El Dieciocho 2013
Este septiembre ha sido uno de los más extraños que me ha
tocado vivir. No recuerdo haber tenido un feriado tan largo para celebrar las
fiestas patrias, justo en el año en que se cumplen cuarente años del golpe
militar, en una campaña presidencial que, por primera vez en la historia, tiene
nueve candidatos.
Fue un septiembre raro, pero no por eso fue malo.
De eso hablamos un grupo de amigos, durante una de las
sobremesas post asado en estos últimos días.
No sé si habrá sido el vino, pero el diálogo se fue poniendo
intenso, y en un momento, cada uno de los comensales personificó a algunos de
los tipos de individuos en que uno se puede transformar cuando bebe un poco más
de alcohol de la cuenta: el borracho cargante, el lacho, el aniñado.
Lo bueno es que los borrachos no mienten.
Me cargó este septiembre del feriado largo, me dicen que los
que mejor lo pasaron, le ponen un promedio cinco; los que son de izquierda
disfrutaron, los que son de derecha pasaron piola. ¡Se impuso la mirada de la
izquierda!
Quedé un poco confundido, es posible que uno sea contrario a
Pinochet, o contrario a Allende. Antes no se podía hacer comentarios, había que
hablar bajito…por si había por ahí algún sapo cancionero.
- Obvio que ahora se puede- dijo un demócrata-cristiano.
Ellos son muy especiales, primero apoyaron a Pinochet,
después se opusieron.
- Eso qué importa, hay que dar vuelta la página – dijo un
señor Contreras – me pongo nervioso cuando hablan de muertos. A mí, que me
registren, les juro que no he matado a nadie; me trasladaron a Punta Peuco con
mis subalternos, para hacerme cargo de una crianza de palomas.
- ¡Ya…después conversamos!
Bueno, lo que importa ahora es la elección presidencial;
puede pasar cualquier cosa.
- Yo estoy feliz de que haya tres candidatas – dijo el lacho
– encuentro que las tres tienen algo en común…
- Ya…No le sirvan más vino a este tipo. Por favor ¡salud!
- ¿Y tú, qué nota le pones a septiembre?
- Yo le pongo un dos ¿cómo no voy a estar quemado, si me
encontraron el colesterol alto, no puedo comer asados, ni tomar vino. Me he
dedicado a puro manejar, pero lo malo es que me he encontrado en todos los
tacos de la carretera, y me da vueltas el tema de los cuarenta años. He estado
con acidez todos estos días.
- Bueno, prenderemos la parrilla de nuevo.
- Lógico – dijeron por ahí.
- ¡Pensé que nunca lo propondrían! Primero tiraremos el
pescado.
- ¿Cómo el pescado? ¿No será el lomo vetado? El pescado es
para los hippies.
- Puchas que son conflictivos, tiren todo a la parrilla y
listo.
- ¡Salud!
Declaración. ¡He andado tanto!
Si el Señor me regalara otro
trozo de vida, me haría el tiempo y dormiría dos días seguidos.
Después, al reincorporarme, con los músculos relajados y
desaguados los sueños, me pondría a revisar los cuadernos, las fotos, las
revistas, los objetos acumulados en los cajones y las cosas que he venido
acarreando de casa en casa, desde hace años.
Esto sería equivalente a asomarse
al boquerón de un mundo olvidado y extraer de él, el espesor de una historia.
Luego sentiría probablemente, ganas de salir a la calle y
caminar un poco a la deriva, con todo el tiempo del mundo, un tiempo horizontal
extensivo, una especie de crédito ilimitado, girado a la cuenta del destino.
Observaría
por qué las calles han amanecido de una visibilidad distinta a la habitual, ahí
estarían ciertas ventanas resquebrajadas, los floridos almendros y ciruelos
encendidos en agosto, los plátanos orientales, las pequeñas hierbas creciendo
en las grietas de las veredas. Los cafés con las vidrieras cubiertas por el sol
matinal; las mujeres hablando por celular a carcajadas, mientras el “humo azul”
del cigarro asciende en espiral entre las hebras de pelo suelto que oscilan
sobre sus caras.
“Si tuviera tiempo”, tocaría la guitarra y cantaría algún
bolero, que me recuerde sus besos, sus labios, su calor que llevo como un
destello de ese tiempo que llegaste a mi vida, encendiendo la luz de mi
corazón.
Pero todos mis sueños se fueron marchitando, no sé qué ocurrió,
se fue la ilusión; aunque ya pasó la vida, aún te recuerdo.
También
me gustaría en un día de sol ir al río Maipo, y en algún recodo, tirar piedras
al agua, mirar la cordillera nevada y dormir al sol del invierno.
