domingo, 1 de junio de 2014

CASCARITA





Osvaldo Mora Rivas

"Aseguraban tenía 117 años, era muy querido en el poblado de sólo 3.00 habitantes.
Allí nací.  Fui parte de un grupo de chiquillos pícaros, ladronzuelos de frutas en el verano y niños llorones en el invierno, las lágrimas brotaban al acercarnos un pedazo de chalota a los ojos.
Nuestros lugares de trabajo eran el estadio, la iglesia y la estación ferroviaria, donde nos hacía la competencia un ciego cantor y guitarrero; el "Cara de Laucha", soltaba alguna cuerda del instrumento, entonces el no vidente se enojaba consigo mismo diciendo: "por la cresta que estoy lingote".  Mientras afinaba el instrumento, nosotros llorábamos y recibíamos algunas monedas, a veces galletas o caramelos.  Ambos usábamos gorros de lana, con carbón teñíamos un poco el rostro y con el pelo a los ojos, quedábamos irreconocibles.  En el verano éramos el azote de las quintas, los perros quedaban mansitos con algo de pan y cáscaras de queso.  Cuando algunos eran incorruptos, pedíamos al viejito una perra grande y bonita de color café claro, era muy coqueta y parecía saber el papel que debía jugar para que nosotros entráramos sin cuidado a la quinta.   Sacábamos bolsas con fruta y volvíamos felices; ella también  y a los pocos meses era madre de hermosos cachorros que vendíamos repartiendo el dinero con el "Cascarita".
Cuando teníamos stock, nos gustaba escuchar al vejete, mientras comía manzanas con su "cahuisca". Raspaba con gran habilidad la pulpa hasta dejar sólo su delgada cáscara. Como no tenía dientes buscó esa forma para saborear la fruta; nosotros dábamos un par de pasadas por la camisa y a fuertes mordiscos comíamos una tras otra, 
mientras el narraba, nos contaba parte de su vida, no perdíamos detalle del relato, relacionado con su triste niñez.  Hablaba de su norte querido, de la solidaridad del pobre, de sus sufrimientos, su voz tierna se tornaba violenta al recordar los brutales castigos por el solo hecho de exigir mejor trato.   A nosotros nos dolía el pecho, nos preocupaba el viejito de piel blanca, casi transparente, arrugada, húmedos sus pícaros ojitos; parecía que esta antigua cascarita de árbol nortino se quebraría y nosotros jamás podríamos juntar tantos pedacitos esparcidos por el suelo, pero no se quebraba y más calmado seguía:
- Por eso les ayudo para que le saquen aunque sea manzanas a esos explotadores de campesinos.
 Una vez le contradije: -si los ricos son tan malos ¿por qué los presos son casi todos pobres?
- Escuchen pequeños monos, la mayoría de los que están en la cárcel ha robado por hambre.  Cuando sean grades sabrán lo que significa tener una familia y estar cesante; también por qué se prostituyen algunas mujeres.
- Explique mas-, pidió el "Cara de Cajón"
- ¡ Cállate!, le dije, ¿ cómo no vas a entender?-. Pero yo no lo tenía claro..-Mejor hable otra vez de su amigo dirigente, pedí.
- Está bien, a mí me gusta recordar a don "Reca", si lo hubieran visto cuando hablaba a todo sol o en las heladas noches, no sentíamos frío ni hambre, pero como crecía nuestra conciencia.
- ¡Cascarín!, se oye la voz de la viejita "Cachera", es la dueña del pequeño boliche llamado "Cachito".
El viejito era allegado de muchos años, yo le veía como dueño de casa.
-  Anda a comprar miel y un poco de papel, esta noche haremos cachos, quedan muy pocos.
-  Que me demoro doña "Lena", voy de una carrerita, - responde.
-  Esperen, a la vuelta les hablaré de las Mancomunales para que aprendan a defenderse como hermanos.
-  ¡Apúrate, viejo revoltoso, grita doña Magdalena.
-  ¡Ya voy, ya voy chiquilla! - arrastrando los pies e intentando un trotecito, se aleja.
Ella parecía enojarse cuando él la trataba así, aunque sólo aparentaba. Según los clientes, se creía joven pese a sus 97 años.
Pasa una hora, luego dos y él no vuelve.
- ¿ Se dan cuenta? demora - nos dice
-  Puede haberse terminado la miel y busca en otra parte, dice el "Pata Chula", tratando de ayudar.
- Contando mentiras debe estar con su amigo, "Pájaro Triste", pero ya llegará y ahí lo quiero ver.
-  ¡Hola! doña Lena.
-  ¡Buenas tardes, Teolinda!
-  Véndame unas cebollitas,...así que el viejo no llega, capaz que esté donde la Estercita, dicen que está templá con don "Cáscara".
-  ¡Que va a ser,...! - pero si es diabla, le da lo mismo  un chiquillo que un abuelo.
-  Bueno, ya le preguntaré al pillo.
Un carabinero pregunta por ella.
-  Yo soy, ¿ qué pasa? ¿ por qué le detuvieron?
-  No está detenido doña, el viejito fue atropellado, traía miel y unos pliegos de papel, tómelos.
- ¿ Está vivo? preguntamos a coro.
-  Es muy triste, pero está muerto.  Pidió decir a sus muchachitos que algún día otro viejo les hablara de las Mancomunales, yo no sé que será eso.  También alcanzó a decir que usted fue su único gran amor.
Doña Magdalena sólo lloraba, no emitía palabra, sus lágrimas se anidaron un momento en sus arruguitas, luego caen sobre el pecho, mojando la blusa y el pañuelo de color rojo, que le regalara para su último cumpleaños.
Nosotros la rodeamos, tomamos su cintura - no la dejaremos sola dijimos-   Nos miró con gran ternura, después de un momento pudo hablar: "Hijitos, Dios les bendiga"

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