SEGUNDO PREMIO NARRATIVA
LA
INJUSTICIA
Juana Rubio Pérez
Eran como las seis de
la mañana cuando llegaron al velatorio de doña Pascualina los últimos
parientes. La gran pieza de la casa que era a la vez recibidor, comedor y
escritorio, se hacía chica en esos momentos de dolor. El rosario iba de mano en
mano y el coro que contestaba los Ave María ya lo hacía en forma monótona y
cansada.
En silencio, con un
gesto o con un leve movimiento de cabeza, todo el mundo saludaba a los que iban
llegando, mientras que a medida que las comadres se encontraban, comenzaba el
cuchicheo.
-
Estaba bien la cuñada, ¿cómo fue esa
desgracia?
-
- A mi me dijeron que fue un ataque al
corazón.
-
¡Pero si ella nunca sufrió de eso, pues!
-
Si ni siquiera se vacunaba la comadre y
ni se resfriaba.
-
Salud nunca le faltó.
-
Vaya uno a saber la verdad algún día.
Éstas y otras muchas
conjeturas se hacían en medio de los murmullos. Doña Pascuala era muy conocida
en esa numerosa familia. Mujer campesina había sido, trasplantada al pueblo,
pero ella nunca olvidó los valores enseñados por sus mayores y los traspasó a
sus hijos. Ellos, ahora profesionales y de buena situación, callaban.
Cabizbajos, se avergonzaban del “accidente”.
La buena nana, en la
cocina lloraba triste cuando llegaron las personas que atenderían a tanto
pariente.
-
¿Y pa’ qué llorai?, no es nada sanguíneo
tuyo, eres solo la nana, y además vai a quedar sin trabajo.
Pasó el día, la noche,
y llegó el momento del entierro. La despedida fue con cantos, recitaron una
poesía dedicada a la difunta, la recordaron como era de buena cocinera, cómo
había trabajado con tesón para darles educación a sus hijos, cómo estaba de
orgullosa de ellos…pero del accidente, nada se dijo.
Al retirarse toda esa
gente, separándose en grupos y cuando doña Pascuala quedó sola descansando en
su tumba, se desataron las lenguas.
-¿Supo lo del
accidente, pariente?
- Si, dicen que hace varios
años que tenía ese vicio.
- Fue de la cantina que
se la llevaron a la Posta.
-¿Y qué la llevaría a
enviciarse así?
- Quien sabe, pariente.
- Quizás qué penas la
convirtieron en borracha.
Esto era lo más suave
que se decía de la difunta. Curiosamente, fuera de los hijos y nietos, la única
que realmente la sentía y sus lágrimas eran verdaderas, era la nana. Ella sabía
lo que en verdad había pasado, pero no tuvo ocasión de contarlo. La recordaba,
recordaba sus pasos lentos y como cojeando y el ruido que hacían los clavos en
el taco de ese viejo zapato.
-
Miren la vieja porfiá, sáquese ese
zapato, iñora y por último, yo lo llevo pa’ que se lo arreglen.
-
Me duele el pie con todo zapato, pero
con éste camino lo más bien. No he podido encontrar otros como éstos.
Esta conversación era
casi a diario, y aquel día no fue diferente. El almuerzo era con visitas y doña
Pascuala cocinaba pescado estofado y tortilla de acelga, y para el postre,
turrón de vino. Necesitaba vino blanco y en su despensa solo halló tinto. Tomó
un jarro y fue al comedor, donde la nana preparaba la mesa para el almuerzo.
-
Cruzo la calle pa’ comprar vino blanco y
vuelvo al tiro, échale un ojito a la cocina, porfa.
-
Doña, ¿y va a ir con esos zapatos?
-
Ah, qué más da, si voy ahí no más.
El dueño de la cantina
estaba ocupado encerando el piso de su negocio cuando apareció en la puerta
doña Pascuala con su jarro en la mano y le pidió un litro de vino blanco. La
quedaron mirando unos clientes que conversaban comiendo algo, acompañados de
una gran jarra de vino rosado.
-
Vecino, necesito vino blanco, no rosado.
-
Si vecina, pase no más.
Avanzó doña Pascuala,
pero quiso la mala suerte que pisara cera fresca con sus zapatos viejos, su
tacón con clavos la hizo resbalar sin remedio y ella cayó hacia atrás, azotando
la cabeza contra el piso. Los clientes miraban espantados; el dueño llamó a los
carabineros y en medio del tumulto que se armó en la calle, apareció la
ambulancia que se llevó a doña Pascuala. Ella murió al llegar al hospital.
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TERCER PREMIO NARRATIVA
POBRE
PAPÁ
Angelina Milla
Parece que a los mayores también les gusta jugar a
la guerra. Papá cuando está solo en el dormitorio, saca su pistola del velador
y juega a la guerra como si estuviera peleando con su enemigo imaginario,
conversa cosas que no alcanzo a escuchar
desde mi pieza, dice algo así como ¡te voy a matar, desgraciado!, ¡no te
escondas! ¡te voy a pillar igual! Luego guarda el arma en su velador y llora
mucho, yo creo que le da pena tener que matar al enemigo, pobre papá…Cuando
escucha a mami subiendo la escala, para la oreja y después se hace el dormido.
Ella siempre le da un beso en la frente y como que se disculpa por llegar
tarde. - No sabes lo aburrida que estuvo hoy la reunión, se alargó la
discusión, y el tema se hace interminable, quería venirme luego, pero no te
preocupes que me vino a dejar una compañera, voy a darme una duchita - le dice,
y lo vuelve a dejar solo.
En las mañanas, papi sale casi de noche, no hace
ruido para no despertar a la mami, como cuando yo era más chico, ahora tengo
siete. Me acuerdo que antes de irse, llegaba calladito a mi pieza, decía que
era el viejo del saco, me levantaba bien alto con sus brazos y se reía harto,
era bonito ese tiempo, ahora ya no.
Mami es linda hasta cuando duerme, ella es joven,
parece Barbie y viste a la moda ¡qué elegante! dice la tía Rosario cuando viene
de visita y mamá le regala los trajes que ya no se pone. La tía Rosario siempre
llama al papá por teléfono cuando mami no está; él le grita enojado y le
cuelga, y luego no contesta aunque siga sonando y yo hago como que no escucho,
pero siempre oigo aunque esté ocupado dando órdenes a mis soldados que peleen y
no se rindan; cuando juego a la guerra yo mato al enemigo y no lloro como papi.
A papi lo recuerdo distinto, ahora es callado y trabaja mucho, pocas veces me
hace cariño o jugamos al viejo del saco, aunque se lo pida, con mami en cambio
nos reímos mucho, sobre todo cuando jugamos a tirarnos almohadas y cojines
sobre la cama, y terminamos re cansaos.
Hoy es sábado, mami salió sola otra vez, veo a papi
desde la oscuridad de mi pieza, parece que va a jugar otra vez a la guerra,
entonces pongo mis manos sobre mis orejas, para no escuchar lo mismo de
siempre, pero esta vez saca su arma y suena como un petardo cuando se la lleva
a la boca, luego cae de espaldas sobre la cama y se queda quietito.
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