Carlos Acevedo
- No se preocupe Abuela, le llevamos el vino, las bebidas, el pan y el postre, Alicia va a hacer una ensalada, como le digo es sólo esa receta suya, es que nos vino una añoranza con el Quique que no puedo explicarle, nos vemos a eso de la una…
- M’hijito, el problema es que ya ni me acuerdo, creo que tengo un cuaderno donde tengo anotada la receta, si no lo encuentro será a la suerte de la olla.
- Sé que lo va a encontrar, Usted siempre guarda todo, un beso Abu, nos vemos.
Y lo encontró, ya tenía las verduras, el pollo, la fuente de pyrex y las especias en la mesada de la cocina, pero la receta no venía a su mente. Desde hacía mucho que cocinaba sólo para ella, platos simples, rápidos, de vez en cuando algo más complejo pero en cantidad doble para un par de días. Desempolvó el cuaderno, se lavó las manos por quinta vez, se sentó en el piso alto que le servía para cuando picaba cebolla, rallaba zanahorias o estaba condenada a revolver la olla para evitar grumos. En la mano derecha abrió el cuaderno, el pulgar como señalador y fue repasando la lista de ingredientes en voz alta mientras la mano izquierda tomaba dos zanahorias y las llevaba quince centímetros más allá en la mesa, tomaba el pollo y lo llevaba, el pimiento y lo llevaba, la cebolla y el perejil, la nuez moscada no, no estaba, dejó el libro, buscó en la despensa y si no fuera por el envoltorio demasiado grande para tan poco, no la hubiera encontrado. Nuez moscada y se volvió a sentar, volvió a abrir el cuaderno y un papel suelto cayó al suelo. Lo levantó y leyó, era su letra, el trazo englobado de su caligrafía, pero temblorosa, como si un apuro le amenazara, y comenzó a leer en murmullos inentendibles, se detuvo, sonrió y moviendo la cabeza hacia un lado y al otro, como flexionando, carraspeó siempre sentada, enderezó su columna y en voz alta leyó:
Héroe, Tú, mi héroe
no sólo destrozaste el sueño eterno de mi maldición
con solo un beso,
No sólo trepaste por mi pelo que temí cortar
por no perderme,
ni temiste los pies promiscuos ante la tentación
Vestida de cristal.
Tú, mi Héroe,
supiste del tesoro que señalaba el mapa
y fuiste en su hallazgo
y sé que no fue fácil vencer el tiempo y el espacio,
el destino de mares y tierras,
llegarme, abrirme la caverna
desafiarme al dragón que escupía su fuego
y no le temiste,
héroe mío, a tu miedo,
venciste el mío
y pudimos ser felices para siempre
pero confundí el había una vez…
la llave del comienzo con el candado del final
y entonces, maldito héroe
…hubo una vez.
Al terminar de leer era nuevamente un murmullo su decir, estaba de pie, afirmada a la mesada, como asumiendo un golpe a la altura del estómago, lloraba y sus lágrimas se licuaban con los mocos de su nariz antes de llegarles a su boca. ¿Por qué el olvido? La receta, ahora el poema. Se acordaba de los ingredientes e ignoraba como mezclarlos, recordó sólo su letra y supo, maldito héroe, como destruir el presente manso de su cuerpo sin memoria, se recordó mujer y cuerpo alguna vez, esa sola vez y lo evocó a él y su cuerpo, y rompió el papel amarillento en incontables pedazos y sollozando fue tomando puñado tras puñado y se lo llevó a la boca y fue apenas masticando, haciéndolos pequeñas bolas envueltas en saliva, en el ácido que las lágrimas y los mocos producían, y mientras masticaba, abrió las patas del pollo , metió su pequeña mano derecha en el vientre muerto, sacó el envoltorio de las menudencias, y volvió a lavar la carne, tomó el paño de cocina, lo fue secando y empezó a acariciar esa piel desnuda, lenta, muy lenta y buscando la zanahoria más grande, la empuñó y la fue metiendo y sacando de la abertura del animal, fue cada vez más rápida y violenta, ella misma se fue agitando, con el respirar cada vez más radical y siguió así hasta que casi se cae, y entonces escupiendo las bolas de papel sobre los ingredientes en la mesada, tomó el cuchillo más grande y una y otra vez, otra vez y otra, lo clavó en la carne muerta.
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