en la torre vecina.

— Feliz año Raúl.
— No bromee con eso… Lo pueden escuchar.
— ¿Y qué? No le tengo miedo a estos delincuentes. Un puro palo y los mato si se me da la gana.
— Se mandó sus buenos brindis parece…

En medio de la conversación, Robles reía sarcástico, mientras, Raúl comenzaba a sentirse nervioso ya que, además de vivir en la constante lucha de ser aceptado, que lo vieran conversando animadamente con un contrario, le podía acarrear, incluso, más problemas de los que ya tenía. Sin que Raúl se diera cuenta, Robles fue cambiando el tono de la conversación,

— ¿Y con cuántos de aquí?
— ¿Con cuántos qué?
— No te haga’i el tonto… si sabí.
— No se pase de vivo conmigo…
— ¿Se enojó el marica? Cuenta la pulenta… si yo sé que te calentai con el que se te cruza… ¿O está enamorao?

Raúl guardó silencio. No iba a responder; menos a él. Se mordió la lengua y caminó hacia su pieza. Era de las pocas noches en que aun se escuchaba bulla y se veía uno que otro hombre moviéndose de un dormitorio a otro, como ratas cruzando en medio de la oscuridad, de cajón en cajón.

— ¡Ven pa’ aca hueón!… No hemos terminado de conversar.

Raúl supo que la fiesta había terminado; el año que se asomaba tendría el mismo sabor a mierda, que él le encontraba desde que estaba encerrado. Antes de entrar a su pieza sintió un golpe en el hombro que lo hizo trastabillar. No se dio vuelta. No iría si no era por la fuerza. De pronto la mano del gendarme lo tomó del pelo y lo arrastró hasta la puerta. Algunos de los que aun no se dormían miraron desde sus piezas, pero nadie dijo nada. Nadie vio nada.
El interno fue a parar al castigo, entre dos le pegaron, esperando que dijera algo que lo condenara, o que gimiera de dolor, pero el preso no volvió a hablar. Raúl parecía una estatua, la que únicamente abría y cerraba los ojos ante el golpe. De pronto el gendarme se acercó, se acercó tanto que, en la tibieza de su aliento, se percibía el olor a alcohol.

— ¿Quiere jugar a ser mudo el mariconcito?

Los mismos que le pegaron, fueron quienes lo sujetaban. La sangre de la nariz le salía como debiluchos ríos de ira, de maldiciones. El gendarme se bajó los pantalones y se montó sobre él. La risa del par que ayudaba se le hacía lejana, y la voz del que se movía tras él, con la respiración agitada y el palo en la mano, inconfundible. Cuando la fiesta acabó, el castigo volvió a quedar en silencio. No hubo más palabra, ni risas, ni golpes.
Los castigados de las celdas vecinas hicieron como que no escucharon. Raúl se quedó ovillado como perro hasta que amaneció. Cuando abrió nuevamente los ojos, la sangre que había perdido se repartía entre el suelo y su ropa. Tenía el pantalón roto y había perdido un zapato. Fue castigado, como tantos, por mal comportamiento. La última vez que Raúl vio al Cabo Robles fue cuando puso un recurso de amparo en su contra. Cuando comprobó con uno de los mejores abogados del país, que esta vez él era la víctima y no el contrario.
Raúl no quería que el cabo Robles fuera preso; no quería que lo dieran de baja ni quería que perdiera el trabajo. Tampoco quiso hacer una llamada telefónica, aun cuando tuvo que aguantar, entre llantos y desesperación, la burla de todos los de su calle, perdiendo el respeto y el poder que le había costado años conseguir. Raúl quería esperar a que se le pasara el odio, a que las cosas se calmaran para saldar la cuenta.

— ¿Qué pasa? ¿Está mudo el mariconcito? — dijo la voz desde arriba.

El Cabo Robles sudaba frío. Sabía que luego de él, seguiría su familia o los otros gendarmes, porque así era la ley de los narco, porque asi era la única forma de acabar estos asuntos. Intentó hablar pero no pudo. Pensó en su esposa, en sus dos hijos y en la maldita noche de año nuevo. Pensó en los tragos que se tomó de más y en los meses que estuvo en la mira de la Institución. Pensó n esa mano firme y decidida que sujetaba el arma que lo apuntaba.
Se escuchó un disparo más; del vientre del hombre nació una mancha roja que comenzó a expandirse como la mala hierba. La mujer que se paraba frente a él le era una extraña conocida. A media que se iba desvaneciendo, trataba de unirla a Raúl, al Raúl que él conocía, al hijo de la reina de la mafia, al homosexual que vendía de lo que presos y guardias necesitaban para sobrevivir en el día a día del encierro, al hombrecito fino, de buenos gustos, de ropas de marca y carácter sociable, con la mujer que se paraba frente a él fría, alta, de voz atractiva, pero no podía. No podía unir en su mente ambas realidades. Tampoco podía creer que su vida acabara allí, ovillado como perro. Solo.

