domingo, 3 de octubre de 2010

LO QUE SE PIERDE EN LA TIERRA

                                                                     por Connie Tapia Monroy


“Un abandono
Un abandonado en suspenso.
Nadie es visible sobre la tierra.
Sólo la música de la sangre
asegura residencia
en un lugar tan abierto”.

Pizarnik, “32” de Árbol de Diana (1962).



                                                                  I

Antes de la llegada de los españoles ya fluía imponente entre los valles, atravesando todo el territorio de lo que ahora denominamos Región Metropolitana, cuna de la ciudad capital, Santiago. Ahí está, y no. Los habitantes de la ciudad lo han transformado en el vertedero de todos sus residuos.

                                                                 II

No son muchos los departamentos que se pueden arrendar a buen precio en el sector de plaza Italia. Después de una ardua búsqueda encontraron algo que se les ajustaba a los bolsillos. Un departamento en el sexto piso de un antiguo edificio.
En su época de estudiante universitaria Carol entró a trabajar en un Call Center con el fin de costearse los estudios. El día que comenzó a operar en la plataforma que le asignaron conoció a Fabián, su actual compañero de departamento.
Él corrió una suerte distinta. Al egresar de la carrera de ingeniería informática ya tenía un puesto asegurado en el gobierno. En cambio ella aún seguía cada mañana caminando por la calles de la ciudad dejando el currículum en todos los lugares posibles. Volvía a casa, preparaba el almuerzo, comía, se duchaba y luego salía a paso cadencioso a conectarse al computador y los audífonos. Antes le parecía entretenida esta rutina, pero ya no. Con el pasar del tiempo se hizo cada vez más desagradable atender con voz amable a cada persona que llamaba.
El teléfono personal, en cambio, jamás sonaba.

                                                                     III

Al cerrar los ojos para descansar, inmediatamente aparecían unos extraños sujetos siguiéndola insistentemente. Corría desesperada hasta llegar a un acantilado profundo, agitada miraba de lo alto como las olas golpeaban furiosas al final de la base, se volteaba y los seres extraterrestres estaban cada vez más cerca. El vacío que se dibujaba a sus pies era abismante y aterrador. Siempre veía como las olas la golpeaban bruscamente contra las rocas, el cuerpo se llenaba poco a poco de moretones y llagas, la sangre se mezclaba con la inmensa masa de agua. El final del sueño era recurrente y fatídico. Sus ojos se perdían en un abismo donde ni siquiera la muerte se atrevería a entrar.
Despertaba aterrada y con los ojos llenos de lágrimas.




                                                                 IV

Contestar el teléfono a diario y no tener trabajo en lo que había estudiado no era lo único que la atormentaba. Todos los días tenía que lidiar con el tétrico ascensor del edificio donde vivía.
Para entrar en él, debías abrir una puerta y luego correr otra con fuerza. Varias veces creyó ver el reflejo de alguien que se asomaba por la pequeña ventanilla que tenía en una de sus puertas, pero reaccionaba y se consolaba pensando que era el reflejo del espejo que había en el interior.
Un día al volver del trabajo, subió como de costumbre en el ascensor y apretó el botón del piso 6. El viejo aparato crujió como si los engranajes se hubiesen trancado y soltado al instante. Luego empezó a subir: piso 2, piso 3 y así sucesivamente hasta el 6. No se detuvo. Se le apretó la garganta y comenzó pulsar los botones. La máquina no se detenía y seguía subiendo. Con un fuerte golpe metálico el ascensor se detuvo bruscamente. Carol se remeció y tuvo que sujetarse con las dos manos en los costados. Suspiró. Se arregló el cabello y trato de abrir la puerta pero no pudo. Presionó con fuerza, pero fue inútil. Un gggrruuaauummm sonó de improviso y la cabina comenzó a bajar bruscamente. En la ventanilla de la puerta vio agua, como si se estuviera hundiendo en un gran lago. Poco a poco el nivel subía más y más. Carol apretaba desesperada los botones de emergencia, pero nada respondía.
Otro movimiento brusco. Cayó sentada en un rincón aturdida, un sonido fuerte metálico la hizo reaccionar. El ascensor se había detenido. Abrió las puertas, se encontraba en la orilla del río Mapocho. Lo reconoció por el color café de sus aguas, el rápido caudal y las paredes altas de piedra y cemento que lo bordeaban. Quiso salir, pero al otro lado del río divisó una figura blanca, como silueta de mujer, casi humana, casi transparente, con el pelo largo, negro, con mirada hundida, como si un vacío le hubiese apoderado de sus los ojos.
Aterrada, marcó nuevamente el piso 6. Subió, subió y bajó bruscamente. Al salir nuevamente estaba en la orilla del río Mapocho, pero esta vez, cerca del cruce Pío Nono, cerca del edificio, cerca de casa, pero no se atrevió a salir, era de noche, una oscura noche y pulsó otra vez el 6. El sonido ronco de los engranajes le dio aviso que estaba nuevamente en marcha y esta vez, ya se encontraba en casa.
Esa noche descubrió que el ascensor la podía trasladar a lo largo del cauce el río. Pensó en contárselo a Fabián, pero la catalogaría de loca y no lo hizo. Entró directamente a su habitación y no salió hasta el otro día, asegurándose de no toparse con su amigo.

