domingo, 5 de mayo de 2013

NO PASA NÁ





Un peladero de tierra dura y blancuzca, tosca, la llamaban los viejos, parejo, con las dimensiones de un campo de fútbol donde se instalaron los seis palos, tres a cada lado, ganan do un sitio, por esos tiempos y aún hoy día, escasos en la comuna para el desarrollo deportivo de sus habitantes. Ubicado en el espacio donde hoy se extiende la autopista Américo Vespucio Sur, entre la Avenida México y la población Raúl Mazzone en la comuna de Cerrillos, era conocido como la cancha del Mazzone, club deportivo de aquella población.

La dureza del terreno rasgaba la piel de los jugadores en las caídas, pero bastaba un poco de agua en la herida, suministrada desde una botella plástica por un improvisado aguatero, y el atleta regresaba al campo de juego a entregarlo todo por la camiseta del club de sus amores.

Fue en esa cancha donde se lesionó mi compadre y estuvo cerca de tres meses en el Hospital Traumatológico. Salió con muletas y así anduvo alrededor de seis meses más. Al año siguiente, en los partidos amistosos de verano, empezó de a poquito a jugar de nuevo, y aún hoy día , lleno de gambetas y buen fútbol, se destaca en Mallarauco, hacia donde viaja cada fin de semana para estar con sus nietos.

Por entonces, Vespucio era una calle angosta con una sola pista, tanto en sentido sur, como hacia el norte. Ahí, los días sábados, a orillas de la cancha, se instalaba una feria.

Ese domingo jugábamos el penúltimo partido del campeonato contra los dueños de casa. El ganador quedaba puntero y con esa ventaja estaría disputando el título la semana siguiente.

Día significativo, había congregado desde muy temprano a hinchas y jugadores de ambas escuadras. Ahí estaban, sin excepción, todos los personajes de nuestro club y del barrio. El viejo L., presidente de la institución, con las manos atrás se paseaba por la lateral, a su lado el Ganso, su secretario, y los directores. Con ellos, sin tener arte ni parte, sin cargo alguno en la directiva, pero siempre metiendo su cuchara, aunque no lo pescaran ni en bajada, el Rolf “Saco de plomo”, “Pepe Cortisona” como le decían, además de otros apodos que ahora no recuerdo, con su bicicleta último modelo,  medio de lado por el peso de un aparatoso reloj en su muñeca. No se parecía físicamente al personaje de Condorito, pero, ¡putas que era pesado! motivo por el cual se ganaba el mote. El tesorero, como solía suceder a fin de temporada, andaba desaparecido.

Los cabros de la tercera serie se equipaban en una esquina, al descampado. Animados por la trascendencia del evento, discutían estrategias para salir airosos. A ratos eran interrumpidos por el, Juventud…Juventud… que gritaban con fuerza nuestros seguidores; al frente, la respuesta de los contendores no se hacía esperar. Los viejos empezaban los conciliábulos  juntando las monedas para comprar las primeras cajas de vino. Los más jóvenes, a prudente distancia, compartíamos un John leño observando y riéndonos de las tallas del Carlitos, que había llamado al Chani para ofrecerle un “pencazo”. Sobándose las manos, porque siempre andaba a medio filo y con sed, el Chani trasladó su mole de metro noventa y más de cien kilos hasta donde se encontraba Carlitos, con una penca de alcachofa – dejadas por los ferianos el día anterior – oculta en su espalda. Cuando estuvo a su alcance, el Carlitos empezó a propinarle golpes con la rama provocando la risa generalizada de la concurrencia. (Fueron varios los que cayeron en la travesura)
Que es güeno para hueviar el Carlitos – manifestó el Chani y para pasar el bochorno, se paró frente a barra con su cara vuelta hacia el sur y los ojos mirando al norte, porque era bizco y llamando la atención de la concurrencia, gritó – ¡Atención barra! Juventud…Juventud… concluyendo la arenga, como era su costumbre, con una vuelta de carnero,  la que repetía varias veces en la tarde. Es patético recordar esa masa humana rodando grotescamente, pero en aquel momento nos parecía divertido y todos reíamos. Entre trago y trago de vino que macheteaba a los viejos, el Chani se movía de un lugar a otro por la orilla de la cancha gritando a nuestros jugadores: -enséñale…enséñale…

