Juan Ramón Cuello
Ya son dos de los nuestros que se van.
Primero Hernán Silva y ahora don Bruno.
¿Y por qué los nuestros?
Porque, a través de tanto tiempo, los integrantes del taller
de narrativa hemos formado una familia. Una cofradía de gente inquieta por la
escritura y por el saber, que ha logrado el resultado que exista una
consideración y un afecto colectivo, que se traduce en que, al faltar uno de
sus miembros, es un trozo menos que nos queda del taller, una parte de lo
nuestro que se va.
Muchos pensadores han coincidido, a través de los años, que
cuando alguien muere, es un mundo entero el que se aleja, un universo que deja
de estar cerca de nosotros.
En esta oportunidad, el universo que en vida fue don Bruno
González nos hará mucha falta.
Extrañaremos sus escritos, llenos de evocación de ese campo
chileno que, por desgracia, en gran medida es tan sólo un recuerdo, pero que
don Bruno nos lo traía con gracia, con una pizca de ingenuidad y con impecable
redacción literaria.
Sin duda extrañaremos sus interrupciones en clases, que no
eran otra cosa que manifestaciones de su carácter inquieto, con un enorme
sentido social que, muchos concebíamos como fruto del ímpetu de un hombre sano
de espíritu, que lucha por decir francamente lo que piensa, aún cuando muchas
veces no hayamos coincidido con él en el tenor de sus apreciaciones.
Era quizás la forma de sus conceptos los que, de algún modo
no siempre compartíamos, pero sí mucho del fondo de ellos.
Sabíamos que había sido profesor por muchos años, y sin duda
debió ser de aquellos maestros de antaño, verdaderos formadores, y que hoy el
país extraña de modo dramático.
De seguro que un hálito de pena circulará por algún tiempo
por nuestra querida aula municipal. Un escritor se ha ido. Sin embargo queda su
obra y su recuerdo.
Que se nos disculpe, pero decir que descanse en paz, nos
parece innecesario.
Los que creemos profundamente que la muerte es tan sólo un
fenómeno de cambio, del todo favorable, por el cual los sufridos mortales
pasamos, de esa condición, a habitantes de la casa del Padre, la pena del
alejamiento de alguien, la trocamos por una profunda resignación, convencidos
de su descanso imperecedero.
Encontrándose usted en aquella instancia, que no dudamos así
es, cuente don Bruno con que su recuerdo nos acompañará por siempre.
Sin duda aquel hermoso paraje sureño de las Siete Tazas su
acostumbrado lugar de remanso, al igual que nosotros, le debe estar extrañando.
Su amigo Juan Ramón Cuello y sus compañeros de taller.
No hay comentarios:
Publicar un comentario