                                                                 V


“Desde un pequeño lago a 32º 40’ de latitud sur, inician su curso las aguas del río Mapocho, “el río que se pierde en la tierra” (Mapu-cho), según el gráfico decir de los indígenas. Sigue desde allí una dirección nor-este a sur-oeste, y a los cincuenta kilómetros de su curso, luego de ser incrementado con diversos caudales, atraviesa la ciudad de Santiago. Acentúa luego su rumbo sur-oeste y se filtra en la tierra, desapareciendo totalmente. ¿Chuchun-co? dicen allí los indios (¿Qué se hizo el agua?) y un lugar de los contornos llega así con el nombre de Chuchunco hasta nosotros. El agua ha sido absorbida por la tierra y continuará como corriente subterránea para reaparecer más al poniente, en tierras de otros indios que, regocijados, las verán emerger cerca de sus campos de cultivo”

                                                                    VI

Nuevamente escapaba desesperadamente de sus perseguidores. Sin embargo, un chico corría a su lado a gran velocidad y no pudo alcanzarlo. Él también estaba huyendo de los supuestos seres de otro planeta.
El muchacho llegó primero a la orilla del acantilado, la miró, le hizo unas señas y se lanzó al vacío como un halcón tendiendo sus brazos hacia el abismo. Carol sin pensarlo demasiado corrió hacia él. En la orilla se detuvo, extendió sus brazos y se lanzó. Por unos minutos creyó volar, hasta que chocó violentamente contra el agua. El chico estaba sonriendo, ella nerviosamente también lo hizo. Se dejaron llevar por la corriente hacia las oscuras cuevas bajo el inmenso macizo de roca.
Aquella mañana despertó tranquila. El sueño que se repetía constantemente había cambiado.
Y con un ánimo distinto salió, como de costumbre, a recorrer Santiago a dejar el currículum. Era su día libre y todo se lo tomó con calma. Se sentó en el parque de las esculturas a mirar el río Mapocho, observar como sus aguas no se detenían jamás, era una sensación de que todo pasa y nada se queda en el mismo lugar. Le agradaba pensar que ya todo fluía, por lo menos en el río, aunque fuera pestilente y de mala apariencia.
Se quedó hipnotizada mirando las aguas de río. En ese preciso instante vio que algo intentaba salir a flote. Lo siguió con la mirada. Parecía un trapo blanco, pero no. Una mano parecía emerger de las aguas. Se irguió para observar con mejor ángulo. Creyó ver un cuerpo. Se restregó los ojos y observó que se hundió definitivamente. No pudo ver que era realmente. Se puso nerviosa. Pensó que a lo mejor era una mujer, no lo sabía con certeza y siguió mirando el río. Algo nuevamente intento salir a flote, pero esta vez era un pedazo de tronco que logro liberarse y navegar libre hasta que se perdió a la distancia.
Una voz interna le dijo: “el ascensor”. Corrió a tomar el metro. Corrió al ascensor del edificio viejo donde vivía. Entró en él, apretó piso 6. Las señales metálicas se repitieron y en solo un par de segundos estaba en la ribera del río Mapocho. Quería descubrir que era realmente ese trapo blanco que había visto. Subió y bajó una y otra vez del ascensor recorriendo la ribera aguas abajo.
Cansada de subir y bajar del ascensor se sentó agotada en una roca. Casi caía la tarde y pensaba que no era buena idea estar ahí. Volvió al ascensor sin antes asegurarse que la aventura del día había terminado. Se volteó. Un destello de luz cegó su visión, una poderosa luz salida de la nada dejándola ciega por segundos eternos. Cayó inconciente.

