Mauricio González
Cuando recién llegué al barrio los vecinos me miraban de reojo. No te imaginás cuánto costó que me aceptaran. Yo venía de un lugar mucho más tranquilo, allá la gente dormía con la puerta abierta, no existían alarmas ni rejas. Por eso tardé tanto en adaptarme.
Puedo entender que un hombre solo y de mi edad sea mal mirado. En la villa muchos criticaban mi pinta de atorrante, siempre con la misma ropa, todo el tiempo maestreando y cachureando.
¡No me entra en la cabeza que el Turco hiciera esto conmigo! Está bien, entiendo su desesperación, además el tipo estaba fundido, tenía problemas con su mujer y un montón de deudas ¡pero eso no le daba derecho!
Esa noche el Turco llegó reventado del trabajo y encontró a su hija sola en la casa haciendo las tareas. Comió algo frente al televisor y al rato se durmió en el sillón. De repente despertó sobresaltado llamando a la Carlita que no aparecía por ninguna parte. Descontrolado salió a la calle llamándola a gritos y se encaminó derecho a mi casa, casi en la esquina. Vio la luz de la sala prendida y -según él- escuchó la voz de la nena adentro, cuando en realidad era la radio que siempre dejo encendida cuando salgo. Gritaba mientras sacudía la reja como un poseído. Varios vecinos se asomaron para ver qué era tanto escándalo.
No sé como hizo el Turco para forzar la reja que estaba con cadena y candado, meterse al jardín y darle de patadas a la puerta. Algunos trataron de calmarlo diciéndole que yo no estaba, que me vieron salir en la mañana y que nunca llegaba tan temprano así que era imposible que la nena estuviera allí. Entre todos empezaron a buscarla hasta que apareció en la casa de un amiguito justo frente a la suya.
Esa misma noche voy entrando al pasaje y me encuentro con una ambulancia frente a mi casa, el Turco desmayado en el medio de la calle, dos enfermeros bajando una camilla, más adelante una patrulla con las luces rojas y azules y todos los vecinos afuera mirándome como si se tratara de una aparición. Entonces me informaron lo que había pasado; ¡yo no lo podía creer!
Varias veces estuve conversando con el Turco e incluso le prestaba mis herramientas cuando se ponía a enchular su taxi los domingos. Cuando lo vi tendido en el suelo, blanco como un papel, te juro que me dieron ganas de matarlo. Pero me aguanté, conté hasta diez y me dije quedáte piola flaco que éste va a caer solito.
Dicho y hecho, al poco tiempo el tipo apareció tirado en un terreno baldío, desnudo, todo golpeado, amarrado de pies y manos, le habían robado el auto y hasta ahora nadie sabe quién fue el responsable.
¿Ahora entendés por qué todavía me siguen mirando raro?
Felicitaciones Mauricio... por esfuerzo y superación mereces este reconocimiento...
ResponderEliminarEs un buen cuento, entretenido y nos sorprende con un inesperado desenlace... todo lo que se espera del primer trabajo... sigue adelante, puedes mucho más.
Algún día no lejano, te encontrare en “Tu Libro”. Saludos Evelyn