PRIMER
PREMIO NARRATIVA
REENCUENTRO
Elena Hermosilla
Cisternas
¡Ernesto! ¡Ernesto!
¡Eres tú! ¿Cierto? ¡Ernesto!... Le llamo, le grito, casi. Varias personas me
miran, pero él no. Pienso…Sé que han pasado ya muchos años, pero creo que él es
único. ¡Cómo me voy a equivocar tanto! Aunque no me encaja que esté de pasajero
en este recorrido. No me lo imaginaba andando en micro. Si en los años 70 ya
tenía su auto. ¿Cómo entonces?...Estamos llegando al paradero Forestal y los
recuerdos vienen a mi mente. Cómo olvidar aquellos tiempos que, aunque lejanos,
me marcaron de por vida. Insisto y le toco el hombro. ¡Ernesto, eres tú! Y
recibo como respuesta una mirada perdida, lejana, vacía…¡Sí! ¡Eres tú! ¿Pero
qué ha pasado? ¿Quién o qué te ha dejado así? ¡Si tú eras mi Príncipe! ¡Aquel
con quien yo soñaba a escondidas!...El chico alto de pelo dorado y bellos ojos
grises con los que me encontraba a veces, y que hacía que me ruborizara.
Inalcanzable, era la palabra. Sólo un sueño para mi…Un burgués, decían los
“compañeros”. Un desclasado que seguramente quiere llevarle la contra a su
papito. ¿Qué hace acá en esta población marginal?, decían otros. ¡Éste sólo
está disfrazado de revolucionario!...Pero para mi era perfecto. Tan lindo, tan
líder. Sobre todo cuando íbamos a las columnas de apoyo al Compañero
Presidente, y él encabezaba las columnas, con las banderas rojas y negras y con
las consignas revolucionarias: “¡Pueblo, Conciencia y Fusil!”…Mientras, desde
los edificios nos atacaban con groserías o nos tiraban todo tipo de cosas.
Eran otros tiempos ¡Qué
ilusos! ¿Cómo no nos dimos cuenta? Si no había que pensar mucho para comprender
que todo era sólo un sueño. Y duró tan poco. O quizás fue demasiado. Los
poderosos en Chile y en todo el mundo no tienen tanta paciencia con los “rotos
metidos a gente”. ¡Qué lata más grande! ¡Mírenlos! Confundiéndose con la gente
de bien en las universidades o en los organismos públicos. ¡Esto hay que
pararlo! ¡Y más encima, estos cabros de mierda que lo tienen todo, se meten a
apoyarlos! Yo no sé por qué lo hacen. ¡Por llamar la atención será! En vez de
defender a su clase. ¿No se dan cuenta de todo lo que nos ha costado formar
este país, y el sentido que tiene ser chileno? Si no fuera pos nosotros, estos
rotos serían unos ignorantes, unos indios. Aunque estos cabros seudo
revolucionarios necesitan plata o bencina para el auto no tienen escrúpulos y
estiran la mano no más. Total, para eso están los padres.”
El Centro Comunitario
de la población era un lugar de encuentro en donde llegaban los pobladores y
gente de diversos partidos de izquierda. Fue así como les conocí. Ellos se
distinguían porque sin presentarse se notaba la clase social de donde
provenían, el porte, la forma de expresarse, en fin, todo. Más que pensar en el
interés político, yo pienso que este grupo de muchachos eran un sueño para
nosotras, algo así como nuestros héroes de las películas.
Sé que debo bajarme. Ya
estoy cerca de mi trabajo, pero quiero saber más de ti, Ernesto, qué pasa con
tu vida, en fin, qué fue de los demás compañeros. ¿están en Chile? ¿Están
vivos? ¡Cuéntame, por favor! No te quedes en silencio, porque no entiendo nada.
Yo tengo mucho que contarte también. Pero, por favor, te ruego, ¡Háblame!
Fue una noche en que se
presentaron los Quilapayún con sus largos ponchos negros en el Centro Comunitario. Mientras coreaba una de
las canciones noté que estaba a mi lado. Sentí su mirada y luego su mano
tomando la mía. Creí que estaba soñando, y me dejé llevar por la música y el
momento. Cuando terminó la presentación nos fuimos a su auto a conversar. Él me
contó de su vida y de la necesidad que tenía de luchar por sus ideales al igual
que otros compañeros. Me contó que la vida no era igual para todos, me habló de
la injusticia, de los que lo tenían todo y de las diferentes realidades que
existían. Me dijo que si yo me lo proponía, algún día podría estudiar en la
universidad, tal como él ahora, y llegar a ser una profesional.