                                                                       VII

Llevaba días desaparecida. Su compañero de departamento había dado aviso a su familia y a carabineros.
Fabián no podía dormir, una extraña pesadilla lo atormentaba, aunque no era más que agua, agua turbia, revuelta, tranquila a veces, de escena negra, de colores grises. No entendía el sueño, solo sabia que era perturbador y con la preocupación de su amiga, ya no lograba dormir.
Decidió hacer afiches con la foto de Carol y comenzó a pegarlos por toda la ciudad junto con pequeños volantes que los repartía en cada salida del metro.
Caminando por el barrio Lastarria se encontró que en una de las esquinas se había acumulado un montón de gente. Un tipo con voz de pito, hablaba muy rápido y las personas a su alrededor trataban de calmarlo. “No volveré a la Clínica Normita, aunque el Señor demonio con escrupilisimo lo quiera así”, marcando bien las eses. Fabián se acercó y se dio cuenta que era un vagabundo vestido curiosamente como señora, un pañuelo negro en la cabeza, con vestido. Andaba con un carro de supermercado lleno de cachureos. Una señora dentro del tumulto “es la loca del carro”-dijo, el vagabundo la escuchó “no soy la loca del carro, ni el maestro, soy divino, divino porque vivo en la calle” –prosiguió con las incoherencias. “Lo, lo que ustedes no saben es que la Boloco esta reencarnada en Obama”. Fabián logró incorporarse dentro del tumulto llegando casi a su lado. El mendigo le miró los volantes que andaba trayendo en la mano. “Misiriarisimo!! no puedes andar buscando a ese demonisisimo, que asume la forma impostora de mujer” –le gritó de manera descontrolada. Intentó arrebatarle los papeles de las manos, “y tú ¿qué te crees?” -le dijo Fabián con furia contenida. Forcejaron hasta que los volantes se dispersaron por el aire como una lluvia de papeles. El divino anticristo tomó uno de los volantes y dirigiéndose a sus espectadores siguió con el discurso: “Miren bien, esta es la forma de los nazis reencarnados, ustedes mismos pueden acordarse de que en la vida anterior fueron nazis… nazis… nazis… hay personas como usted en textos universitarios y dicen chucha!! yo era nazi en los tiempos de Atila. En la vida anterior eran todos nazis del chanchisimo. Otros se acuerdan que eran…que eran nazis en los tiempos del chanchicisimo… chanchicisimo caballo de Prusia, otros se acuerdan que eran nazis en los tiempos de los Hucklyleberry Finn en los EEUU. Otros se acuerdan que eran… que eran… los… los nibelungos de España. Entonces se compra un uniforme nazi, nazi. Se compran alucinógenos y empiezan a masacrar cochinos…”.
Fabián logró salir del tumulto. “¡Mal nacido! ¡Enfermo de la cabeza! ¿Qué tiene que ver Carol con sus putos nazis?” -se preguntó. Siguió su búsqueda por la ciudad.

