Un peladero de tierra dura y blancuzca, tosca, la llamaban
los viejos, parejo, con las dimensiones de un campo de fútbol donde se
instalaron los seis palos, tres a cada lado, ganan do un sitio, por esos
tiempos y aún hoy día, escasos en la comuna para el desarrollo deportivo de sus
habitantes. Ubicado en el espacio donde hoy se extiende la autopista Américo
Vespucio Sur, entre la Avenida México y la población Raúl Mazzone en la comuna
de Cerrillos, era conocido como la cancha del Mazzone, club deportivo de aquella
población.
La dureza del terreno rasgaba la piel de los jugadores en
las caídas, pero bastaba un poco de agua en la herida, suministrada desde una
botella plástica por un improvisado aguatero, y el atleta regresaba al campo de
juego a entregarlo todo por la camiseta del club de sus amores.
Fue en esa cancha donde se lesionó mi compadre y estuvo
cerca de tres meses en el Hospital Traumatológico. Salió con muletas y así
anduvo alrededor de seis meses más. Al año siguiente, en los partidos amistosos
de verano, empezó de a poquito a jugar de nuevo, y aún hoy día , lleno de
gambetas y buen fútbol, se destaca en Mallarauco, hacia donde viaja cada fin de
semana para estar con sus nietos.
Por entonces, Vespucio era una calle angosta con una sola
pista, tanto en sentido sur, como hacia el norte. Ahí, los días sábados, a
orillas de la cancha, se instalaba una feria.
Ese domingo jugábamos el penúltimo partido del campeonato
contra los dueños de casa. El ganador quedaba puntero y con esa ventaja estaría disputando el título la semana
siguiente.
Día significativo, había congregado desde muy temprano a
hinchas y jugadores de ambas escuadras. Ahí estaban, sin excepción, todos los
personajes de nuestro club y del barrio. El viejo L., presidente de la
institución, con las manos atrás se paseaba por la lateral, a su lado el Ganso,
su secretario, y los directores. Con ellos, sin tener arte ni parte, sin cargo
alguno en la directiva, pero siempre metiendo su cuchara, aunque no lo pescaran
ni en bajada, el Rolf “Saco de plomo”, “Pepe Cortisona” como le decían, además
de otros apodos que ahora no recuerdo, con su bicicleta último modelo, medio de lado por el peso de un aparatoso
reloj en su muñeca. No se parecía físicamente al personaje de Condorito, pero,
¡putas que era pesado! motivo por el cual se ganaba el mote. El tesorero, como
solía suceder a fin de temporada, andaba desaparecido.
Los cabros de la tercera serie se equipaban en una esquina,
al descampado. Animados por la trascendencia del evento, discutían estrategias
para salir airosos. A ratos eran interrumpidos por el, Juventud…Juventud… que
gritaban con fuerza nuestros seguidores; al frente, la respuesta de los
contendores no se hacía esperar. Los viejos empezaban los conciliábulos juntando las monedas para comprar las
primeras cajas de vino. Los más jóvenes, a prudente distancia, compartíamos un
John leño observando y riéndonos de las tallas del Carlitos, que había llamado
al Chani para ofrecerle un “pencazo”. Sobándose las manos, porque siempre
andaba a medio filo y con sed, el Chani trasladó su mole de metro noventa y más
de cien kilos hasta donde se encontraba Carlitos, con una penca de alcachofa –
dejadas por los ferianos el día anterior – oculta en su espalda. Cuando estuvo
a su alcance, el Carlitos empezó a propinarle golpes con la rama provocando la
risa generalizada de la concurrencia. (Fueron varios los que cayeron en la
travesura)
Que es güeno para hueviar el Carlitos – manifestó el Chani y
para pasar el bochorno, se paró frente a barra con su cara vuelta hacia el sur
y los ojos mirando al norte, porque era bizco y llamando la atención de la
concurrencia, gritó – ¡Atención barra! Juventud…Juventud… concluyendo la arenga,
como era su costumbre, con una vuelta de carnero, la que repetía varias veces en la tarde. Es
patético recordar esa masa humana rodando grotescamente, pero en aquel momento
nos parecía divertido y todos reíamos. Entre trago y trago de vino que
macheteaba a los viejos, el Chani se movía de un lugar a otro por la orilla de
la cancha gritando a nuestros jugadores: -enséñale…enséñale…
Apretado era el encuentro, de meta y ponga y el grito que
voceábamos , todos al mismo tiempo, como una sola y enorme garganta, es escuchó
en Maipú, Pudahuel, Cerro Navia, Quinta Normal, hasta el Estación Central y Lo
Espejo, liberando toda la tensión acumulada, cuando el Mecha la embocó con un
certero cabezazo casi terminando el partido.
