Otra
vez la gente puede atravesar este edificio; al comienzo miraban para todos
lados como si los fantasmas que todavía rondan estuvieran a punto de venírseles
encima. Contigo, Julián, nos íbamos por aquí a la casa central, cagándonos de
la risa por la cara que ponían los pacos de la entrada, debíamos parecerles
revolucionarios de a peso con los jeans rotos, las mechas afro, las mochilas
que parecían cargar piedras. Pero podían convertirse en perros rabiosos como
esa vez que estábamos pololeando en el gimnasio y llegó el Rodrigo. ¡Ustedes
escondidos atracando y no saben que entraron los pacos y los compañeros están
cayendo a montones! Corrimos a ver qué pasaba, pero los que caímos fuimos
nosotros porque recién nos habían elegido para el centro de alumnos y eso no
les gustaba. A mí me tiraron a la comisaría y hasta me pateó esa paca infeliz
en el furgón jactándose que en cualquier momento nos podían disparar y ella
tenía su chaleco antibalas pero todas nosotras... puso cara fea cuando le dije
que la cabeza no se la protegía ese gorrito de trapo.
Pero
a los hombres les fue peor cuando les hicieron simulacro de fusilamiento y te
pusiste choro, Julián. ¡Que nos íbamos a
figurar las cosas que estaban pasando! Si, pobre amor, les sacó pica tu actitud
y cuando terminaron contigo ya no eras, ni nunca volviste a ser el mismo.
Y
es por ti, Julián, que ahora en los cincuenta pasados y con cargo oficial,
enciendo un porro como saludo a la bandera y me lo fumo en sus caras, mientras
ellos - que entonces casi ni habían nacido - saludan y mueren pollo.
Patricia Franco M.
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