A veces la inteligencia y el sentido común se divorcian.
Son dos de los componentes de la mente humana que es esencialmente cazadora, exploradora, conquistadora.
Mientras la inteligencia procesa información, compara, indaga, analiza etc. en este ejercicio se separa de la cotidianeidad. El sentido común en cambio, está atento al peligro y es el cable a tierra conectado a las necesidades corporales. Por tanto asegura la continuidad de la vida personal.
Le sucede a los jóvenes que se abstraen por horas en internet o con los auriculares puestos para entender o memorizar los datos informativos o la música u otras atracciones ,tanto que llegan con estas actividades intelectuales a un punto de fatiga .Ahí el sentido común tironea a la inteligencia y le dice :”debes alimentarte” o “es necesario que descanses, que duermas, porque dependes de un organismo que se nutre y renueva con el descanso”
Hemos lamentado la pérdida de vidas y los accidentes de personas ensimismadas que no alcanzan a reaccionar en el cruce de calles o de los que conducen pendientes del teléfono portátil.
Personalmente me ha sucedido ir caminando abstraído sin darme cuenta quién pasa al lado mío o por donde voy y repentinamente al doblar una esquina encontrar aspectos de una calle nunca vistos .Allí el sentido común me detiene y me induce a reconstituir el recorrido hasta que logro orientarme .
En algunos comics hay personajes que representan estos hechos como el inventor o el giro sin tornillos . Justamente el tornillo caído o perdido es el sentido común.
En ocasiones toda la sociedad aparece como deschavetada por no reaccionar a tiempo ante grupos que proyectan soluciones muy estudiadas y con recursos y programas coherentes como sucedió con el Transantiago. Un diseño perfecto con las variables computarizadas, hecho en muchos escritorios que termina en un fracaso. Tarde apareció el sentido común para hacerles comprender que el estudio debió empezar con una consulta ciudadana que habría aclarado que la partida estaba en las necesidades de transporte de los pobladores y en los recorridos que estos precisaban para llegar hasta los lugares de trabajo.
Hay muchos pecados por el estilo en que aparecen descuidos básicos. Poco después del terremoto del año pasado, las regiones centrales del país quedaron a oscuras durante muchas horas aumentando la intranquilidad de los habitantes .El blackout se produjo en el sur por un transformador que colapsó .Quedó ahí de manifiesto la precariedad del tendido eléctrico en altura .Sin embargo ahora quieren llevar a cabo el proyecto de Hidroaysén que supone cientos de kilómetros más de cableado.
Pensemos lo que sucedería si unos pocos terroristas dinamitaran una o dos torres. Paralizarían el país, sería el caos.
En la hora presente inquieta la cultura de guerra permanente de nuestras fuerzas armadas .De ellas sentimos orgullo por su tradición, pero no nos sentimos conformes con su dialéctica de ruleta rusa, del todo o nada, de estar siempre al borde del precipicio, al filo de la catástrofe. Es doloroso recordar la tragedia de Antuco .Los oficiales mantenían un proyecto de instrucción militar de fortalecer la capacidad de resistencia en situaciones adversas .Esto llevó a la muerte en una marcha forzada en la nieve a 40 soldados que no contaban con el equipamiento térmico para sobrevivir en la helada cordillera . En estos días lloramos por la caída del avión militar en el archipiélago de Juan Fernández. Veintiún pasajeros de lo más selecto y valioso de nuestra gente en una misión de entrega, de solidaridad con los isleños, embarcados en un avión militar que debía aterrizar si o si, porque no tenía combustible para regresar al continente.
En tiempos de paz los militares no pueden levantar el lema de “o vivir con honor o morir con gloria” y convertir todas las acciones en proezas, en actos de arrojo y valentía. Vivir con honor es también vivir sin riesgo y no hay cobardía en cautelar las vidas humanas.
Es una tragedia absurda y era totalmente evitable.
A veces la inteligencia y el sentido común se divorcian para nuestra desgracia.
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