Compraría
regalos para la gente que quiero para el día de sus cumpleaños, una estera, un
pámpano de alabastro, una lámpara, una botella de licor de pera, un par de
pavos reales, un gato persa y una trutruca,,,en fin.
“Si
tuviera algo de ese maldito tiempo”…
Me
compraría un tambor, para cuando me acosen los problemas.
Estudiaría
por qué la sensación de estar enamorado, la localizo más en el corazón, que en
la zona del bulbo raquídeo.
Bien, ya
no me acosa ese amor obstinado de antes.
“Ya he andado tanto”.
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UN CONCURSO DE CUENTOS
Café Alvear, un café de barrio, ubicado en Simón Bolívar
4744-B, comuna de Ñuñoa de Santiago,
nació con el objetivo de reunir a sus vecinos en torno a un café, arte y
cultura. Entre los meses de marzo a mayo del presente año, se realizó el Primer
Concurso Literario, que invitó a escribir un cuento con el tema “Una historia
de mi barrio”
Participaron 26 obras, de las cuales, un jurado de la
Sociedad de Escritores de Chile, eligió a 10 finalistas que fueron sometidas a
votación popular en la página web: www.cafealvear.cl.
El jurado, estuvo compuesto por los escritores Guadalupe Becerra, Edmundo Herrera y Emilia
Páez.
Los tres primeros lugares correspondieron a:
Primer lugar: Alex Mauricio Benavides Fuentealba
con el cuento “Guerra fría”
con el cuento “Guerra fría”
Segundo
lugar: Mario Henríquez Contreras
con el cuento Café Amargo.
Tercer lugar: Andrés Rojo Torrealba
con el cuento: “La primera lluvia de Otoño”
con el cuento Café Amargo.
Tercer lugar: Andrés Rojo Torrealba
con el cuento: “La primera lluvia de Otoño”
Incentivar la lectura y la creación literaria, es sin duda
una hermosa iniciativa. Queremos a través de estas páginas, dar a conocer el
concurso de Café Alvear como un ejemplo que merece ser replicado en muchos
otros lugares de encuentro.
Ana
María Montalva.
GUERRA FRÍA
No solo las niñas jugaban a Los
Países, a falta de una pichanga jugar a Los Países era una buena opción. En
aquellos años, los juegos eran de tradición e ingenio,
como así
también las ideas y tendencias de la familia te marcaban y brotaban en
cualquier momento hasta en un simple juego. Hoy medito, con nostalgia de
nuestra inocencia, a pesar de todo éramos niños sanos, buenos vecinos y amigos.
Chile, siempre Chile, el que
primero se identificaba era Chile ¡quién no! Luego se nombraba Argentina, no
recuerdo si algún peruano, pero siempre era un país vecino como si nuestro
mundo conocido fuera solo ése. La excepción, Víctor, él era siempre Rusia,
aunque en esos años era URSS. Para él era lo mismo y decir URSS resultaba
complicado. Creo que ni sabía dónde quedaba, solo le era familiar. Yo gritaba
Estados Unidos como si fuera su antagónico, cosa que no era así, pero la
devoción por ese país fue solo por mi sueño de ser astronauta o astrónomo y
porque eran los buenos en las películas de guerra.
Entre tantos lanzamientos, fue el
turno del Chico Vásquez, al tirar la pelota gritó ¡ Rusia!, Víctor corrió y tomó
la pelota sin dificultad y tan rápido que todos quedamos cerca. ¡Alto!, ¡alto!
dijo y los países quedamos a su alcance. A pesar de que yo era el más lejano,
hizo todo su esfuerzo por alcanzarme con la pelota.
Una mañana de septiembre, mi abuelo
fue el primero en izar la bandera en el negocio de la esquina, le siguió mi
madre. Ese día las cortinas de la casa de Víctor se mantuvieron cerradas y la pelota
abandonada en el jardín.
Alex Mauricio Benavides
Fuentealba.
Primer lugar en el Concurso
de cuento organizado por Café Alvear.
Año 2013.
DE REGRESO A CASA
Melania Tello Romero
Percibo su presencia y no está. En el aire flota su
perfume; toda la casa es ella. El piso brillante, cada cosa en su lugar y las
infaltables flores en el jarrón. En la mesa del living dos ceniceros de
cristal, en el centro la última inversión o el último capricho: una estatuilla
adquirida en una casa de antigüedades, según su opinión, muy exótica.
En
el sofá espero que pronto aparezca. Miro
sin interés el adorno que de tal no tiene nada, es una especie de cuerpo humano
con características de hombre y mujer, por brazos dos tentáculos y la cara no
está definida, tal vez por el deterioro del tiempo. Me dirijo a la cocina tan
pulcra y ordenada, que sin ser experto, se advierte que no fue usada para
preparar el almuerzo, menos para la cena.
