Palmenia San Martín Torrejón
Ayer fue un día como cualquiera en mi vida. La mañana era hermosa y me sentía feliz, hasta me atrevería a decir, un poco más de lo usual.
Había terminado un cuento y me apresuraba a comenzar uno nuevo, cuando apareció el cartero. La carta fue una sorpresa (no acostumbro recibir correspondencia) Si ésta fue una sorpresa, más lo fue su contenido: una acusación por intento de homicidio.
Hoy, después de una noche espantosa, me presenté ante el juez. Al escuchar nuevamente la acusación, grité horrorizada:
- ¡Es un error, yo jamás haría daño a nadie. Soy una mujer pacífica! Absolutamente pacífica.
- - Lamentamos contradecirle – dijo uno de los jueces – Escuche, leeré su expediente: Candela Torre, casada, nacida en Santiago, es acusada de intento de homicidio y, por lo tanto, será juzgada por este tribunal.
- ¿Y a quién se supone que intenté matar? – pregunté.
- Según consta en el expediente, se le acusa de intentar dar muerte al idioma.
- Pero eso es absurdo . repliqué –El idioma no es un ser vivo.
- Profundo error, señora, para su información debe saber que el idioma estuvo, está y estará eternamente vivo. Vive, aunque no le demos el lugar que merece.
- ¡Insisto, esto es un error! – grité angustiada.
- Señora, le ruego no seguir alegando inocencia. El arma utilizada en tan deleznable hecho, se encuentra en mi poder y sus huellas totalmente identificadas- - entonces con horror, reconocí mi lápiz. Ante la irrefutable prueba, me derrumbé al borde del colapso. En ese momento, mi abogado procedió a argumentar mi defensa.
- Señores del jurado: las conversaciones sostenidas con mi clienta, me permiten dar fe de su inocencia. Nunca fue su intención incurrir en tal atrocidad. Ella, si reconoce su falta de respeto hacia el demandante y la negligencia con que lo trató. En consideración, pido un juicio benévolo para mi defendida.
Calló mi abogado y a continuación escuchamos el veredicto.
- Con fecha 31 de mayo del año en curso, siendo las 11.30 horas, este tribunal condena a la acusada aquí presente, a diez años y un día de lectura diaria. Los libros deberán ser de buenos autores.
- Y a su juicio – preguntó mi abogado - ¿cómo se reconoce un buen autor?
- Bueno – contestó el juez – un buen autor, independiente del tema tratado, debe ser claro y conciso, no usará palabras pomposas, rimbombantes , lateras ni kilométricas, para decir lo mismo que podría expresar con un tercio de ellas. ¡Nada de barroquismos!
- Y eso ¿qué significa? – pregunté con timidez
- Significa, señora “tendencia al barroco” y esto aplicado a la escritura: estilo literario donde predominan la pompa y el ornato. A modo personal, le sugiero consultar el diccionario más a menudo.
Este tribunal – añadió el juez – espera que usted cumpla con la pena impuesta; en caso contrario será condenada a morir como escritora. Algo más, dentro de los textos que deberá leer durante estos años, quedan totalmente excluidos los siguientes: “Condorito”, “La Cuarta”, las novelas de Corin Tellado, además de los grafittis de baños públicos, fachadas de casas particulares y respaldo de los asientos del Transantiago.
El juicio ha terminado. Dios salve al idioma.
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