— Raúl… yo…
— ¡Cállate mierda! Tuviste años para hablar. Ahora cierra el hocico infeliz.

La mujer comenzó a caminar en dirección a su auto, un par de pasos y se volteó. El cuerpo del herido dejaba brillar en medio de la oscuridad, unos ojos aterrados. Se escuchó el último disparo. La sangre comenzó a salir a borbotones mientras el cuerpo dejaba de moverse y los ojos rogando por piedad y ayuda que sabían imposible, comenzaban a cerrarse ente lágrimas y terror.

El sonido de los tacos fue perdiéndose de forma lenta y pausada hasta desaparecer en la cuadra. El arranque de un vehículo se sintió a lo lejos mientras la canción de Madonna se esparcía en el aire.

LA MATEMÁTICA ES MORTAL

por Mario Cáceres







“-No soy más que un mortal como todos los demás; un descendiente del primero que fue formado de la tierra. Mi cuerpo se elaboró en el vientre de mi madre, donde durante diez meses fui modelado en su sangre, a partir del semen viril y del placer compartido en una cama. Una vez nacido, respiré el mismo aire que los demás, y vine a caer en la misma tierra, lancé el primer grito y lloré como ellos; me envolvieron en pañales y cuidaron de mí. Ningún rey comenzó la vida de otra manera: la vida tiene una entrada, y la misma salida para todos...”
Alberto Dantón Numers, profesor de matemática habla con elocuencia como si estuviese con sus alumnos, pero frente a él, solo se encuentra su esposa Beatriz. Recita, demostrando un amplio conocimiento de La Sagrada Biblia.
El docente afirma las manos en el respaldo de la silla del comedor. La mujer se encuentra sentada al lado opuesto con su boca y los ojos abiertos.
Aumentando el volumen de la voz, agrega: -Todos nacen y mueren de igual forma pero el vector vida aclara la diferencia. Tiene una medida para cada uno de nosotros, también tiene dirección y sentido. Los dos somos vectores, y la acción misteriosa del amor permitió que nos interceptáramos. Posteriormente la ecuación humana del matrimonio nos ubicó en paralelo y hasta que la magnitud de la diferencia en años nos separe.
Alberto prosigue: –Tú aceptaste que un tercer vector nos cruzara formando un triángulo. El lado A (Alberto), el lado B (Beatriz) y el lado C (X Incógnito) Mi amada esposa, perdón, el verbo amar no puedo conjugarlo. Debo decir mi odiada esposa. La incógnita la resolví aplicando Pitágoras: X=C. El lado C corresponde a Carlos, mi hermano. La traición con cualquier hombre, al final la aceptaría, pero ¿Carlos?
Golpes en la puerta del departamento. El gordo del 521 –Vecino, ¿Pasa algo? ¿Qué fue ese ruido? Vecino, sabe que cuenta con nosotros ante una emergencia. Abra la puerta, por favor.
El sol se ha ido pero la luz se aferra al cielo, pronto, muy pronto será el dominio de la oscuridad. El teléfono reclama insistente, una y otra vez, con su mala educación acostumbrada cree que es el centro del universo, invento fatuo e inoportuno. El educador responde: -¡Carlitos, hermano querido! ¿Cómo estás?- Silencio mientras oye a su interlocutor a través del aparato. –Beatriz te envía un beso grande, es muy efusiva, da la impresión que es el último adiós, te sorprenderás cuando sepas de nosotros. Saludos a Carmen.
Mientras cuelga el fono, piensa: “Sí, ¿Querido hermano? Te sorprenderás cuando el juez te llame. La carta que he dejado solicitando sea leída ante todos los componentes de la familia mayores de 18 años. Te convertirás en un paria. Sin raíces paternas tú jamás serás raíz de otros de nuestra sangre; cuando conozcan el contenido, odiarán ser tus hijos. Sufrirás las desventuras de Job. Gritarás como él, desgarrando tus ropas y con el puño en alto, dirás: “¡Maldito el día en que nací y la noche que dijo ha sido concebido un hombre! ¿Por qué no morí en el seno y no nací ya muerto? ¿Por qué hubo dos rodillas para cogerme y dos pechos para amamantarme? ¿Encontraré un Dios que se apiade de mi alma?”
Alberto Dantón, con tono amoroso, mirando a su esposa: -Recuerdo cuando nos conocimos en la empresa “Portland y Portland – Agentes de Aduana”. Acompañaba a un amigo exportador de aceitunas del valle de Azapa, eras la cara visible de la compañía y a la entrada les representabas como recepcionistas y secretaria. Por cierto muy hermosa y de una voz musical. La música es matemática ordenada, además tu cuerpo simétrico y la forma sensual de vestir, transparencias de la blusa y los botones prisioneros de dos en uno, me cautivaron. La blusa era de color blanco, similar a la que hoy lleva mi asombrada Beatriz ¿Cooperaste para la colecta del Sida? Tienes dos rosetas rojas en tu pecho, el dinero aportado fue interesante. ¡Mmh! Dos cintas rojas.
