sábado, 28 de mayo de 2011

LIRA Y THERESA






                              

Eran las diez de la noche y todas las habitaciones del edificio se veían sin luz a través de sus ventanas exteriores. Por los pasillos internos aún circulaban asistentes y auxiliares. Afuera, en los campos y prados conformados por pequeños huertos de plantas y flores, se escuchaba el sonido de  ramas  agitadas por el viento, el croar de las ranas en sus diminutos charcos, el chirrido de los grillos jugando a las escondidas ,el canto de algún pájaro nocturno y el exquisito aroma perfumando la desparramada noche de los huertos florales.

Lira se había recuperado lo suficiente como para pasar a la segunda etapa del tratamiento que consistía en cultivar su propio jardín floral terapéutico; allí se enseñaba lo básico relacionado con jardinería y el valor que se le asignaba en la recuperación de los pacientes psiquiátricos. De lo que se trataba finalmente era que cada residente se reflejara con el crecimiento y mantención de su huerto, en su propia reconquista como personas y esas flores preciosas que ayudaban a crecer, echaran raíces en sus almas como en una perfecta simbiosis purificadora. Este tratamiento duraba hasta que la propia interesada consideraba que su sanación estaba completa.

Theresa llegó al Centro de Convergencia de Medicina Natural y Floral con una buena fama de escritora y arrastrando una depresión post parto porque durante el embarazo, el ser que ocultaba en su vientre le había desnutrido su cacumen creativo, como decía. Más adelante le contó a Lira que como ella, también tiraba un problema sentimental y carnalmente se sentía violada y abusada.

El ambiente terapéutico se colmaba de confesiones de mujeres atropelladas y espiritualmente atormentadas, no importaba la edad – la mayoría eran jóvenes – ni la condición social, cultural, económica ni su pasado. La enfermera que las atendía con sus brebajes de medicina natural repetía al verlas ingresar al recinto como delicadas muñecas de trapo: - Padres, hermanos, hijos, esposos, amantes ¿hasta cuándo torturáis a vuestras mujeres?

Lira, en las noches luchaba contra los malos recuerdos que la impulsaban a volver atrás. Una noche en que el sueño estaba a punto de desaparecer, se levantó y fue hasta donde la enfermera para que le diera una poción para dormir y cuando volvía a su cuarto por el pasillo semioscuro, se equivocó de puerta y entró en la habitación de Theresa que estaba sentada en la cama revisando unos papeles. Lira, muy abochornada, le dijo:
-Perdón, me equivoqué de puerta. Tuvo la intención de salir inmediatamente, pero Theresa alcanzó a decirle:
- Espera, no te vayas, hace días que quiero hablar contigo, qué bueno que entraste, veo que llevas tu bebida somnífera; eso es señal de agobio. – Sí, respondió Lira, a veces despierto en la noche con la angustia de revivir el pasado que me trajo hasta aquí. – No me extraña, afirmó Theresa y tengo entendido, de acuerdo a lo que dice el médico, que en la medida en que avanza nuestra sanación, más nos acosarán los demonios del pasado. Theresa la invitó a sentarse a su lado y Lira le preguntó qué hacía con esos papeles. – Son cosas que yo he escrito y que ahora no recuerdo haberlo hecho. Lira dejó el vaso en el velador y descuidadamente tomó un papel y dijo – ¿Puedo?, recibiendo un delicado – Si.
Al poco rato de lectura comenzó a llorar; Theresa le retiró el papel de las manos abrazándola, ambas lloraron como almas gemelas. Hablaron durante toda la noche, de la infancia, la adolescencia, sus deseos, amores, fracasos y alegrías. Cada una relató con detalle su primer gran amor y su pasión sexual y descubrieron que las dos habían sufrido el mismo fracaso por culpa de un amante que padecía de eyaculación precoz. Recorrieron parte de sus vidas como adultas, enredadas en la trampa de un matrimonio que se vino abajo cuando el ser que amaban se sacó la máscara y se convirtió en mitad macho y mitad bestia.

Theresa y Lira desde esa noche fueron inseparables, participaban de las terapias, trabajaban en el cultivo de sus huertos, charlaban paseando por los prados primaverales y se detenían bajo un aromo; Theresa le hablaba de sus proyectos literarios y finalmente le decía: - Tú me inspiras con tu perfume de tierra fresca, dulce y gentil. Se abrazaban y el contacto de esos dos pechos solitarios quedaba palpitando como algo impetuoso y vívido en el cuerpo de las dos mujeres.

