Angelina Milla
Caminan por una calle de tierra, su menudo brazo lo lleva enganchado al de una robusta mujer de aspecto humilde y de vez en cuando aprieta la manito que asoma a la altura de su cintura, en señal de su inmenso cariño. Van sosteniendo una entretenida conversación, mientras caminan hacia la escuela.
-Mami, dice el niño, con voz dulce y cándida ¿falta poco para navidad?, ojalá esta vez el viejito me traiga lo que le pedí el año pasado, ¿Alcanzará a llegar para esa fecha mi papi…? Ella se estremece al escuchar la pregunta y en forma imperceptible suspira hondo, y recuerda la bochornosa noche cuando su marido, un borracho incurable, llegó, como era su costumbre, muy tarde, arrastrando los pies y vociferando palabrotas indescifrables. Se acercó al dormitorio donde dormía su mujer y su único hijo, un inteligente muchacho de 5 años, el que descansaba plácidamente con una sonrisa angelical dibujada en su rostro.
El hombre, enternecido por la escena, y pese a su estado, se acerca sigilosamente al niño y lo besa suave en la frente, esparciendo su fetidez en el ambiente. Pero al salir del cuarto, nota que la puerta de entrada había quedado entreabierta y en la oscuridad de la noche se recortaba la figura de una persona con intenciones de entrar, entonces con toda su rabia y temiendo un engaño de su esposa, se abalanza y golpea al individuo sin compasión, hasta dejarlo sin movimientos en el suelo.
Al escuchar tal alboroto, la mujer se levanta alarmada de la cama, y al encender la luz del living, descubre a su marido con las manos ensangrentadas mirando el cuerpo inerte de un hombre, vestido de viejo pascuero, que yace malherido en el piso, al lado de un saco repleto de regalos dispersos por todos lados. Luego al quitarle la barba para descubrir la identidad del desconocido, la mujer increpa al marido diciéndole que acaso no reconoció a su compadre, presidente de la junta de vecinos del barrio, que siempre realizaba la noble misión en navidad, de repartir los regalos a los niños, y que al ver la casa con luces decidió llevarle su regalo al ahijado para hacerle feliz la noche y cumplir su pedido expresado en la carta al viejo pascuero que él había guardado.
A raíz de este episodio, el hombre cumplía condena en una cárcel de la ciudad, donde se dedica actualmente a fabricar juguetes en el taller del penal. La madre, para proteger al menor, nunca le contó la verdad, en cambio le dijo que su padre había viajado al Polo Sur, para encontrar al viejo pascuero y ayudarle a fabricar muchos juguetes, entre ellos, el monopatín que él tanto deseaba…
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