lunes, 15 de noviembre de 2010

Fellini ha muerto, viva Fellini


por Emilia Páez Salinas

                                                                    A Gladys Pinto Celedón, que me enseñó el
                                                          universo de Federico Fellini.


       Podría estar en la iglesia, sin embargo me encuentro en el cine. La Strada logra que renuncie a la misa del atardecer porque amo las películas de Fellini.
       Marta, mi mejor amiga, dice que paso la vida entre cuatro paredes. ¡Qué sabe ella! En  sueños y en el cine he recorrido el mundo entero y esta sala nunca ha visto tantos lugares como yo. Las murallas se caerían si de golpe irrumpiesen galopando mis quimeras para taparle la boca a Marta que cree que paso las horas rezando. Claro que el domingo asisto a misa en la mañana y también por la noche, pero hay cosas que ni las más íntimas amigas llegan a conocer. Sólo yo tengo la explicación de estos afanes religiosos.
       Cuando Marta va a casa habla mucho. Ella siempre estudia algo y creo que lo hace para tener de qué conversar. No es como una que cuenta de su vida, aunque a veces deje oculto muy adentro algunos secretos. Para ella soy una dueña de casa que atiende al marido y va a la parroquia, pero ella ni siquiera adivina que hay días distintos en que me levanto muy temprano y limpio todo rápido. Después arrastro el cuerpo hasta una micro y ya en el centro lo primero que hago es ir al cine. Cuando termina la película regreso de veinte años, olvidando los achaques en una butaca. Compro algo por si tuviese que explicar mi ausencia, aunque sé que no hay peligro porque Daniel almuerza en el trabajo y los nietos están en la escuela aprontándose para desordenar la rutina de algún sábado con su música estridente, tiñendo de risa la vieja casona donde vivo con Daniel.



       Cerca de las ocho, entro al cine. Mi cabeza parece un ovillo de nieve moviéndose de un lado a otro para descubrir un asiento desocupado. Estoy sola en la oscuridad y enfrento a Zampanó que mira desde la pantalla con ojos fieros. No es la primera vez que veo  a Anthony Quinn. La verdad  es que cuando éramos jóvenes fuimos una pareja feliz, pero me casé con Daniel.
       Zampanó es gitano y a su lado está la diminuta Giulietta Massina. Él hace trucos con una cadena, mientras Gelsomina toca un tambor y la gente ríe. En el Purgatorio nadie ríe. Quiero estar poco allí y rezo harto, también trato de ser buena. No es broma que a una le caigan mil años de castigo cada domingo que falta a la iglesia. He sacado cuentas y tengo millones de años en el Purgatorio. Por eso asisto a los oficios religiosos sin faltar, hasta hoy.
       El carromato se va del pueblo y Gelsomina está triste porque cada movimiento la aleja de un mundo tan minúsculo como ella, pero que es suyo. Un rincón hecho de mar y bosques que disparan árboles al cielo.
       Creo que tenía dieciocho años cuando fui a Cartagena para conocer el océano. Rozó mis piernas y lo perseguí. El manotazo de agua me dejó con las rodillas peladas y un susto mojado en el corazón.
       Gelsomina abandona a Zampanó. A él no parece importarle mucho. Es un desgraciado y sigue bebiendo su vida licenciosa como Daniel. De nada valieron los llantos, él se olvidó luego de las promesas que hizo cuando nos casamos. Todos los hombres son iguales. Recuerdo cuando quería que le encendiera un cigarro y dos minutos más tarde gritaba ¡ Mariana! y era para pedir café o un vaso de agua porque la sed lo iba a matar. Tenía hinchazón en los oídos con tanta orden, aunque reconozco que fui la culpable porque dejé que me tratara como una cosa.
       No habría imaginado este final. A Zampanó se le derrumba todo. Me quedo. Tengo mucho tiempo ahora que Daniel viajó. Será un problema regresar tarde. Nunca he llegado después de las nueve de la noche, pero hoy se diferente.
       Zampanó busca a alguien que le ayude en su trabajo de artista ambulante y entonces encuentra  a Gelsomina que es un poco fea, un poco chica y un poco boba. La casa de la mujer ya está lejos, sin embargo para mí no, la tengo clavada en los ojos. Es como si hubiese caminado por sus piezas y conozco las puertas y ventanas que se abren para que entre un olor a bosque que no es sólo de Gelsomina. Esos árboles sirven para albergar a un ave solitaria que alguna vez estuvo acompañada y es infinitamente libre en este instante.
       Parece que hace frío en el carromato. El viento muerde las orejas como un amante que hace olvidar lo desagradable y sumerge entre sus brazos acercando el pecho donde late ese tambor que una muchacha toca  para que el público ría.
       El mar furioso que hizo sangrar las rodillas y más tarde mi sexo de virgen ya no está. Quedó atrás cuando el gitano y Gelsomina se fueron. Ahora aparece el lago que hace una olita incapaz de aplastarme y cuyas aguas puedo contaminar con los papeles de caramelos que he comido todo el rato. Suenan cuando los retiro del dulce. Alguien se molesta con el ruido, igual que Daniel. Tenía que caminar descalza cuando él estaba durmiendo.
       ¡Tantas noches de hielo sobre la cabeza!, pero el viento furioso y el frío se han ido. Una brisa corre por el paisaje que atraviesan Zampanó y la muchacha. Tengo la nariz llena de perfumes que vienen de las flores encaramadas en sus tallos como niños en zancos. Es increíble que sean parientes de los odiosos tulipanes que huelen a cementerio y a funeral de Daniel.
       El sol suspendido de un cielo que aún no se decide a ser azul calienta débilmente los huesos de Gelsomina. Aguarda horas a Zampanó que se fue con otra, una mujer hermosa. Ella quiso acompañarlos, pero partieron riendo de su ingenuidad. Y ahora espera en ese pueblo que no es suyo, próxima al llanto y talvez las lágrimas habrían caído si no hubiese descubierto una cascada muy clara. Parece que siento el canto del agua. Duermo un poco con el olor a tierra mojada traspasándome. Estoy sorprendida de que pueda ser tan agradable, sobre todo si es tierra que está cubriendo aquello que detesto.
       Los sollozos de Zampanó me sacan del letargo. Prorrumpe en llanto porque Gelsomina probablemente murió. Levanta los puños con desesperación hacia la noche estrellada.
       Entonces salgo, anónima entre los espectadores, sintiendo que el abrigo negro pesa sobre los hombros. Cuando llegue a casa lo voy a guardar en el rincón más apartado del closet. Alzando el rostro miro al cielo y sus miles de ojos brillantes. Sonrío como Gelsomina.


