domingo, 12 de agosto de 2012

CIUDAD MÁGICA





                                                      Consuelo Tapia


La segunda quincena de noviembre llega a su fin. Sólo faltan unos días para que las campanas de las iglesias dejen de repicar llamando al mes de María.
El muchacho camina con paso seguro dejando atrás el barrio Patronato. Atraviesa el puente Loreto, cruza el parque Forestal y toma la calle Monjitas hasta llegar a la estación del metro Bellas Artes.
Son las seis y media de la tarde apretujado en medio de la gente el calor es sofocante, dos mujeres hablan de vestidos, otras de regalos y de la comida que prepararán en las festividades de fin de año.
Los estudiantes comentan con nerviosismo sobre exámenes, notas y la PSU. Los hombres van más callados, los que han conseguido un asiento dormitan inquietos. A su lado viajan dos obreros de la construcción, él identifica ese acento de sureño transplantado que ha sido atraído por la ilusión de un trabajo que mejorará sus vidas de campesinos.
- Ojalá que este año el aguinaldo sea gueno, dice otro.
- Con que me alcance para el asadito me conformo, replica el más viejo.
En su transitar de una estación a otra, el joven ha escuchado estas conversaciones sin ningún interés, a él poco le importa lo que sucede a su alrededor, menos lo que pueda ocurrir en el mundo. Qué le podría importar si a sus diecinueve años solo recuerda las caricias y atenciones de la Toña. Después de su hermana, nadie, ni siquiera su madre s ha interesado por él, ella se conforma con recibir de vez en cuando un puñado de billetes sin preguntar jamás la procedencia de éstos.
Siempre fue así, primero sucedió con su hermana mayor, la Toña, luego su hermano del cual nada sabe, ahora es su turno, nadie pregunta, nadie acaricia, nadie contiene. Diciembre se acerca trayendo consigo las  festividades de fin de año y él se prepara para perderse en algún rinconcito donde pasar desapercibido.

El metro se detiene en la estación Plaza de Armas, con agilidad sube las escaleras, ya en la calle se dirige a los baños públicos de la plaza.
- ¡Hola tía!. ¿Puedo ocupar la ducha?
- Llegaste temprano
- Si po tía, no ve que es fin de mes.
¿Y de cuando acá te fijai en las fechas?
Así no má es po tía, no ve que después vienen las fiestas y el trabajo disminuye.
-         La mujer enfundada en su uniforme con el logo de la empresa estampado en la espalda mira al muchacho, mueve la cabeza, estira sus brazos y le dice:
-         Toma, ahí están tus menjunjes y apúrate. Luego continúa con sus labores de limpieza. Mientras se ducha la imagen de su hermana llega borrosa entre lágrimas camufladas por el agua que cae por su cara.
Era linda la Toña, sus ojos eran negros, brillantes, su pelo crespo le hacía cosquillas cuando le daba un beso, esparce el shampoo con fuerza, tenía cinco años tomado de su mano llegó a su primer día de clases al jardín infantil La Oruga Feliz.
Ese verano su madre había sentenciado: Toña, vos ya soi grande así que se le acabó la escuela, tení que trabajar y ayudarme con la casa. ¿Por qué lo hizo? ¿Ignorancia? La Toña tenía sólo catorce años y le iba bien en la escuela, pero qué podía hacer ante la indolencia de quién la trajo al mundo.
El año pasó rápido, él entró a primero básico y la Toña empezó a trabajar en la feria libre, pero según la mamá ganaba muy poco, así que su protectora no tuvo más alternativa  que perderse en las noches de la ciudad, sin amparo de nadie.
A quien debió importarle su suerte no le preocupó, mientras llegara con dinero.
Antes de cumplir dieciocho años, el deterioro de su hermana era evidente, él, que aún era un niño, se daba cuenta, la Toña estaba cada día más flaca, grandes ojeras circundaban sus lindos ojos negros.
Un día al volver del colegio la encontró sobre la cama ovillada en posición fetal. ¿Qué te pasa Toñita? ¿Qué te duele? Ella lo miró con ternura, cuídate mucho hermanito, que no te tiente la plata fácil, protéjete, si tú no lo haces, nadie lo hará por ti.
Así partió la Toña de este mundo, ovillada en su pobre cama, contagiada sin saber de qué ni por quién y sin el consuelo de una caricia materna, sólo él aferrado a su mano recordando el día en que una muchacha
Tierna a quien la vida truncó sus sueños antes de poder vivirlos y que hizo el papel de mamá sin pedir nada a cambio.
Unos golpes en la puerta lo hacen volver a la realidad, corta el agua, sacude su cabeza, seca su cuerpo y se viste con rapidez.
Ya aseado y vestido con la ropa comprada en el barrio Patronato, se despide pasándole la mochila que carga en una de sus manos, guárdemela bien, en la semana la paso a buscar, chao tía. La mujer lo mira alejarse guardando en su bolsillo el billete que el joven le ha dado de propina.
Aún es temprano, tiene tiempo para comer algo en el portal. Diez y media de la noche, la esquina de Agustinas con Mirablores es suya.

Hoy sólo atenderá a los clientes fijos, a los ocasionales los dejará pasar como siempre, que busquen a sus víctimas en la plaza o en el parque, él no se arriesgará, a él no lo van a contagiar.
Un auto se detiene.
Él se acerca a la ventanilla, reconoce al hombre maduro que requiere sus servicios, abre la puerta del vehículo y sube.
Hoy la sesión fue rápida, el hombre tenía prisa, un compromiso ineludible requería su presencia.
El dinero más el IPhone que le regaló el viejo son suficientes.

Mira la hora, aún queda noche, el barrio Bellavista es una buena opción, la variedad ahí es inmensa, boliches lésbicos gay, bares donde se reúne la fauna televisiva y también elegantes restoranes de comida internacional.
Baja el cerro Santa Lucía y camina por la calle José Miguel de la Barra, en Monjitas tomará un taxi.
Con un plan bien definido y con dinero suficiente la ciudad le parece mágica, los audífonos del IPhone con la música a todo volumen no le permiten escuchar el chirrido de los frenos. Se paraliza, un sudor frío recorre por su cuerpo y sus ojos desorbitados no pueden creer lo que está sucediendo.
De la camioneta 4 x 4 baja una pandilla de rapados vestidos de negro, trata de arrancar, sus piernas no le responden, ellos son numerosos, lo acorralan, su cuerpo recibe golpes de puño, cadenas y palos.
Antes de caer inconsciente, trata de proteger su cabeza, así ovillado en el suelo alcanza a ver cómo reparten su dinero y el IPhone va a parar al bolsillo de una chaqueta de cuero negro con el diagrama de una svástica…








No hay comentarios:

Publicar un comentario