¿Dónde habrá ido?
Nunca sale sin avisarme, siempre me llama o deja una nota.
Quizás llamó y el teléfono estaba
ocupado, también puede que haya enfermado su madre y tuvo que salir de prisa.
Llamaré a casa de mi suegra… No, mejor le doy un tiempo
más…No debo preocuparme, total yo estoy todo el tiempo afuera y ella espera
paciente mi llegada.
Trato de entretenerme leyendo el diario. Los minutos
avanzan lentos.
Cuando está en casa todo es diferente; quiere saber de mi
trabajo, me cuenta novedades mientras se traslada de la cocina al comedor
preparando la mesa.
Daniela no es bonita, tampoco fea; es alegre y con mucha
personalidad, escucha a todos sin excepción e inspira confianza.
Miro el reloj: las 22 horas…¡Qué tarde! No quiero alarmarme,
pero ya me estoy inquietando.
Llamo por teléfono a su madre, lo hago repetidas veces sin
que conteste…espero…cuelgo. Tomo la libreta de apuntes telefónicos, llamo a
cada una de sus amigas, pero nadie sabe nada.
Mi preocupación aumenta, ha transcurrido una hora. Me paseo
de un lugar a otro. Tendré que llamar a los hospitales, a las postas y a
carabineros. Esto no puede dilatarse por más tiempo.
De pronto algo se ilumina en mi cerebro, ¡Gracias a Dios
hoy es martes! Que torpe soy. Los martes mi suegra asiste a unas reuniones
sociales muy importantes para ella, y recuerdo que hace tiempo que trata de
convencer a Daniela para que la acompañe. Hoy se decidió pensando estar aquí
antes que yo llegara y se le hizo tarde; eso debe ser. Si hubiera sucedido algo
malo ya lo sabría, las malas noticias se saben pronto.
No tengo apetito. Me recuesto en el sillón, dejo que mis
pensamientos vaguen con toda libertad, recuerdo: las rutinas de la oficina, las
bromas de mis colegas, el genio del jefe, su prepotencia, y de pronto se
proyecta Daniela ¡Mi Daniela! Imprimiendo en un cuaderno rodos sus
sentimientos: “Esto es muy íntimo y muy privado”, me dice sonriendo; la miro
complacido y me siento tranquilo.
Despierto sobresaltado, me quedé dormido, son la una de la
madrugada. Escucho un ruido, trato de localizarlo, fue como un llamado casi
inaudible. ¡Daniela!, llamo en voz alta; sólo el eco de mi voz regresa a mis
oídos. Me pongo de pie, los vidrios de la ventana devuelven la imagen de mi
rostro pálido y nervioso.
Abro la puerta de la calle; el aire frío entumece mi
cuerpo. Vuelvo a llamar a su madre; el fono marca ocupado; olvidaba que de
noche lo descuelga para que no molesten su sueño.
Recorro todas las dependencias: el dormitorio, el baño, la
pieza de invitados, la cocina y ¡Nada!
¿Qué hacer? ¿Dónde ir a buscarla? No tengo miedo, pero esta
quietud me aterra.
Revuelvo todo en el dormitorio: el velador, el ropero, la
toilette, la cómoda. En uno de sus cajones mis manos tropiezan con un cuaderno,
es el de Daniela; lo ojeo rápidamente, me detengo en la última página,
reconozco su letra aunque un tanto desordenada, pero con los caracteres más
destacados y leo:
“Eduardo, destruye la estatuilla del living, de ella brota
un magnetismo increíble, posee un algo misterioso y sobrenatural, ¡Hazlo
ahora…Ahora!”
Corro al living desconcertado, dispuesto a cumplir el
pedido de mi mujer. Mi sorpresa es enorme, la estatuilla no se encuentra allí.
La busco afanoso, corro muebles y estufas sin resultados. Regreso al
dormitorio y metida en la cama se
encuentra Daniela; me sonríe voluptuosa, sus ojos me invitan a estrecharla
entre mis brazos.
¿Qué broma es esta mi amor? La destapo para desquitarme de
su gracia y hacer que sienta el frío de la noche. Horrorizado veo que “eso” no
es su cuerpo. Unos tentáculos me aprisionan, me arrastran hacia sí; es la
estatuilla con la cabeza de mi dulce Daniela. Lucho desesperado, la
transpiración invade toda mi piel. La lámpara del velador cae dejando el
dormitorio a oscuras. La voz de Daniela trata de calmarme, me susurra al oído
que me ama, que no la deje; sus ardientes labios se podan en los míos y ya sin
voluntad, dejo de luchar entregándome a esos diabólicos tentáculos.
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