Empezamos bien, se ganaron los primeros puntos. El triunfo
durmió los cocodrilos y las manos registraron sin temor los bolsillos
extrayendo las monedas para la segunda ronda de cajas de mosto y cerveza para
servir a los ganadores, que llegaban a recibir las felicitaciones empapados de
sudor y rojos a consecuencia del sol estival, pegando con todas sus ganas a las
tres de la tarde en ese breve desierto. Solitario, en el círculo central, el
referí hacía sonar el silbato llamando a los representantes de la segunda
serie.
De buen rendimiento en la primera
rueda, andaban de mala racha y empezaron a desinflarse a mediados de la ronda
de vuelta. Rabioso, el Pato L., DT de la segunda serie, gritaba a sus dirigidos
– Qué les pasa cabros, puta, parece que anoche durmieron con la manuela –
moviéndose intranquilo por la orilla de la cancha, y al árbitro: ¡Qué cobrai
jote y la que te trajo a este mundo! cuando la sentencia era contraria. -¡Bien,
bien arbitrito, pa juera ese hueón! – cuando el cobro nos favorecía. El cumpa
León atajó un penal y era el mejor arquero del campeonato, tenía que estar en
el equipo de primera, en la selección de la comuna, ¡cómo no!- era el
comentario de los fanáticos, los mismos que al final del partido lo calificaron
de “más malo que pensamiento de bandido” y taparon a garabatos,
responsabilizándolo con razón, del segundo tanto de nuestros adversarios.
Tratando de lucirse ante un tiro
fácil sin considerar los kilos de más, efectuando una ridícula contorsión, se
lanzó hacia el costado izquierdo por donde venía despacio el tiro; la pelota
pasó por debajo de su abdomen. De igual forma fue tratado el chico Nano por
comilón. Era gol cantado, pero quiso hacerlo él en vez de darle el pase al
Lija, intentando pasar al defensa, que fue más vivo. Nadie notó el movimiento
de su rodilla golpeando la pierna del chico que se enredó y perdió la pelota.
Tratando de justificar su error, se tiró grotescamente a la tierra, toda la
barra se paró reclamando la falta, pero el árbitro siguió la jugada. ¡Jote,
gorriao, cobra el penal güitre careraja – gritaba el Pato L. al hombre de
negro. Al final, dos a uno a favor del Mazzone.
Nos movíamos en un trote suave
con mi compadre a modo de precalentamiento. La espera y la responsabilidad de
lograr el triunfo y llegar a ser campeones por primera vez en la historia del
Maga nos llenaba de ansiedad. Afuera el ambiente era agitado y para peor el
juez designado no llegaba. Al final, nunca llegó. Los dirigentes de ambas
instituciones, luego de una breve espera, acordaron buscar un árbitro imparcial
dentro de la concurrencia, situación permitida por los estatutos de la
asociación para no entorpecer la continuidad del campeonato.
De alguna parte apareció un tipo
buena voluntad, - yo coopero, pero tengo un problema – dijo, mirando el
ostentoso reloj del Rolf, que como siempre, trataba de llamar la atención,
andaba metido en el medio – no tengo cronómetro – remató. Instintivamente,
Saquito de Plomo se llevó la mano hacia la muñeca para cubrir su joyita, ante
la dura mirada de los líderes nuestros y del Mazzone, capitanes de los equipos,
más algunos jugadores impacientes que nos acercamos al grupo conferenciante.
