Gladys Abarca
El hombre, mientras conducía su automóvil a gran velocidad por las calles de Nueva York, trataba en los semáforos de buscar su celular, era imperioso que hiciera una llamada. Cuando logró encontrarlo, se dio cuenta que estaba descargado, lanzó una maldición y apuró más el vehículo. Entró casi corriendo a la oficina en el piso 60 de la torre. Le ordenó al secretario, que lo miró sorprendido: ¡Que nadie me moleste, debo hacer una llamada urgente!
Se sacó el impermeable y lo tiró en un sillón, acto que no era habitual en él. Siempre con mucho cuidado guardaba su ropa en un pequeño closet disimulado en la muralla. Le gustaba ver su oficina impecable.
Pero era más importante hacer esa llamada y no debía perder tiempo. Marcó el número mientras miraba el paisaje desde su amplio ventanal, el día era frío pero luminoso y podía ver el puente de Manhattan con sus cintas de vehículos avanzando, miró hacia el horizonte, éste era de un azul claro y solo pequeñas nubes jugueteaban en el cielo. El teléfono hacía el sonido clásico de la llamada pero al otro lado de la línea nadie contestaba. En un murmullo rogaba - ¡por favor Anne contéstame! Debo y quiero disculparme, no debí ofenderte, te amo igual que siempre, tal vez más que antes, has sido una buena esposa, sin tu ayuda ahora no estaría en esta torre ni tendría tanto éxito.
Levantó la vista, como para rogar al cielo que ella le contestara, pero vio con espanto un avión que se venía encima, directo a donde estaba.
En ese mismo instante se levantó el auricular al otro lado y una voz femenina preguntó - Hola, ¿Quién habla? Y sintió por respuesta un espantoso estruendo.
La oficina reventó en mil pedazos y el hombre moribundo quedó atrapado entre los fierros retorcidos, aún tenía en teléfono en la mano y con su último aliento dijo: perdóname te amo.
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