Apretado era el encuentro, de meta y ponga y el grito que voceábamos , todos al mismo tiempo, como una sola y enorme garganta, es escuchó en Maipú, Pudahuel, Cerro Navia, Quinta Normal, hasta el Estación Central y Lo Espejo, liberando toda la tensión acumulada, cuando el Mecha la embocó con un certero cabezazo casi terminando el partido.

Empezamos bien, se ganaron los primeros puntos. El triunfo durmió los cocodrilos y las manos registraron sin temor los bolsillos extrayendo las monedas para la segunda ronda de cajas de mosto y cerveza para servir a los ganadores, que llegaban a recibir las felicitaciones empapados de sudor y rojos a consecuencia del sol estival, pegando con todas sus ganas a las tres de la tarde en ese breve desierto. Solitario, en el círculo central, el referí hacía sonar el silbato llamando a los representantes de la segunda serie.

De buen rendimiento en la primera rueda, andaban de mala racha y empezaron a desinflarse a mediados de la ronda de vuelta. Rabioso, el Pato L., DT de la segunda serie, gritaba a sus dirigidos – Qué les pasa cabros, puta, parece que anoche durmieron con la manuela – moviéndose intranquilo por la orilla de la cancha, y al árbitro: ¡Qué cobrai jote y la que te trajo a este mundo! cuando la sentencia era contraria. -¡Bien, bien arbitrito, pa juera ese hueón! – cuando el cobro nos favorecía. El cumpa León atajó un penal y era el mejor arquero del campeonato, tenía que estar en el equipo de primera, en la selección de la comuna, ¡cómo no!- era el comentario de los fanáticos, los mismos que al final del partido lo calificaron de “más malo que pensamiento de bandido” y taparon a garabatos, responsabilizándolo con razón, del segundo tanto de nuestros adversarios.

Tratando de lucirse ante un tiro fácil sin considerar los kilos de más, efectuando una ridícula contorsión, se lanzó hacia el costado izquierdo por donde venía despacio el tiro; la pelota pasó por debajo de su abdomen. De igual forma fue tratado el chico Nano por comilón. Era gol cantado, pero quiso hacerlo él en vez de darle el pase al Lija, intentando pasar al defensa, que fue más vivo. Nadie notó el movimiento de su rodilla golpeando la pierna del chico que se enredó y perdió la pelota. Tratando de justificar su error, se tiró grotescamente a la tierra, toda la barra se paró reclamando la falta, pero el árbitro siguió la jugada. ¡Jote, gorriao, cobra el penal güitre careraja – gritaba el Pato L. al hombre de negro. Al final, dos a uno a favor del Mazzone.

Nos movíamos en un trote suave con mi compadre a modo de precalentamiento. La espera y la responsabilidad de lograr el triunfo y llegar a ser campeones por primera vez en la historia del Maga nos llenaba de ansiedad. Afuera el ambiente era agitado y para peor el juez designado no llegaba. Al final, nunca llegó. Los dirigentes de ambas instituciones, luego de una breve espera, acordaron buscar un árbitro imparcial dentro de la concurrencia, situación permitida por los estatutos de la asociación para no entorpecer la continuidad del campeonato.

De alguna parte apareció un tipo buena voluntad, - yo coopero, pero tengo un problema – dijo, mirando el ostentoso reloj del Rolf, que como siempre, trataba de llamar la atención, andaba metido en el medio – no tengo cronómetro – remató. Instintivamente, Saquito de Plomo se llevó la mano hacia la muñeca para cubrir su joyita, ante la dura mirada de los líderes nuestros y del Mazzone, capitanes de los equipos, más algunos jugadores impacientes que nos acercamos al grupo conferenciante.

