DIONISIA
(Segundo Lugar
Categoría cuento XIV Concurso
Literario Municipalidad de Las Condes)
Literario Municipalidad de Las Condes)
“Es mejor morir de vino que de tedio” Jorge Teillier
Dionisia se encuentra en el interior de una bolsa de lino, provista de un largo tirante de envejecido cuero para colgarla del cuello. Su nombre está escrito en griego antiguo con hilo de un color indefinido por el tiempo. El precio de venta en una tarjeta rectangular indica $900 y, aunque intento ubicarla en un lugar destacado, la insignificante bolsa se pierde entre las varillas de incienso, aretes de fantasía, platillos con hermosas piedras de ónix, además de un sinfín de chucherías. Nunca he sido un artesano y la razón del local Nº 25, arrendado en la feria artesanal, tiene como único propósito vender esta piedra al individuo preciso. Aquel que no consulte demasiado, falto de curiosidad y la guarde en un abandonado cajón de algún armario. Ruego a los Dioses del Olimpo que el interesado nunca llegue a conocer el poder de esta magnífica piedra y del poderoso dominio que ejerce sobre los seres humanos.
Dionisia se encuentra en el interior de una bolsa de lino, provista de un largo tirante de envejecido cuero para colgarla del cuello. Su nombre está escrito en griego antiguo con hilo de un color indefinido por el tiempo. El precio de venta en una tarjeta rectangular indica $900 y, aunque intento ubicarla en un lugar destacado, la insignificante bolsa se pierde entre las varillas de incienso, aretes de fantasía, platillos con hermosas piedras de ónix, además de un sinfín de chucherías. Nunca he sido un artesano y la razón del local Nº 25, arrendado en la feria artesanal, tiene como único propósito vender esta piedra al individuo preciso. Aquel que no consulte demasiado, falto de curiosidad y la guarde en un abandonado cajón de algún armario. Ruego a los Dioses del Olimpo que el interesado nunca llegue a conocer el poder de esta magnífica piedra y del poderoso dominio que ejerce sobre los seres humanos.
Todo se inició
en el balneario de Quinteros, al momento en que el hombre obeso, quien dijo ser
marino mercante, depositó la bolsa en mis manos, solicitando por ella $1.000.
El gordo, al recibir el billete, debió responder a todas las inquietudes. Dijo
haberla adquirido en la isla de Córcira, una de las islas Jónicas conocida en
la antigüedad con el nombre de Corfú y el nombre escrito en griego antiguo
corresponde a Dionisia. La curiosidad
mató al gato y en esa oportunidad pasé a convertirme en el curioso gato.
Apoyado en el maletero del auto, abrí la bolsa en cuestión, y de ella extraje
una piedra negra con manchas rojas de unos 4 centímetros de
largo por 2
centímetros de espesor. Al principio, creí que ante mis
ojos tenía un cabujón, que son piedras preciosas poco pulimentadas y sin talla.
Quedé convencido de haber logrado un buen negocio.
Transcurrieron
algunos meses en que la bolsa permaneció en el cajón central del escritorio. En
una de esas tardes en que el ocio te abraza tiernamente y sólo permite observar
el jardín, oír el trinar de los zorzales unido al movimiento de la cabeza en
una cálida invitación al sueño. Por inercia, busqué una mayor comodidad para
los brazos y piernas, moviendo la silla y abriendo el cajón del escritorio. Al
mirar en el interior me percaté de la abandonada Dionisia y de la suciedad que
cubría al envoltorio. Decidí lavarlo y eliminar de paso la modorra que, de
continuar, terminaría en un profundo sueño. Al efectuar esta acción comenzaron
las sorpresas. El agua se tiñó de un color semejante al vino y la peculiar
fragancia del brebaje me envolvió. Asombrado, eliminé el líquido e inicie un
nuevo lavado, el resultado fue idéntico al anterior y la bolsa mantenía el
aspecto inicial. Desde ese momento comenzaron las investigaciones sobre
Dionisia. La piedra que, por extraño destino y prodigiosa característica,
estaba en mi poder.
De la
Biblioteca Municipal a la Biblioteca Nacional y en uno de los libros sobre
mitología descubrí a Sileno, el creador de esta piedra que fue entregada con
posterioridad al dios Baco o Dionisio. El dios la utilizaba para difundir a
través del vino, la felicidad y la alegría entre sus devotos. Sileno, dotado de
gran sabiduría, capaz de conocer el pasado y prever el futuro, fue el
responsable de la educación del dios. La
educación de Dionisio fue en el valle de Nisa, bajo el cuidado de las ninfas, las
Musas, los Sátiros y las Ménades; además de Sileno descrito como un viejo
sátiro, obeso y de un aspecto grotesco, muy parecido al marino mercante que me
vendió la piedra en Quinteros. Al fin encontraba la repuesta al lavado de la
bolsa en la definición sobre Dionisia: “Una piedra negra con manchas rojas que,
según los antiguos, comunicaba al agua sabor y color del vino”.