El hombre alto de contextura delgada y de espesa barba, ordena su retórica matemática tras una prolongada pausa. Las paredes del comedor esperan las palabras para estamparlas en sus ladrillos. Presienten que se convertirán en una habitación maldita y en cualquier noche oscura y tormentosa se repetirán las escenas con fantasmas como actores.
El monólogo continúa en forma irónica: –El cálculo en física sobre proyectiles fue correcto, los impactos están donde esperaba. Beatriz, pondré en tu mano cuatro monedas de plata para el barquero Caronte. Al atravesar el río de los muertos sus insultos y palos espero sean menores.
La frialdad del profesor es como el hielo eterno. Su rostro se mantiene inmutable. Continúa en un tono más suave y conciliador: -Describiré al demonio Caronte para evitarte una desagradable sorpresa: Es un anciano cubierto de canas, velludas mejillas con círculos de llamas alrededor de los ojos, insulta y golpea con su remo a las almas perversas.
La atmósfera en la sala es tensa, dramática. El hombre carraspea y sorbe un poco de jugo del vaso que se encuentra frente a su mujer, quien no emite sonido alguno, de su boca un hilo de sangre nace muy tenue, muy fino…
Los golpes en la puerta son más insistentes y las voces alteradas suben de tono. La rubia del 520 pregunta por la señora Beatriz. Varias voces solicitando al conserje: -¡Rápido: llamen a don Arturo, por favor!
El preceptor, después de aliviada su garganta, continúa:
-El infierno, según Dante Alighieri, tiene la forma de un embudo, además de un vestíbulo se compone de nueve círculos, otra vez la matemática, la geometría. Círculos en donde los suplicios aumentan en intensidad a medida que aquellos se estrechan. Es el infierno, mi vida. Caronte con voz de ultratumba recita una y otra vez: “Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación”.
Los golpes en la puerta son más violentos. El gordo, descontrolado - ¡Llamen a carabineros! ¡Llamen a carabineros!- En cambio, Alberto, como si estuviese sordo, prosigue:
–Beatriz, tu círculo es el noveno del cuarto recinto, llamado la “Judesca”, donde se encuentra Judas y los traidores a escasos pasos del rey de los demonios, “Lucifer”. El mío es el séptimo círculo del segundo recinto, donde son atormentados los asesinos y suicidas. En este recinto anidan las brutales Arpías que tienen alas anchas, cuellos y rostros humanos, pies con garras y el cuerpo cubierto de plumas. Las perras negras y hambrientas destrozarán mi cuerpo una y mil veces hasta que los despojos se conviertan en semillas y luego en un árbol maldito. Las Arpías comerán de mis hojas y cada hoja arrancada provocará un gemido del alma. Pero, comparado con lo que a ti te espera en el círculo de los traidores atormentados por Satanás, es la nada misma, mi pálida Beatriz.
En mi bolsillo también llevo cuatro monedas de plata para mi estimado barquero Caronte, has partido primero y difícil será encontrarnos ¿Verdad?
La alocución ha terminado. De la pretina del pantalón extrae el revólver y dice:
–Una acotación al margen, en mi juventud, si algo o alguna situación era espectacular o maravillosa, decíamos que es o era mortal, mis alumnos hoy en día dicen que es bacán. Puedo decir con autoridad que la matemática es mortal
Se observa en el espejo que refleja una sala idéntica a la del departamento y tras el cristal a otro hombre muy distinto a él. Un disparo, vidrios rotos y un silencio sobrecogedor. Los gritos de los vecinos mueren en sus gargantas presagiando el drama. Al fin el conserje con las llaves en sus manos que tiemblan al entregárselas al suboficial de carabineros, quién abre la puerta del departamento. Los veinte pares de ojos ponen en aprietos sus órbitas. Esperan un espectáculo aromatizado por el olor a pólvora. Aroma de la muerte anunciando su visita.
Alberto Dantón Numers, vuelve su rostro a sus inesperados invitados y les dice:
–Él asesinó a su mujer y luego se suicidó – Su dedo índice de la mano derecha señala a Beatriz y al espejo despedazado por el impacto de la bala. Mira a los atónitos espectadores y les dice.
-Vecinos, señores carabineros, debo retirarme. Mis alumnos de la Universidad esperan por mí. El examen final de cálculo matemático es impostergable. Buenas tardes– Inclina la cabeza a modo de despedida y recogiendo el portafolio se dirige a la salida…

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Página final Revista N° 3