                         


                 Santiago, octubre, 1993.
 

Currículo

                
  Emilia Páez Salinas, nace en enero de 1948 en  San Felipe.
Sus primeros artículos los publica en el boletín Vamos Mujer, del Comité de Defensa de los Derechos de la Mujer, en la década de los 80.
En 1992 estudia Apreciación Cinematográfica en la Universidad de Santiago con la periodista Gladys Pinto Celedón. A ella dedica “ Fellini ha  muerto, viva Fellini
Participa en el taller del escritor Poli Délano, en el Instituto Británico de Cultura.

Algunas de sus cuentos publicados son: “Odiosa Cecilia” y “ Fellini  ha 
muerto, viva Fellini”, en la antología Entre la pluma y la pared, editada por
el  Instituto Británico de Cultura, en el año 1994.
 “Juegos”, en la antología Hinchas y goles, editorial Mosquito.
 “Una bruja llamada Matilde” y  “A veces bebía Anís”, en antologías de la
Municipalidad de Maipú, años 2008 y 2009.
 “Miedo”, antología editada por el Centro Cultural profesor Manuel
Guerrero, año 2009.
Ha obtenido Primer lugar en Narrativa (2008) y Segundo lugar en Poesía
( 2009 ) en el Concurso Recordando a Gabriela y Pablo, organizado por el
Centro Cultural profesor Manuel Guerrero.
Finalista en el concurso ¿ Cuánto vale el Verso?, Universidad Central,
Santiago, año 2009
Conduce el programa “Circuito literario” en Radio Santiago Bueras, desde
octubre de 2008 hasta su finalización en mayo de 2009 ( Proyecto Fondos
Concursables ).
Actualmente forma parte del Taller de La Esquina, dirigido por el poeta   
Sergio Rodríguez Saavedra.
Correo electrónico de la autora : milapaez@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario