lunes, 15 de noviembre de 2010

MANOLITO



Mario Alejandro Torres Ramírez.


El sol hizo su aparición tímidamente detrás de la cordillera y sus débiles rayos alumbraban las polvorientas calles del campamento “Esperanza”, el otoño estaba recién comenzando. Manuel Roa, de diez años, abandonaba su pequeña casa para ir a su lugar de trabajo. Ayudaba a barrer, recoger los restos de verduras, frutas y otras labores en una feria cercana. El salario que recibía por esos menesteres era  poco, algo servía para su hogar.
Esa mañana su desayuno consistió en una taza de té y pan, nada más. A veces tenían margarina.
En una pieza grande vivía con su madre y su hermano de siete años, su padre los había abandonado cinco años atrás, era un alcohólico sin remedio. Habían llegado a ese lugar a consecuencia de una toma de terrenos, llevaban una existencia miserable. Elisa su madre, trabajaba en casas particulares, una vecina se hacía cargo del más pequeño, Manolito asistió hasta tercero básico, no pudo seguir estudiando por ayudar a su madre y empezó a trabajar.
En el trayecto a su casa perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre la acera. Este pequeño accidente lo puso triste,  sabía que al día siguiente faltaría al trabajo.
-     ¿Dónde vives chico? Pregunto un hombre que se acercó a ayudarle. 
-         En el campamento Esperanza, mi casa tiene el número 36 señor.
-         ¿Puedes irte solo?
-         Si, me duele un poco la pierna pero el brazo esta mas jodío.
-         Que llegues bien niño, chao.
-         Bueno, gracias señor.
Con dificultad Manolito extrajo de un bolsillo la llave para poder abrir el candado de la puerta de su pieza.
Muy entrada la noche regresó su madre.
-         Hola niños, ¿cómo están? Preguntó.
-         Regular Amita le contestó Manuel
-         ¿Qué pasó?
Rápidamente le contó lo sucedido. Examinó el brazo para enseguida curar sus heridas y poner una venda.
Una sencilla comida se sirvieron los tres; tenían la costumbre de conversar un rato.
La señora Elisa sacó un diario, lo había encontrado en la basura, les dijo: - escuchen hijos:
-         “Mas de 107 niños en Chile trabajan en condiciones inaceptables”
-         Amita, comentó Tomas, ¿cómo saben eso?
-         Creo que le preguntan a la gente, replico su mamá.
-         Manolito preguntó ¿y nosotros estamos ahí?
-         A lo mejor hijo.- Bueno, ahora a dormir, está haciendo frío - hizo notar su madre.
-         Mamita - dijo Tomas - ¿va a leer un cuento?
-         Si...
         Duérmete mi niño
        duérmete sonriendo
        que es la ronda de ostras
        quien te va meciendo.
-         Esta poesía la escribió Gabriela Mistral.
Contempló a sus dos hijos, pero ellos ya estaban durmiendo.
Humedeciendo dos dedos con sus labios apagó la llama de la vela.




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