El tipo acomodó el aparato en su
estrecha muñeca, ajustó el cronómetro de acuerdo a las instrucciones que le
diera el Rolf, miró hacia un pórtico primero y luego al otro para que los
metas, mediante una seña, le hicieran saber que todo estaba okey, adoptando una
solemne postura, hizo sonar el silbato dando por iniciado el encuentro entre
las series de honor, los mejores representantes de ambas escuadras, por el
título y la gloria.
Delgado, más bien flacuchento y
de no más de un metro cincuenta y cinco de estatura, desde el primer momento se
dio a respetar a pesar de su escuálido físico, moviéndose atento, sin perder de
vista las acciones. Enérgico a la hora de sancionar una falta, no aceptaba que
nadie le dirigiera la palabra. El hombre se manejaba, sabía perfectamente lo
que hacía, efectuándolo con profesionalismo e imparcialidad. Fue un gran
acierto de los cabecillas, que se anotaron un poroto ese domingo.
Terminado el primer tiempo,
perdíamos dos a cero. -¿Qué cresta pasa? – le pregunté molesto a mi compadre
mientras nos mojábamos y tomábamos un poco de agua de una manguera que el dueño
del clandestino, donde se
Vendía cervezas y vino, alargaba
hasta la vereda. – No sé – contestó mi compadre con aparente calma, pero sin
poder disimular su disgusto. Enseguida afirmó -¡Igual les vamos a ganar a estos
hueones! Reunidos en cualquier parte, ya que no había dónde cobijarse del
fuerte sol, examinamos la primera parte del partido. Los delanteros,
embroncados, culpaban a los defensas por el resultado, y al medio campo que no
les dábamos pases con ventaja para que ellos anotaran. - ¿Cómo que no? ¡Se han
perdido caleta de goles! – alegué yo. – Ya, ya, ya, cabros, paren la hueaíta,
no sacan ná con pelear entre ustedes, tienen que puro ponerle color no má –
intervino el Nino, tratando de ordenarnos y corregir nuestros errores.
Y le pusimos color…
Empezando el segundo tiempo, en
la primera jugada, le meto un pase en cortada al Pande, que llega, manda al
centro y el Choche, haciendo una tijera la engancha llenita: el primer
descuento. De ahí para adelante agarramos la pelota y no se la entregamos más.
Cuatro les hicimos, dos de mi compadre, uno del Chori y otro del Flavio. Ellos
se quedaron con los dos del primer tiempo.
El excelente juez pidió el balón
al meta que se disponía a hacer el saque de valla y con elegancia y estilo,
sopló el silbato poniendo término al encuentro. El pobre sujeto tuvo que correr
hacia un costado para que no aplastara su nimia integridad la marea celeste que
ingresaba en tropel a abrazarnos y felicitarnos porque, faltando una fecha para
el término del torneo, éramos campeones. – Qué lindo, qué lindo – atinaban a
balbucear los viejos con los ojos húmedos, exhalando su hálito alcohólico y
contagiándonos su emoción.
La noticia la trajo el Vasco, de
turno en el partido entre General S.M. y Cacique C.C. El informe daba como
ganador al Cacique y el General, que estaba unos puntos atrás de nosotros, de
acuerdo a los resultados de la fecha, quedaba aún más atrás y ya no tenía
posibilidad de alcanzarnos, ni tampoco los del Mazzone, a quienes acabábamos de
derrotar.
La algarabía se trasladó en
espontánea caravana hasta la sede del Club, donde los dirigentes pronunciaron
discursos y hubo una generosa distribución de tragos y una más emotiva
abundancia halagos, que nos hacían sentir, o por lo menos imaginar en ese
perecedero momento, como los grandes astros del deporte profesional a quienes
admirábamos, en su momento de gloria.
El punto negro de la jornada fue
la discusión protagonizada por el Rolf con los dirigentes, a quienes acusaba de
irresponsables por no hacer rescatado su reloj, porque, del sorprendente
personaje que tuviera tan acertado desempeño en su rol de árbitro, nadie más
supo ese día.
