domingo, 12 de agosto de 2012

A DON BRUNO ANTONIO GONZALEZ SILVA





                                                            Juan Ramón Cuello

Ya son dos de los nuestros que se van.
Primero Hernán Silva y ahora don Bruno.
¿Y por qué los nuestros?

Porque, a través de tanto tiempo, los integrantes del taller de narrativa hemos formado una familia. Una cofradía de gente inquieta por la escritura y por el saber, que ha logrado el resultado que exista una consideración y un afecto colectivo, que se traduce en que, al faltar uno de sus miembros, es un trozo menos que nos queda del taller, una parte de lo nuestro que se va.

Muchos pensadores han coincidido, a través de los años, que cuando alguien muere, es un mundo entero el que se aleja, un universo que deja de estar cerca de nosotros.

En esta oportunidad, el universo que en vida fue don Bruno González nos hará mucha falta.

Extrañaremos sus escritos, llenos de evocación de ese campo chileno que, por desgracia, en gran medida es tan sólo un recuerdo, pero que don Bruno nos lo traía con gracia, con una pizca de ingenuidad y con impecable redacción literaria.

Sin duda extrañaremos sus interrupciones en clases, que no eran otra cosa que manifestaciones de su carácter inquieto, con un enorme sentido social que, muchos concebíamos como fruto del ímpetu de un hombre sano de espíritu, que lucha por decir francamente lo que piensa, aún cuando muchas veces no hayamos coincidido con él en el tenor de sus apreciaciones.
Era quizás la forma de sus conceptos los que, de algún modo no siempre compartíamos, pero sí mucho del fondo de ellos.

Sabíamos que había sido profesor por muchos años, y sin duda debió ser de aquellos maestros de antaño, verdaderos formadores, y que hoy el país extraña de modo dramático.

De seguro que un hálito de pena circulará por algún tiempo por nuestra querida aula municipal. Un escritor se ha ido. Sin embargo queda su obra y su recuerdo.

Que se nos disculpe, pero decir que descanse en paz, nos parece innecesario.

Los que creemos profundamente que la muerte es tan sólo un fenómeno de cambio, del todo favorable, por el cual los sufridos mortales pasamos, de esa condición, a habitantes de la casa del Padre, la pena del alejamiento de alguien, la trocamos por una profunda resignación, convencidos de su descanso imperecedero.

Encontrándose usted en aquella instancia, que no dudamos así es, cuente don Bruno con que su recuerdo nos acompañará por siempre.

Sin duda aquel hermoso paraje sureño de las Siete Tazas su acostumbrado lugar de remanso, al igual que nosotros, le debe estar extrañando.

Su amigo Juan Ramón Cuello y sus compañeros de taller.

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