En la hora del
conticinio inicie los experimentos. A esa hora se cocina cosas impensadas para
las mentes inocentes y descuidadas. Utilicé el vital líquido a diferentes
temperaturas, y nada. Aguas con diferentes porcentajes de sales, aguas de
vertientes, destiladas y el resultado igual a la primera vez, un aguapié. El
aguapié es un vino de baja calidad, con sabor a orujo de uva y muy aguachento. Estaba convencido que los
pobres griegos bebían esta porquería, cuando el accidente inesperado que ayuda
al incipiente científico se presento en mi ayuda. Vencido, y la piedra
sumergida en un balde con agua potable, recordé el mejor tinto bebido en mi
vida, fue la solución. Cerré lentamente los ojos y evoqué la tarde de enero en
mi juventud. Mi padre con uno de los primos mayores, nos envió a las viñas
cercanas a comprar vino. Las viñas y bodegas se encontraban a los alrededores
del cerro Name, en Cauquenes, Maule. En la carreta amarraron un pequeño tonel
para traer el buen mosto pipeño, necesario para agasajar y refrescar a los
vecinos que voluntariamente ayudarían en la trilla. A cambio del trabajo, mis
abuelos obsequiarían vino, comida, canto y baile. En verdad, el vino encontrado
en una de las bodegas estaba picado, muy ácido, casi vinagre. Decidimos
comprarlo a un precio irrisorio y convencido que después del segundo o tercer
trago le encontrarían aceptable. El dueño de las viñas, al cerrar el trato,
unido a un apretón de manos nos sirvió en una jarra de acero galvanizado un
vino de la casa, sólo para su consumo personal y festejar a sus jóvenes
clientes. Bebimos una exquisitez, un mosto muy especial, algo seco, áspero,
bastante grueso pero, de un sabor y fragancia que nunca olvidaré. El resultado
fue que la yunta de bueyes regresó con los conductores dormidos a la casona
familiar.
Después de
estas evocaciones observé la vasija de los experimentos. El líquido poseía las
características del vino de mis evocaciones. Bebí con lentitud y, de nuevo, ese
inconfundible sabor estaba en mi boca, el dulzor de la uva y la fragancia tan
particular. La fuerza de la tierra y la grandeza de las viñas maulinas estaban
presentes en todo su esplendor. El secreto consistía en desear el mejor vino y
Dionisia le hacía realidad. Esa noche, la cantidad ingerida fue de varios
litros y asombro ¡Nunca me embriagué, podía beber sin límite alguno! A mayor
consumo la alegría se presentaba desenfrenada. Las preocupaciones se
desvanecieron junto con los temores. La confianza llegaba victoriosa a la meta,
impulsándome a grandes acciones. Sentía en mi interior la presencia de una
fuerza superior, divina. Creía estar dotado de poderes semejantes a los dioses
del Olimpo. El miedo se doblegaba ante el valor que nacía. Comprendí el poder
de Dionisio, el dios de las artes y su dominio ejercido sobre los mortales.
Escribí un ditirambo en honor al dios en los instantes de mayor efusión.
Dionisio te has dormido
No resuenan las laudes
Ya no tocan los tambores
Las viñas se han secado
Y el vino se ha terminado
Ya no se toma vino ni se
canta
Ha cesado el bullicio de
las fiestas
Los corazones alegres
ahora están tristes
El vino se ha terminado
Despierta Dionisio,
despierta
Las fiestas desaparecen
de las ciudades
Las plazas están sin
vida, silentes
La gente se queja en las
calles
Porque no hay vino
Ya no se toma vino ni se
canta
Ha cesado el bullicio de
las fiestas
Despierta Dionisio,
despierta.
Pasaron varios días y todas las pruebas
resultaron a la perfección. Los libros sobre enología aumentaron los
conocimientos sobre el vino y los estudios sobre la materia fueron de gran
ayuda. Y aún así, decidí una última verificación La noche del 30 de agosto
preparé distintos brebajes y los envasé en varias botellas etiquetadas según la
cepa: vinos jóvenes con bouquet suave y aroma frutal; otros como el Merlot de
estructura mediana y fragancia a grosellas que se confunden con notas de humo y
café; Cabernet Sauvignon, de 1910, con tecnología francesa; los Pinot, Carmen
Margaux, los Rhin; además los dulces y fragantes del norte, maulinos y
chillanejos. Las botellas guardadas en cajas como un tesoro en el portamaletas
del auto en espera de la celebración de Ramona, el 31 de agosto, todas ellas dispuestas
para la prueba final. Por unos instantes de locos pensamientos que alteraron mi
fe, imaginé a la Dionisia en manos de Cristo, en las Bodas de Caná.
