Osvaldo Mora Rivas
"Aseguraban
tenía 117 años, era muy querido en el poblado de sólo 3.00 habitantes.
Allí nací.
Fui parte de un grupo de chiquillos pícaros, ladronzuelos de frutas en el
verano y niños llorones en el invierno, las lágrimas brotaban al acercarnos un
pedazo de chalota a los ojos.
Nuestros
lugares de trabajo eran el estadio, la iglesia y la estación ferroviaria, donde
nos hacía la competencia un ciego cantor y guitarrero; el "Cara de
Laucha", soltaba alguna cuerda del instrumento, entonces el no vidente se
enojaba consigo mismo diciendo: "por la cresta que estoy lingote".
Mientras afinaba el instrumento, nosotros llorábamos y recibíamos algunas
monedas, a veces galletas o caramelos. Ambos usábamos gorros de lana, con
carbón teñíamos un poco el rostro y con el pelo a los ojos, quedábamos
irreconocibles. En el verano éramos el azote de las quintas, los perros
quedaban mansitos con algo de pan y cáscaras de queso. Cuando algunos
eran incorruptos, pedíamos al viejito una perra grande y bonita de color café
claro, era muy coqueta y parecía saber el papel que debía jugar para que
nosotros entráramos sin cuidado a la quinta. Sacábamos bolsas con fruta
y volvíamos felices; ella también y a los pocos meses era madre de
hermosos cachorros que vendíamos repartiendo el dinero con el
"Cascarita".
Cuando
teníamos stock, nos gustaba escuchar al vejete, mientras comía manzanas con su
"cahuisca". Raspaba con gran habilidad la pulpa hasta dejar sólo su
delgada cáscara. Como no tenía dientes buscó esa forma para saborear la fruta;
nosotros dábamos un par de pasadas por la camisa y a fuertes mordiscos comíamos
una tras otra,
mientras
el narraba, nos contaba parte de su vida, no perdíamos detalle del relato,
relacionado con su triste niñez. Hablaba de su norte querido, de la
solidaridad del pobre, de sus sufrimientos, su voz tierna se tornaba violenta
al recordar los brutales castigos por el solo hecho de exigir mejor trato.
A nosotros nos dolía el pecho, nos preocupaba el viejito de piel blanca,
casi transparente, arrugada, húmedos sus pícaros ojitos; parecía que esta
antigua cascarita de árbol nortino se quebraría y nosotros jamás podríamos
juntar tantos pedacitos esparcidos por el suelo, pero no se quebraba y más
calmado seguía:
- Por eso
les ayudo para que le saquen aunque sea manzanas a esos explotadores de
campesinos.
Una vez le contradije: -si los ricos son tan
malos ¿por qué los presos son casi todos pobres?
- Escuchen
pequeños monos, la mayoría de los que están en la cárcel ha robado por hambre.
Cuando sean grades sabrán lo que significa tener una familia y estar
cesante; también por qué se prostituyen algunas mujeres.
- Explique
mas-, pidió el "Cara de Cajón"
- ¡
Cállate!, le dije, ¿ cómo no vas a entender?-. Pero yo no lo tenía
claro..-Mejor hable otra vez de su amigo dirigente, pedí.
- Está
bien, a mí me gusta recordar a don "Reca", si lo hubieran visto
cuando hablaba a todo sol o en las heladas noches, no sentíamos frío ni hambre,
pero como crecía nuestra conciencia.
-
¡Cascarín!, se oye la voz de la viejita "Cachera", es la dueña del
pequeño boliche llamado "Cachito".
El viejito
era allegado de muchos años, yo le veía como dueño de casa.
-
Anda a comprar miel y un poco de papel, esta noche haremos cachos, quedan
muy pocos.
-
Que me demoro doña "Lena", voy de una carrerita, - responde.
-
Esperen, a la vuelta les hablaré de las Mancomunales para que aprendan a
defenderse como hermanos.
-
¡Apúrate, viejo revoltoso, grita doña Magdalena.
-
¡Ya voy, ya voy chiquilla! - arrastrando los pies e intentando un
trotecito, se aleja.
Ella
parecía enojarse cuando él la trataba así, aunque sólo aparentaba. Según los
clientes, se creía joven pese a sus 97 años.
Pasa una
hora, luego dos y él no vuelve.
-
¿ Se dan cuenta? demora - nos dice
-
Puede haberse terminado la miel y busca en otra parte, dice el "Pata
Chula", tratando de ayudar.
- Contando
mentiras debe estar con su amigo, "Pájaro Triste", pero ya llegará y
ahí lo quiero ver.
-
¡Hola! doña Lena.
-
¡Buenas tardes, Teolinda!
-
Véndame unas cebollitas,...así que el viejo no llega, capaz que esté
donde la Estercita, dicen que está templá con don "Cáscara".
-
¡Que va a ser,...! - pero si es diabla, le da lo mismo un chiquillo
que un abuelo.
-
Bueno, ya le preguntaré al pillo.
Un
carabinero pregunta por ella.
- Yo
soy, ¿ qué pasa? ¿ por qué le detuvieron?
- No
está detenido doña, el viejito fue atropellado, traía miel y unos pliegos de
papel, tómelos.
-
¿ Está vivo? preguntamos a coro.
- Es
muy triste, pero está muerto. Pidió decir a sus muchachitos que algún día
otro viejo les hablara de las Mancomunales, yo no sé que será eso.
También alcanzó a decir que usted fue su único gran amor.
Doña
Magdalena sólo lloraba, no emitía palabra, sus lágrimas se anidaron un momento
en sus arruguitas, luego caen sobre el pecho, mojando la blusa y el pañuelo de
color rojo, que le regalara para su último cumpleaños.
Nosotros
la rodeamos, tomamos su cintura - no la dejaremos sola dijimos- Nos miró
con gran ternura, después de un momento pudo hablar: "Hijitos, Dios les
bendiga"
No hay comentarios:
Publicar un comentario