Pasada la semana, donde cada cual
anduvo inserto en su realidad de poblador de la periferia sur de la capital,
llegó el domingo, día del último partido y de celebración en la sede donde
señoras, esposas algunas, madres otras, de dirigentes y jugadores, se afanaban
alhajando y preparándolo todo para más tarde cuando volvieran los héroes del
barrio, aquellos a quienes los más pequeños empezaban a imitar.
Temprano llegaron muchos a la
cancha, entre ellos, el Rolf con su bicicleta, oteando los cuatro puntos
cardinales.
Temprano también apareció el
Profe, como exigió que le llamaran la semana anterior, cuando arbitrara con
gran acierto el match de la primera serie, con una mochila sobre su espalda
enclenque e inmediatamente fue donde el Rolf. - ¡Hola amigo, como está! . le
saludó efusivamente, explicándole que la semana anterior, la euforia, el enredo
y etc, etc…. Pero no se preocupe, mire, lo tengo bien guardadito en la casa, no
ve que si lo ando trayendo se me puede perder o me lo pueden robar y después
¿con qué se lo pago? Porque debe ser caro ¿no?, sí po, si se nota altiro que es
de marca, ahora vengo de la pega, pero vivo ahí no más – expresó gesticulando
convincentemente y agregó – si me presta la bici lo voy a buscar, no me demoro
ná, se lo juro amiguito-. Aliviado, porque recuperaría su reloj, Cortisona vio
alejarse su hermosa y querida bicicleta, llevando la diminuta humanidad sobre
ella con destino ignorado.
Los encuentros fueron un mero
trámite y proporcionamos una fácil tripleta al B.J. de la Villa México.
Concluido el último partido, dimos una rápida “vuelta olímpica” alrededor de la
cancha, y partimos a la sede dónde estaba todo preparado. Los fondos emanando
un olor que abría el apetito, sobre las mesas variadas ensaladas de la época y
las correspondientes cajas de vino tinto, vasos, servicio, pan, pebre,
servilletas y el amor con el que la mujer humilde atiende a su hombre y los
hijos.
Después de los discursos de rigor
y antes de sentarnos a disfrutar de la cena, de pie entonamos emocionados el
himno del club. Al finalizar la última estrofa, se escuchó la voz del Carlitos,
parado sobre una mesa, arengándonos: Juventud…Juventud…
-¿Quieren otro platito?- preguntó
la señora Yola y acepté encantado porque estaba re bueno el cocimiento. El
Choche, malo para comer, tenía el primer plato recién hasta la mitad y así
seguía después que yo terminé el segundo y salimos a la calle a fumar un
pitito. En la esquina, fuera de la sede, el Rolf, que aún no perdía las
esperanzas, se paseaba mirando para todos lados. -¿qué pasa Rolfito, y la
bici?. Le preguntó irónicamente el Vasco, que nos había cachado el mote y salió
detrás de nosotros. – No pasa ná – respondió Saquito de Plomo con voz quebrada.
Tampoco pasó nada con nuestro
campeonato. A la semana siguiente de estos acontecimientos, los dirigentes
informaron a la asamblea que la Asociación nos había quitado una gran cantidad
de puntos, todos los ganados en los encuentros donde participó el chico Nano,
porque nunca se regularizó su pase y se determinó, por secretaría, que el
primer puesto correspondía al deportivo General S.M.
Así como al Rolf le birlaron sus
joyitas, a nosotros nos esquilmaron el primer título. Pero, un detalle no quita
los méritos, y siempre estaré orgulloso de haber sido parte de ese grupo de
amigos. “Nosotros fuimos los justos vencedores porque ese año les ganamos a
todos”.
Un abrazo para todos ustedes,
compañeros…
Julio Abel Sotomayor
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Revista Palabr@s N° 19 - Mayo 2013
correo: sinalefa25@hotmail.com
Esperamos nos envíen sus textos al correo indicado.
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