                                                             
                                                                       VIII


A las 23 horas terminaba de dejar volantes en las mesas que se ubican en las afueras de los pubs de Bellavista. El agotamiento le tenían destruido los pies y el cuerpo, pero no quería volver a casa. No sin noticia de su amiga.
Compró un par de completos en el carrito ubicado en la esquina de Pio Nono con Bellavista. Observó que la facultad de derecho de la universidad estaba en toma nuevamente. Repartió un par de volantes a las personas que compraban en el carrito mientras se terminaba de comer el último completo.
Le tocan el hombro, “yo la he visto” -le dijo una señora de apariencia humilde, “la vi anoche, ahí, en la ribera del río Mapocho”. Fabián trago el último pedazo de pan que le quedaba y casi se ahogo de la impresión.“Dígame donde” -zamarreó a la veterana. “Le digo que ahí en la ribera del río. Mire, nosotros los deudores habitacionales también estamos en toma, igual que estos cabros de la universidad y anoche después de comer salí a fumarme un cigarro y ahí estaba ella, esa chica que tiene usted en la foto paso caminando como si estuviera ida, sabe, como si un espíritu la hubiese poseído. Yo me asuste así que me entre”.
Desesperado corrió al puente. A lo lejos se veían las carpas unas al lado de la otra casi tocando el agua del río Mapocho. Estaban bajo el puente Pio Nono haciendo sus vidas cotidianas y no se había percatado. Miró a su alrededor y a lo lejos vio una bajada. Odisea que consiguió en solo unos segundos.
Se acerco respetuosamente a un grupo de personas que estaba calentando agua en una fogata. “Disculpen, estoy buscando a esta chica” –le muestra un volante. “Es mi amiga, hace días que no vuelve a casa, una señora en la feria artesanal me dijo que la vio anoche ¿pueden reconocerla?”- Las personas miraron la fotografía uno a uno. Algunos hacían gestos como de recordar algo, otros gestos de extrañeza. Un silencio desolador inundo el entorno de la fogata.
“Hemos visto una mujer que deambula por la ribera del río, pero no creo que sea tu amiga” -el más anciano del lugar rompe el silencio, negación insistentemente con la cabeza. “¿Por qué no?” –preguntan varios de los presentes. “Porque su amiga es del mundo de los vivos”. El lugar se llena de murmullos y exclamaciones:
- ¿Dices que la mujer que hemos visto todas estas noches no es del mundo de los vivos? –pregunta uno de los hombres más jóvenes del grupo, con tono escéptico.
- Creo que no ¿acaso no conocen la leyenda de “La Lola”? –les pregunta el viejo.
- ¡No! Noooo!! Noooo!!! –responden casi al unísono. Se acomodan más cerca de la fogata y se acurrucan al lado del viejo para no perderse los detalles.
- Bueno –comienza con el relato. Fabián se sienta a su lado, sin cuestionar porque se interesa por la historia.- Se dice que una mujer llamada Dolores enloqueció luego que asesinaron a su ser amado, fue tanto el dolor y el odio que sobrevivió al tiempo y la muerte. Baja desde las montañas andinas para horrorizar y acosar a los habitantes del valle central, los indígenas la habrían llamado “La Lola” que significa “Tierra Muerta”, ya que si escuchas sus gritos quejumbrosos caes irremediablemente muerto.
- ¡Esas son tonterías! –grita uno de al fondo.
- Claro que es verdad -dice el viejo con aire de seguridad en sus palabras- la hemos visto casi todas las noches, yo he rezado para no escuchar sus gritos.
- ¡Estás loco viejo! –dicen algunos con tono burlón. Otros también se ríen, toman sus tazas de café y se apartan del grupo. Fabián se pone de pie, le da las gracias a todos por el tiempo. Un chico le toma el brazo.
- ¡¡¡Es cierto!!! ya se han suicidado dos personas. Ellos cayeron dominados por su hechizo, debe creerle a mi abuelo- los ojos del chico brillaban de pena profunda. Fabián le toma la cabeza como entregándole comprensión.
Se retira del campamento caminando en silencio por el puente. A lo lejos escucha ruidos y se detiene para poder escuchar mejor. Los ruidos eran perturbadores, confusos, quizás risas lúgubres, malvadas, sarcásticas. Pensó que se podía tratar de las personas que estaban en la toma. Los sonidos se transformaron de pronto en un llanto, en un alarido escalofriante. ¡No! Parecía una mujer sufriendo. ¡¡Carol!! Se dijo a si mismo. Se le contrajo el corazón, se le apretó el estomago. A lo lejos vio una silueta de mujer con vestido blanco. Era ella quién lloraba desgarradamente. Pero podía ser cualquiera, no necesariamente su amiga. Santiago esta lleno de personajes extraños, sin embargo corrió, corrió hacia la silueta que caminaba por el costado de arriba del río. De pronto un ruido metálico inundó el espacio. Era ensordecedor, áspero, perturbador. Un resplandor lo cegó completamente. La figura fantasmal se abalanzó contra Fabián.

                                                                        IX


Despertó desplomada sobre la arena grisásea de la ribera del río. Recordó el destello de luz. Por primera vez la puerta del ascensor ya no estaba a su espalda, había desaparecido. En el afluente vio que algo se movía como si un gran pez estuviese observándola. Se acercó. Era el reflejo de una mujer, el horrible rostro de una mujer deforme. Se asustó y comenzó a temblar. Miró nuevamente, era su reflejo, solo su rostro. “No temas Dolores” -le dijo una voz áspera, ronca como mezclado con gorgoteos acuáticos. Estaba asustada, no había nadie a su alrededor. Solo estaba ella, su reflejo y aquella voz que de pronto creyó escuchar que salía de si misma. “No me llamo Dolores” -grito desesperada, agitada. Daba vuelta sobre si misma. Miró nuevamente el reflejo del agua, era ella. Su reflejo que se difuminó, apareciendo poco a poco una criatura infernal. De pronto, un largo tentáculo emanó de las aguas, le tomó uno de sus pies y la arrastró hasta lo más profundo.

                                                                   X


En el reverso de la cuenta de luz: “Nuestra energía es para encontrarlos”:
- Carol Miranda, 29 años, Santiago Centro
- Fabián Sepúlveda, 30 años, Santiago Centro.
Sus rostros casi sonrientes quedaron compartiendo espacio junto a otras fotos estampadas en aquella parte trasera del papel.

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