Esa noche fue crucial para mi vida. Nunca olvidé esa
conversación, ni la pasión con que exponía sus ideas. Aunque tenía solo 17 años
y grandes carencias económicas, creí en sus palabras, y pensé que quizás alguna
vez podría lograr otra vida. Si, podría ser. Si él lo decía es que era posible.
Cuando terminaron las
canciones, se despidió de mí con un abrazo y un beso en la mejilla. La verdad
es que me sentí en las nubes y así llegué a mi casa, donde me retaron por salir
sin permiso y por lo tarde de la hora. Pero no me importó, porque fue tan
emocionante compartir esos momentos con Ernesto que valieron la pena los retos
y el posterior castigo.
Esa fue la última vez
que lo vi, el día viernes 7 de septiembre de 1973. Después todo cambió. El
bombardeo a la Moneda, la muerte del Presidente, los allanamientos, los vecinos
que se llevaron presos y que nunca volvieron, los desaparecidos, el miedo…y
también el olvido que hace que lo terrible e importante se vaya perdiendo a lo
largo de los años. Sin embargo, a pesar de todo, a pesar de los amores que
después tuve, y sobre todo, por encima de la dureza de la vida que nos tocaba
vivir, yo seguí pensando en él, esperando verlo en cualquier momento, y
recordando ese beso que marcó esa obligada despedida.
Varias veces me
pregunté qué había ocurrido con los compañeros más conocidos, y sobre todo con
los que venían de los sectores altos. Después del golpe de estado, la mayoría
pensaba que ellos no tendrían problemas, ya que al fin y l cabo todos los ricos
se conocen y se protegen entre ellos, y tienen los medios para manejar las
situaciones difíciles. ¡Qué equivocados estábamos! El tiempo nos ha mostrado la
realidad, pues el dolor esa vez golpeó a tantos y tan fuerte que no importaron
clases sociales o familias de apellidos rimbombantes.
Recuerdo que hace un
tiempo me encontré con Mariana, y a ella le pregunté por los “compañeros”. Me
contó que algunos estaban muy bien, pero que otros estaban desaparecidos o
exiliados, y que tú habías estado detenido, que te habían torturado, y que
después habías pasado un tiempo en una clínica psiquiátrica. Yo no lo podía
creer. Recuerdo que tú estudiabas en la Facultad de Arquitectura y todos decían
que eras “brillante”. No podía ser que terminaras mal. Pensé que ella
exageraba, pero ahora que no encuentro tu mirada y veo que tus manos tiemblan,
me doy cuenta de que ya no estás, que te quedaste en aquellos años, cobijado en
la ilusión de un país más justo, o en el terror de los días oscuros que
viviste, o escuchando tal vez el eco de las duras palabras de tu padre, que te
debe haber recriminado por tratar de ir por un camino distinto al que te había
trazado. “Te lo advertí, huevón, no te metas en líos. Tu madre también te lo
dijo, Ernesto, pero dale con que los pobres nos necesitan y que la conciencia
social y tanta huevada junta. ¿Para qué, digo yo? Te eduqué en los mejores
colegios. Siempre lo tuviste todo, y nos haces pasar por esto. Afortunadamente
aún tengo mis contactos, por lo que logré sacarte antes de que te
desaparecieran. Y ten en cuenta que lo hice por tu madre, por el amor que le
tengo, para que no siguiera llorando, porque si fuera por mí, te habría dejado
no más, porque tú te lo buscaste. Ahora te veo y me das lástima. ¡Solo eso
provocas. ¡Lástima!”.
Ya me debo bajar, y
aunque trato de encontrar señales en sus ojos grises, ahora sólo los veo
oscuros y sin brillo… y me quedo con tu recuerdo. Me bajo rápido, sin mirarte
de nuevo. Tampoco podría verte. Las lágrimas me nublan la vista. Y tú tampoco
me ves. Me apuro, pues debo ir a mi oficina, donde me esperan tantos casos que
debo resolver. Lo conseguí, querido Ernesto: ya soy abogada. A pesar de todo,
lo conseguí. Gracias, Ernesto, gracias.
…………………………………….
No hay comentarios:
Publicar un comentario