Patricia Franco Müller
De todos los temores racionales e irracionales que acechan en el inconsciente prestos a dejarse caer sobre una prójima desprevenida, me parece que el mayor ha sido el medio a la libertad o, mejor dicho, hacia la facultad de elegir y en consecuencia, equivocarse. Si analizo retrospectivamente las decisiones tomadas hasta la fecha, siempre resueltas con dificultades, dudas y tremenda ansiedad, todas han sido erradas, o al menos, tal lo han parecido a la luz de los acontecimientos acaecidos con posterioridad. Desde elecciones de pareja, trabajo, decisiones en aquellos casos de vida o muerte, opciones financieras, elección de casa, lugar de vacaciones y hasta la administración de fondos de retiro.
Ante la duda, en todos los casos ha primado la opción por lo malo conocido, aparentemente más seguro, mediocre o conservador, antes que la selección primera y ansiada pero que iba por el camino de la aventura e incertidumbre. En consecuencia, siempre ha ganado el dar un paso atrás sin osar el enfrentamiento de lo inexplorado. Y ahora voy vislumbrando que tal actitud timorata ante la vida puede haberse originado en cierto tipo de literatura. Recuerdo obras en que el personaje principal sufría horrores por haber sido presa de pasiones incontrolables, otros que llegaban a las situaciones más abyectas por su afición desmedida al juego, la bebida, o las drogas. Para no caer en tales abismos de indignidad, procuré siempre tomar todas las precauciones contra salidas de madre, logrando llevar una vida perfectamente aburrida al rechazar sistemáticamente todas las posibilidades de cambio.
Entre otros temores absolutamente comprensibles como el causado por los terremotos, los huracanes, los asaltantes, la enfermedad, la vejez y la muerte, existen otros más irracionales, como puede ser el miedo a volar, a subir en un ascensor, a ciertos insectos.
Es en éstos últimos casos cuando se hace todo lo posible por dominarlos, siendo que el mismo afectado sabe que son absurdos. Yo tuve por años uno bastante ridículo. Me había obsesionado imaginando y a veces también soñándolo, que me debía lanzar en paracaídas y el sólo pensar en saltar del avión al vacío, me producía verdadera angustia. Como una forma de dominar tal sensación, llegué al aeródromo de Vitacura para inscribirme en un curso de paracaidismo. Pero resultó ser tan caro, que tuve que desistir y la obsesión terminó, ya que no estaba en condiciones materiales para llevarla a cabo. Más duradero ha sido el horror por las arañas. Para intentar vencerlo, en época juvenil me dediqué a buscar ejemplares para un amigo entomólogo y a aprender más sobre las variedades de los bichos aquellos. Sin mucho éxito, pues se me ha acrecentado el miedo a las arañas de rincón, las loxosceles laeta, que pueden producir la muerte o graves trastornos al recibir su mordedura. Y hay cientos por todos lados.
Si se piensa en todas las posibilidades de accidentes, enfermedades fulminantes, asaltos, cataclismos, ataques nucleares y caída de meteoros que pueden ocurrir en un segundo, se llega al terror absoluto y el asunto puede terminar en la desconexión total a través de la demencia.
Para evitarlo, desde que existe el ser humano, se ha inventado una serie de amuletos protectores contra todo tipo de males, desde colgajos de diversos tamaños y formas hasta pólizas de seguro. Como estamos en un mundo globalizado, ahora se conocen más los usos y costumbres de otros pueblos y algunos, para estar más seguros, se agencian un surtido de embelecos, por si acaso y van por ahí, anunciando su paso con el estrépito de la ferretería que llevan colgada.
Nadie está libre de miedos y los que prefieren atacar la raíz de su problema recurren a otro tipo de ayudas: meditación, yoga, siquiatras. Todo recurso es bueno para lograr la aceptación de vivir en un mundo a punto de explotar. No menciono las religiones pues es un tema que puede ser peliagudo de tratar. Nunca se sabe si no andará suelto por allí algún fundamentalista que pueda creer que le están pisando los callos.
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