sábado, 31 de diciembre de 2011

LOS INDIGNADOS




Mauricio González


Desde la ventana del séptimo piso, parecía que hubieran pateado un gran hormiguero. Allá abajo, era un entrevero: miles de voces reclamando en la Alameda, coloridas comparsas, ulular de sirenas, alegres cánticos, vidrios quebrados, ingeniosas pancartas, disfraces y carros alegóricos, el guanaco botando como palitroques a la vanguardia que afinaba la puntería contra el escuadrón de novatos, mientras la música de los roqueros- sonando en el escenario preparado para el cierre – se mezclaba con la nube de gases tóxicos que ascendía rápidamente.

Llorando y tosiendo sin consuelo, escuchaba rezongar por detrás a los nostálgicos de tiempos más oscuros, mientras esperaban su turno: “estos cabros de mierda…hasta cuando van a seguir jodiendo y destruyendo todo…que no dejan trabajar…que así no se puede…hace falta mano dura con ellos…”


Algo estaba cambiando con esta nueva generación cansada de recibir los combos y las patadas, hartos de sentirse efímeros, con las raíces vueltas al revés. Estaban tendiendo nuevos puentes, dándole un sentido a su descontento.

Buscaban liberarse de la fuerza destructora del miedo, escapar de la prisión del egoísmo, contagiar con su movimiento y alegría, en un auténtico gozo compartido, a los que seguían inmóviles, funcionando. Habían recobrado la dignidad.
Escapando del secuestro masivo de esta época que no cumple lo que promete, conjuraban el escepticismo, el relativismo y el desencanto con la gracia, el color y el brillo de un enorme caleidoscopio apuntando hacia un futuro luminoso.

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