jueves, 9 de diciembre de 2010

EL OJO DEL LAGARTO

                                                                             Mario Cáceres Contreras


Los vivaces ojos puestos en el hombre. Atento, el lacerta espera el menor movimiento del cuerpo del andrajoso, que intenta atraparlo con las manos, siempre, invariablemente, él es más rápido. De costado y mostrando el hermoso colorido, ojo y lengua en constante movimiento; parecen sonreír ante los vanos intentos que hacen por capturarlo. Mientras en la calurosa tarde el conventillo duerme la siesta, intentando esconder en el sueño la miseria y el hambre. Otros ojos, ojos humanos vigilan al igual que los del lagarto.

En los oxidados alambres la ropa que recibió agua y jabón en la mañana, se apoya en largas varas que la suspenden para alejarla de la tierra suelta del patio. El sol inclemente la asedia y reseca su textura. El flaite José después de sus fracasados intentos por atrapar al lagarto, elige la ropa que debe robar. Ningún habitante del conventillo imagina que el desgraciado más estúpido y pobre es el ladrón. Las ropas viejas y pasadas de moda las vende por algunas monedas en la estación de ferrocarril y con ese dinero compra pasta base al colorado Lalo, el traficante de la mejor pieza del conventillo la número 6. No puede moverse, se encuentra semidesnudo cubierto por un desvencijado vestido sin botones. Doña Eulalia, la misericordiosa viuda de la 4, lavó sus harapos. Un jarro de té con un pedazo de pan duro y el acostumbrado sermón “Estas hediondo a mierda, José. Das lástima, desmúgrate con este jabón en los tambores con agua y ponte este vestido mientras te lavo la ropa”.

Seis largos meses que vive en el conventillo. A nadie le interesa de qué lugar viene y en qué momento se irá... Duerme bajo un cajón y para cubrirse del frío en los crudos meses del invierno, busca el calor del Tirifilo, un quiltro callejero como él; pulguiento y con algunas garrapatas que el hombre les extrae y luego las quemas por entretención. El hambre hace lucir ambos esqueletos sobre la piel y el entrenado oído conoce de la vida de todo el vecindario. El cartonero tenía amores clandestinos con la mujer del zapatero. Le llevó el cuento al remendón y éste asesinó a su contrincante en amores con el cuchillo que corta el cuero y las suelas de los zapatos. Por el datito recibió algunas monedas. Al cartonero le encontraron al interior del carretón. Los carabineros dijeron que fue arreglo entre borrachines y no se habló más del asunto. Las chiquillas de la número 8 se ganan el sustento y la buena ropa ejerciendo la prostitución. En cambio la Carmelita. La que vive con su mamá la señora Eulalia en la 5, sus mayores ingresos les permiten arrendar dos piezas, trabaja en una fábrica textil; es decente y siempre observa, a veces le alimenta con las sobras que siempre limpias las deposita en un plato. El Lalo es un hombrón grande de pelo largo y cano. Dice que fue marino mercante y a veces para darse ínfulas emite frases en alemán y ruso. Dice que los militares después del golpe le enviaron a las Quiriquina, Mentiras, esconde tras esas falsedades la razón por la que vende pasta base y marihuana en los colegios cercanos. Todos temen a su vozarrón y palabrotas, amenaza con un revólver que ubica en la cintura. Se muestra intranquilo, Desde el Perú le llega la remeza de drogas a las 2 de la madrugada.

José, se ha vestido y observa a los niños que con el frescor de la tarde salen a jugar al patio central del conventillo. El Juanito recorre todo el vecindario en el desvencijado triciclo, en un canastito lleva a su perrito cubierto con un sucio chaleco, es el pasajero de su taxi imaginario, porque él será taxista cuando grande. Laurita, la niña madre peina a su hermanito y le habla como si fuese un muñeco de juguete. Los otros niños juegan con una pelota de plástico, rota quizás por el cuchillo del iracundo zapatero. José observa que la noche se acerca a esconder la miseria en su manto de oscuridad. El ojo del lagarto, porque se comporta como el lagarto permanece atento, muy atento. En verdad la Carmelita y sus sentidos de mujer astuta tienen razón. El flaite no es lo que aparenta, es un policía que trabaja encubierto, pero más importante aún, un padre en busca de venganza. El hijo de 14 años dominado por la droga que vende el miserable del Lalo, se quitó su naciente vida. Prefirió suicidarse en su desesperación antes que recurrir a su padre. La función de vigilar al traficante fue asignada a regañadientes por el mando. Los ruegos y el compromiso de actuar según la ley lograron la aceptación. Seis largos meses sufriendo en ese lugar sin delatarse, pero, la vida del Lalo le pertenece. Las sirenas de las patrulleras se apoderan del conventillo y los colegas arrestan a los traficantes proveedores de la droga. El maldito del Lalo huye con el revólver en su diestra por los vericuetos del conventillo, sin saberlo directo hacia el flaite José, quien le espera con la reglamentaria que apunta directo a su cabeza. El Lalo es mío, piensa el detective y las balas de la pistola viajan directo como dardos vengadores hacia el desalmado. El ojo del lagarto apunta y no falla. El traficante rebota sin vida en el suelo, mientras su alma se dirige directo al infierno. La venganza es el placer de los Dioses y podemos agregar que de los lagartos también…

No hay comentarios:

Publicar un comentario