Gladys Abarca
Existen unos versos de Neruda que se refieren a la palabra. En ella explica cómo los invasores españoles cuando llegaron a nuestras latitudes se llevaron todo lo que quisieron; el oro, la plata, el cobre, etc. Pero a la vez nos dejaron un idioma que nos permitió comunicarnos en toda América Morena,
Al comunicarnos entre los hermanos, los pueblos de este lado del mundo, usamos el mismo idioma, podemos hablar de amor, de odio, de compañerismo, de anhelos y nos entendemos.
Pero como dice Neruda, las palabras vuelan como mariposas, se van huyen, se alejan y no las podemos retener, y la mayoría de las veces se terminan olvidando.
Pero la palabra atrapada en un blanco papel, untada de tinta, queda en forma permanente a nuestra disposición; la carta de una amiga, de un pariente lejano, de un amor, la guardamos como tesoro, la podemos releer cuantas veces queramos, ellas no pueden huir, están atrapadas por la eternidad.
¿Quién no tiene guardada una carta, o un pequeño mensaje entre sus tesoros más preciados?
Se podría decir que la palabra atrapada es hermosa, nos evoca añoranzas, pero desgraciadamente no siempre es así, existe también el mensaje escrito, cruel, dañino que nos acongoja, nos daña el alma, todos lo sabemos reconocer; lo llamamos anónimo.
Existe también otras palabras atrapadas en un gran papel blanco que llamamos a veces diarios, semanarios, magazines, y son colocadas ahí por personas muy respetables, que han estudiado y su labor es informar a la opinión pública de los acontecimientos ocurridos, ya sea en el país o en el extranjero. Se supone que son hombres y mujeres con una ética profesional muy exigente.
¿Pero de verdad es así?
Tomemos un periodista cualquiera, veamos su currículo, dónde estudió, quiénes fueron sus profesores, qué orientación obtuvo de ellos y por último, en qué medio de comunicación trabaja.
Si estudió en la Universidad Católica y trabaja en El Mercurio, su visión de los hechos será absolutamente distinta a la visión de un periodista que estudió en ARCIS y que trabaja el El Siglo.
La verdad es que esto no debiera ser un tema de polémica, dirá la mayoría de los ciudadanos y razonará que si leo El Mercurio es porque me identifico con sus análisis y no me importa lo que publiquen otros diarios; lo mismo puede razonar un lector del semanario El Siglo.
Pero si miramos un poco más profundamente esta situación, veremos que no es tan banal el problema,
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