LA MUJER QUE VIENE
Rolando
Salas Cabrera
Dedicado a
L. M. G. Ch.
Te espero.
No tardes.
Si me
parece
que ya
diviso en lontananza
la silueta
de esta mujer deseada
y
satisfecha.
De esta
mujer amiga, compañera.
Pero
siempre libre.
Que no ha
plegado sus alas y
no ha
sellado sus labios
y viene
caminando por los viejos senderos,
cubiertos
de flores sus breves ropajes.
La espero
aquí,
como si
fuera un muerto
y
atisbando está el milagro
que nos
devuelva al mundo, al empeño
de
reiniciar la vida cada día.
Pues, es
eso. Ella es el alma de todas las mujeres.
No es
hermana, ni madre, ni esposa.
ni
siquiera una novia
que
bosteza en la soledad de la noche.
Es
libertad, aquella libertad
que se
quedó dormida en la maleza
del hombre
y sus conquistas.
Entre
guijarros transcurrieron los siglos
Era el
hombre el que afirmaba su temor
y sus
glorias,
y ella,
una ausencia
que
ofrecía sus cántaros
a los
despojos del mundo.
La
historia ha sido infiel,
y es la
mujer, amada y denostada,
quien debe
despertar
de este
sopor.
Que se me
entienda.
En este
sueño, ella vive, trabaja, ama, y
más de una
vez sucumbe
al poder
del hombre y de sus miedos.
La
hipocresía de los hombres,
intenta
redimir al varón y sus desmanes.
Yo,
nosotros,
simples y
mínimos poetas
queremos
el milagro de una mujer
caminando,
lo hemos dicho,
por los
viejos senderos.
Despierta,
con la lucidez
en la
mirada, en las manos,
en el
cuerpo y la conciencia.
Nunca una
virgen de pálidos desvelos.
Ni una
hembra acuciada
por
tórridas caricias.
Simplemente
una mujer,
algo tan
tenue y tan hermoso:
que va de
prisa hacia el trabajo,
que elige
en el mercado
los dones
venturosos del mar y de la tierra.
Que busca
el monedero para
ajustar
las cuentas y en algún momento
del día o
de la noche
descubre
la ternura de la entrega:
el placer
de ser serpiente
o ser
gacela.
A veces es
horrible.
Grita,
maldice hacia los cielos
y hasta el
señor de los infiernos
se esconde
en su palacio invisible.
A veces es
una flor encantada
cuyos
pétalos tiemblan
con el
rugir del mundo y su locura.
Amamanta a
los hijos,
Analiza
con la lucidez del sabio
el oscuro
misterio de la física cuántica,
Reinventa
en el silencio de la tarde
unos
versos poblados de secretos.
Sus amores
son siempre amor
y no
repiten el gastado discurso
de las
normas,
ni las
etiquetas ya antiguas
del sexo
masculino.
Y sin
embargo, ya lo he dicho:
avanza por
los viejos senderos.
Aquí la
espero. Te espero.
No tardes.
Antes de marcharme
hacia los
arrabales del silencio,
quiero
saber que llegas.
Que has
llegado.
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