Melania Tello Romero
Señores, ustedes me piden que
confiese, que diga la verdad. No tengo nada que
confesar:
¡Amaba a mi esposa!
No recuerdo cuándo empezó
a molestarme su presencia:
Si fueron las rosas de otoño que
exagerada ponía en todos los floreros.
La costumbre de introducir el dedo en el
frasco de mermelada y lamerlo.
El crujido de sus dientes en las tostadas
con mantequilla.
El color púrpura de su bata.
O la mirada de perro faldero cuando besaba su mejilla.
Juro decir la verdad.
Las rosas me provocaban alergia, el color de la bata me
recordaba momentos ingratos de mi niñez, los continuos viajes al dentista y las
habituales riñas callejeras que siempre terminaban con la nariz rota. Y lo más
terrible, el accidente de mi mejor amigo.
No puedo asegurar si fueron todas o
sólo una de ellas, lo que motivó mi rechazo.
Pensé en una separación…por algún
tiempo. Luego deseché la idea, quería evitar los comentarios. Las personas
especulan mucho ante estas cosas.
Soy un hombre pacífico y no tengo
instintos criminales.
¿Dicen que fue por
intoxicación? Nunca tomaba pastillas.
Las mujeres son intuitivas. Tuvo que
darse cuenta de mi actitud. Si no besaba sus labios al despedirme era porque el
“rouge”dejaba un sabor desagradable en mi boca.
Nunca
le reproché eso, tampoco le dije que me
molestaba que fumara en la cama.
¡Lo soporté…lo soporté! y no miento.
Espero que su mortaja haya sido la
bata púrpura y su urna rodeada de rosas.
No
pude acompañarla; me sacaron inconciente del dormitorio. Y ahora estoy ante ustedes acusado de un crimen.
-¿Señor
Suárez sufre usted de alergia?
-Sí,
a las rosas
-¿Tomaba
pastillas para este mal?
Sí,
lo hacía.
-¿Ese
día antes de irse a su trabajo las tomó?
-Creo que sí
-¿Cree
o está seguro?
-Si,
las tomé…las tomé
-¿Su
esposa estaba presente cuando lo hacía?
-Por
supuesto, desayunábamos en ese momento.
Todo era tan confuso, ya no soportaba tanta
presión.
La
casa estaba invadida de rosas, el olor me asfixiaba; era horroroso ver tantos dedos
en el frasco de mermelada, parecían reptiles entrando y saliendo.
Todos
mis huesos crujían al ritmo de sus dientes. Ella lucía el fatídico color
púrpura: la cara, el pelo, toda la casa pintada igual… todo…¡Todo!
-¿Y fue en ese momento que usted perdió
el control, vaciando las pastillas en su taza?
Sí lo hice… Lo –Hi –Ce.
-Señor
Suárez, ojalá tome conciencia de lo que hizo y se arrepienta de ello. Usted
incurrió en él más grande de los delitos.
Atentar contra la vida.
Por
lo tanto esta “Suprema Corte” lo condena
a consumirse en el fuego eterno por
privarse de la vida…Su Vida señor Suárez.
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