jueves, 9 de diciembre de 2010

NUNCA ES TARDE




Melania Tello Romero








La mujer miró al hombre que dormía en la cama del lado; la palidez de su rostro y lo demacrado eran clara muestra que esa horrible enfermedad lo estaba matando Todo por su porfía pensó, si hubiera ido al doctor a tiempo... Sentada en la cama, dejó caer una pierna, luego la otra, se puso las zapatillas y se encaminó al baño arrastrando los pies. Enseguida se fue a la cocina, como lo hacia habitualmente, preparó una bandeja, calentó un pan en el tostador, le puso mantequilla, puso una bolsita de té en la taza la movió unos segundos luego la retiró con la intención de volver a usarla. Volvió al dormitorio. El hombre había despertado. El olor a pan caliente estimuló su apetito y con esfuerzo se había incorporado en la cama.

La vio acercarse, trayendo la bandeja, siempre arrastrando los pies; la redondez de su cara había desaparecido, ahora era alargado y triste. Por un momento sus miradas se cruzaron, una leve sonrisa se dibujó en el rostro de ella, el intentó tomarle una mano, pero apenas la rozó.

Un hedor a cuerpo enfermo y postrado se mezcló con el aroma del té.

Lo mejor para su marido es el té de yerbas le habían recomendado, y ella hacía todo lo que le decían con el fin que el se sintiera mejor.

No lo acompañó a tomar desayuno; volvió a la cocina. Él la vio alejarse siempre arrastrando los pies. Las lágrimas rebasaron sus ojos y cayeron por su huesuda cara; se sonó la nariz tragando con dificultad el pan que tenía en la boca, ayudándose con un sorbo de té, la emoción le estrechaba la garganta; lentamente se fue calmando. Él ya no se levantaba de la cama; el temblor de sus piernas no le permitía mantenerse en pie. Escuchó el agua cayendo al lavaplatos, estiró la mano al velador, tomó el control remoto y empezó a recorrer los canales. Así pasaba la mayor parte del día, un poco dormitaba, otras miraba el televisor.

En la cocina la mujer se movía con lentitud, evitaba agitarse más de la cuenta para no ser víctima de los mareos. ¿Qué haría de almuerzo? Esto la preocupaba; por las noches pensaba en ello y no se dormía hasta no tener resuelto lo que cocinaría al otro día, pero al despertar por la mañana no lograba recordar cual había sido el menú. Abrió el refrigerador, cada día más vacío y sacó unas presas de pollo, se le iba toda la mañana en la cocina, al mediodía aparecía de nuevo arrastrando sus pies con la bandeja del almuerzo.

Esta vez se sentó a descansar a los pies de la cama. A él, le habría gustado tomarle las manos, acariciarle el pelo, pero ella estaba distante, además siempre fue tímido, sobre todo con las mujeres y ahora que estaba enfermo se había acentuado su timidez.

Ella lo animó a comer antes que se enfriara, luego miró hacia el televisor; su mente estaba más allá de la pantalla; recordando a su marido cuando tiempo atrás llegaba con bolsas del supermercado y todo lo necesario. Se bajaba con agilidad de la bicicleta trayendo siempre un regalito para ella, así demostraba su cariño. Ella nunca se preocupo de las necesidades de una casa y mas aún no sabía el valor del dinero; su marido le compraba la ropa, lo que hacía falta y todo lo demás. Por eso evitaba mirarlo a los ojos, no quería que el supiera la tremenda confusión y angustia por la que estaba pasando. Ahora, sólo ahora tenía que asumir responsabilidades que nunca antes le fueron dadas.

Él, ya lo había intuido y buscaba desesperadamente disculparse con su mujer.

Durante el día pensaba como empezar esta difícil conversación; si supiera escribir, una carta sería la solución y tampoco sabía leer, porque buscando un hermoso poema habría podido expresar parte de sus sentimientos y que ella entendiera cuanto la amaba y cómo la había protegido talvez mas de la cuenta, ahora se arrepentía.

Por eso todas las noches se daba valor diciéndose mañana le hablaré, mañana sin falta.


La última bandeja la llevó a las ocho de la noche, la retiró en silencio. No lavó la loza, entró al baño siempre arrastrando los pies, ahora más que en la mañana. Cuando llegó al dormitorio lo miró de reojo, él simuló dormir. Luego empezó a desvestirse lentamente, él la espiaba, al ver parte de su espalda desnuda sintió un ardor en su vientre y no pudo seguir mirando porque la luz de la lámpara fue apagada. ¿Por qué nunca la vio desnuda? Era su mujer estaban juntos por más de 50 años, “siempre había que apagar la luz”, ahora deseaba verla desnuda, acariciarla. Esa era su fantasía, aunque fuera lo último que viera en este mundo.

¿Se atrevería a pedírselo y en qué momento?


La angustia y frustración lo atormentaban al punto que un gemido escapó de sus labios y no pudo contener los sollozos. Ella encendió la lámpara asustada, descolgó sus pies y nerviosa acudió al lado de su marido; le habló, él no pudo contestar, tenía la cabeza tapada con la sábana. Le destapó la cara y la vio mojada por las lágrimas. Se acercó más le acarició la cabeza acercándola a su pecho; él se abrazó a su cintura como un niño desvalido, besando su vientre, palpando sus senos, las manos temblorosas del hombre recorrían su cuerpo. Ella no se resistió y se desprendió de su camisa, mientras que él observaba ese cuerpo tan deseado y nunca visto con la luz encendida.

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