Los invitados
a la fiesta sin excepción encontraron en los vinos el elixir de los dioses. Pronto,
la música y el baile despojaron las máscaras. Los introvertidos transformados
en locuaces y delirantes; los puritanos en desenfrenados; otros, siempre
correctos en groseros y atrevidos. El teatro excitante estaba presente y otras
máscaras mostraban otros rostros. Para
mí fue una noche emocionante. La fiesta que producía placer y agrado debido al
vino, poco a poco, lograba salvajismo y locura. La embriaguez oscurece los
cerebros logrando que se pierda el control y alterando a los seres humanos
hacia el comportamiento de bestias. En cambio el vino no ejercía ningún efecto
negativo sobre mí; todo lo contrario, dominaba el escenario alentándolos a las
bajezas y a continuar bebiendo. De pronto recordé a los dominados por el
alcohol, entre ellos, a mi padre. Mi padre encontró el hogar de los sin hogar,
la parada final en donde habitan los perdedores que solamente desean una
botella de vino. En ese lugar no se conocen los nombres, no se usan; esos
miserables hombres de esqueletos carcomidos ya no necesitaban sus nombres. El
dolor de sus vivencias negativas me dio a conocer que en mis manos tenía un
poder incontrolable. Soy un pequeño mortal y esta potestad sólo pueden
dirigirla los dioses Por esta razón, decidí vender este talismán asombroso que,
en un instante convoca a la alegría, con el tiempo es creadora de hombres y
mujeres oscuros que terminan en una horrible muerte. Ellos, al final, dejan una
triste memoria de su paso por esta vida. Recordé de la mitología judía en el
Tanaj el relato mitológico del vino y Noé.
“Samael, el ángel caído, se había acercado a
Noé esa mañana y le pregunta.
-
¿Qué estás haciendo?
-
Estoy plantando vides.
Respondió Noé
-
¿Y qué es eso?
-
El fruto se come seco o
fresco, es dulce y produce vino para alegrar el corazón del hombre. Agregó Noé.
-
Vamos, compartamos esta
viña, pero no invadas mi mitad para que yo no te haga daño. Exclamo Samael.
Cuando Noé accedió, Samael mató un cordero y lo
enterró debajo de la vid, luego hizo lo mismo con un león, un cerdo y un mono;
de modo que sus vides bebieran la sangre de los cuatro animales. Por ello
aunque un hombre sea menos violento que un cordero antes de probar vino,
después de beber un poco, se jactará de ser tan fuerte como un león, si bebe en
exceso será como un cerdo y ensuciará sus ropas; y si sigue bebiendo será como
un mono, se tambaleará lentamente, perderá el juicio y blasfemará contra Dios,
Y eso fue lo que le sucedió a Noé.”
Hace algunos días abandoné el local para
almorzar y la señora Leticia, quién me reemplaza a esa hora, vendió la piedra.
Al comprador le recuerda vagamente. Respiré profundo y sentí libre mi espíritu.
El objetivo lo creí cumplido.
En septiembre celebré mi cumpleaños.
Familiares y amigos vinieron a visitarme. Los que asistieron a la fiesta de
Ramona, preguntaron insistentemente por los deliciosos vinos bebidos en esa
oportunidad. Aduje que por falta de tiempo y dinero no fue posible conseguirlos
pero, en cambio, les esperaba un pipeño Italia frutoso y dulzón. El momento de
corear el infaltable cumpleaños feliz y apagar las velas sobre la torta, se
presentó con impresionante alegría. Además de la insistencia de abrir los
paquetes de regalos emociona hasta el esqueleto. A las voces del coro, que los
abra, que los abra, inicié la ceremonia. En ellos: camisas, corbatas, lociones,
cortaplumas y una misteriosa caja sin identificación. Abierta la caja ante mí,
estaba la bolsa de lino verde con el nombre en griego antiguo de Dionisia. A
las preguntas sobre el misterioso paquete, respondí lacónico.
-
Es una broma de Sileno, un viejo de mierda
alterador de mi destino.
Por eso
continúo en el local Nº 25. Disminuí el precio, pensando en el cuento “El demonio en la botella”. Puede ser una de las razones del porqué Sileno
devolvió el talismán. Espero impaciente al comprador, ese que no pregunte y
guarde esta prodigiosa piedra como amuleto para la buena suerte. Además estoy
convencido que solo yo puedo vender a Dionisia. Al observarla me parece oírla
cantar en el interior de la bolsa.
El vino es un joven bonachón y
alegre
Sucede que quiere iluminar la noche
Y baja a las aldeas, envuelto en una
manta
Yo, Dionisia, invita a entrar
A la casa del vino
Cuyas puertas siempre abiertas
No sirven para salir.
Mario Alfredo Cáceres Contreras
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