El tipo acomodó el aparato en su estrecha muñeca, ajustó el cronómetro de acuerdo a las instrucciones que le diera el Rolf, miró hacia un pórtico primero y luego al otro para que los metas, mediante una seña, le hicieran saber que todo estaba okey, adoptando una solemne postura, hizo sonar el silbato dando por iniciado el encuentro entre las series de honor, los mejores representantes de ambas escuadras, por el título y la gloria.

Delgado, más bien flacuchento y de no más de un metro cincuenta y cinco de estatura, desde el primer momento se dio a respetar a pesar de su escuálido físico, moviéndose atento, sin perder de vista las acciones. Enérgico a la hora de sancionar una falta, no aceptaba que nadie le dirigiera la palabra. El hombre se manejaba, sabía perfectamente lo que hacía, efectuándolo con profesionalismo e imparcialidad. Fue un gran acierto de los cabecillas, que se anotaron un poroto ese domingo.

Terminado el primer tiempo, perdíamos dos a cero. -¿Qué cresta pasa? – le pregunté molesto a mi compadre mientras nos mojábamos y tomábamos un poco de agua de una manguera que el dueño del clandestino, donde se
Vendía cervezas y vino, alargaba hasta la vereda. – No sé – contestó mi compadre con aparente calma, pero sin poder disimular su disgusto. Enseguida afirmó -¡Igual les vamos a ganar a estos hueones! Reunidos en cualquier parte, ya que no había dónde cobijarse del fuerte sol, examinamos la primera parte del partido. Los delanteros, embroncados, culpaban a los defensas por el resultado, y al medio campo que no les dábamos pases con ventaja para que ellos anotaran. - ¿Cómo que no? ¡Se han perdido caleta de goles! – alegué yo. – Ya, ya, ya, cabros, paren la hueaíta, no sacan ná con pelear entre ustedes, tienen que puro ponerle color no má – intervino el Nino, tratando de ordenarnos y corregir nuestros errores.

Y le pusimos color…
Empezando el segundo tiempo, en la primera jugada, le meto un pase en cortada al Pande, que llega, manda al centro y el Choche, haciendo una tijera la engancha llenita: el primer descuento. De ahí para adelante agarramos la pelota y no se la entregamos más. Cuatro les hicimos, dos de mi compadre, uno del Chori y otro del Flavio. Ellos se quedaron con los dos del primer tiempo.

El excelente juez pidió el balón al meta que se disponía a hacer el saque de valla y con elegancia y estilo, sopló el silbato poniendo término al encuentro. El pobre sujeto tuvo que correr hacia un costado para que no aplastara su nimia integridad la marea celeste que ingresaba en tropel a abrazarnos y felicitarnos porque, faltando una fecha para el término del torneo, éramos campeones. – Qué lindo, qué lindo – atinaban a balbucear los viejos con los ojos húmedos, exhalando su hálito alcohólico y contagiándonos su emoción.

La noticia la trajo el Vasco, de turno en el partido entre General S.M. y Cacique C.C. El informe daba como ganador al Cacique y el General, que estaba unos puntos atrás de nosotros, de acuerdo a los resultados de la fecha, quedaba aún más atrás y ya no tenía posibilidad de alcanzarnos, ni tampoco los del Mazzone, a quienes acabábamos de derrotar.
La algarabía se trasladó en espontánea caravana hasta la sede del Club, donde los dirigentes pronunciaron discursos y hubo una generosa distribución de tragos y una más emotiva abundancia halagos, que nos hacían sentir, o por lo menos imaginar en ese perecedero momento, como los grandes astros del deporte profesional a quienes admirábamos, en su momento de gloria.

El punto negro de la jornada fue la discusión protagonizada por el Rolf con los dirigentes, a quienes acusaba de irresponsables por no hacer rescatado su reloj, porque, del sorprendente personaje que tuviera tan acertado desempeño en su rol de árbitro, nadie más supo ese día.

Pasada la semana, donde cada cual anduvo inserto en su realidad de poblador de la periferia sur de la capital, llegó el domingo, día del último partido y de celebración en la sede donde señoras, esposas algunas, madres otras, de dirigentes y jugadores, se afanaban alhajando y preparándolo todo para más tarde cuando volvieran los héroes del barrio, aquellos a quienes los más pequeños empezaban a imitar.

Temprano llegaron muchos a la cancha, entre ellos, el Rolf con su bicicleta, oteando los cuatro puntos cardinales.
Temprano también apareció el Profe, como exigió que le llamaran la semana anterior, cuando arbitrara con gran acierto el match de la primera serie, con una mochila sobre su espalda enclenque e inmediatamente fue donde el Rolf. - ¡Hola amigo, como está! . le saludó efusivamente, explicándole que la semana anterior, la euforia, el enredo y etc, etc…. Pero no se preocupe, mire, lo tengo bien guardadito en la casa, no ve que si lo ando trayendo se me puede perder o me lo pueden robar y después ¿con qué se lo pago? Porque debe ser caro ¿no?, sí po, si se nota altiro que es de marca, ahora vengo de la pega, pero vivo ahí no más – expresó gesticulando convincentemente y agregó – si me presta la bici lo voy a buscar, no me demoro ná, se lo juro amiguito-. Aliviado, porque recuperaría su reloj, Cortisona vio alejarse su hermosa y querida bicicleta, llevando la diminuta humanidad sobre ella con destino ignorado.

Los encuentros fueron un mero trámite y proporcionamos una fácil tripleta al B.J. de la Villa México. Concluido el último partido, dimos una rápida “vuelta olímpica” alrededor de la cancha, y partimos a la sede dónde estaba todo preparado. Los fondos emanando un olor que abría el apetito, sobre las mesas variadas ensaladas de la época y las correspondientes cajas de vino tinto, vasos, servicio, pan, pebre, servilletas y el amor con el que la mujer humilde atiende a su hombre y los hijos.

Después de los discursos de rigor y antes de sentarnos a disfrutar de la cena, de pie entonamos emocionados el himno del club. Al finalizar la última estrofa, se escuchó la voz del Carlitos, parado sobre una mesa, arengándonos: Juventud…Juventud…

-¿Quieren otro platito?- preguntó la señora Yola y acepté encantado porque estaba re bueno el cocimiento. El Choche, malo para comer, tenía el primer plato recién hasta la mitad y así seguía después que yo terminé el segundo y salimos a la calle a fumar un pitito. En la esquina, fuera de la sede, el Rolf, que aún no perdía las esperanzas, se paseaba mirando para todos lados. -¿qué pasa Rolfito, y la bici?. Le preguntó irónicamente el Vasco, que nos había cachado el mote y salió detrás de nosotros. – No pasa ná – respondió Saquito de Plomo con voz quebrada.

Tampoco pasó nada con nuestro campeonato. A la semana siguiente de estos acontecimientos, los dirigentes informaron a la asamblea que la Asociación nos había quitado una gran cantidad de puntos, todos los ganados en los encuentros donde participó el chico Nano, porque nunca se regularizó su pase y se determinó, por secretaría, que el primer puesto correspondía al deportivo General S.M.

Así como al Rolf le birlaron sus joyitas, a nosotros nos esquilmaron el primer título. Pero, un detalle no quita los méritos, y siempre estaré orgulloso de haber sido parte de ese grupo de amigos. “Nosotros fuimos los justos vencedores porque ese año les ganamos a todos”.

Un abrazo para todos ustedes, compañeros…


Julio Abel Sotomayor

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Revista Palabr@s N° 19 - Mayo 2013
correo: sinalefa25@hotmail.com

Esperamos nos envíen sus textos al correo indicado.
 

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