Una tarde en que todas las internas jugaban – bajo un sol generoso – a tirarse agua corriendo y riendo de un lado para otro, Theresa tomó las manos de Lira y jugaron con ellas a tomarse, apretarse y acariciarse  sus alegres caras y tomadas de las manos se sentaron bajo el familiar aromo, cada una secó sus manos en el vestido de la otra, rozando sus piernas; de repente, el juego transformó sus caricias y miradas. Ambas descubrieron en sus pupilas lo que habían ocultado como un secreto deseo prohibido y un beso rápido, como un pensamiento de ternura y pasión, juntó sus labios, un ardor trémulo de mariposas atrapadas inundó el corazón de las dos mujeres; una mezcla de sueño alucinante y transparente recorrió sus sentimientos y una ardiente e insondable sensibilidad las arrebató como una inmensa ola de agua vegetal.

En este episodio me viene a la memoria la hermosa rehabilitación de nuestra mente y espíritu. El bello trabajo de cultivar flores fue la gran fuerza que nos permitió abandonar aquel centro con una nueva felicidad creativa y en medio de esa convivencia, nosotras sembramos la semilla que enraizó dos almas y dos vidas. Ambas habíamos sido arrastradas por un torrente de ultrajes que nos trizó la conciencia y nos quebró el amor. En ese estado de miserias, agonías y depresión caímos en el pantano de la nada y después de una larga caminata sobrevivimos del inconsciente y descubrimos que en el fondo del pozo brillaba, enceguecedora, la lámpara del amor.

Ahora con la firmeza y claridad que nos prometió el tiempo pasado, puedo recordar, escribir y describir episodios abominables, sobre todo relatar aquellos momentos terribles en los cuales la angustia me dictó conceptos y palabras enajenados.

Por ejemplo, recordar que yo me encontraba vacía, sin amor y sin nada bueno que evocar, como una vagabunda que no tiene adonde dirigir la mirada. El tiempo y mis dolencias empezaron a ser mis aliados y mi determinación irrevocable y firme, por última vez y en un acto de perfecta cordura, dejé entrar en mi casa y en mi cuerpo a ese despreciable y perverso ser que había transformado mi existencia y que decía llamarse hombre. Esa acción sería el final de una mala historieta de abuso y violación.

En el inicio de esa función postrera, le dije: - En este epílogo mi sexo permanecerá oculto en la cárcel de tus golpes y fabricaré un cuento mientras fornicamos, pero tú no prensarás mi cuerpo con tu saco de corrupciones; esta última vez seré yo la que te cubra con mi jardín de espinas que ha cultivado para esta ocasión y atraparé tu pene con los pliegues de mis calles solitarias y jugaré a clavarte con mis púas candentes
como las que me han herido cuando tú jugabas a dañarme. Cuántas veces, yo y mi vagina sangrábamos mientras tú acababas con la demencia de un macho cabrío. Ahora mi vagina será tu corona de tortura y no podrás ocultarte en tu maquinaria de fabricar miedos, engaños y traiciones, porque para siempre quedarás entre el placer y la agonía como en una pesadilla de troncos quemados. Ésa será mi venganza, que será la venganza de millones de vaginas que han sido desgarradas, humilladas, sometidas y obligadas a permanecer calladas y fingir millones de orgasmos para no destruir tu decadente, gastada y patética virilidad. Y cuando te duermas oculto en tus fracasos, yo armaré mi propia alegoría  y te narraré el comienzo de tu final dentro de mi alma y dentro de mi cuerpo.

Ocurrió en un pequeño espacio donde la magia del lugar hacía florecer todo; allí nos abrazamos y fue como la fusión de cuatro lunas de rojo terciopelo y nos transfiguramos y fuimos dos Evas; la primera mujer inviolada que se entregó al amor por el amor y una mezcla de jardín del Edén y árbol afrodisíaco surgió de las pieles, indicando el camino púrpura que lleva hasta el manantial donde nace la flor del huerto. Y seguí por el abecedario de la lírica nupcial y extasiada de tanta expresión dorada, escribí el primer beso sobre sus labios de pálido cuaderno y ella sonrió con la primera risa inaugurando nuestro ideal de sexo literario y de pronto, las dos fuimos jardineras plantando nuestro diálogo en el texto de la pasión.

Las mujeres hemos fallado en el intento de soportar plenamente tu sexopuñal que nos penetra con el ímpetu de cactus demente, dejando las carnes abiertas de par en par por donde escapan el deseo, el placer y el amor, quedando solo el dolor. Nunca aprendiste ni nadie te enseñó a cuidar y labrar el capullo de la magia de la ilusión.

Esta vez me nutriré con tu propia maldad y te digo: hoy no necesito de ti. Te usé hipócritamente y fingí como tantas otras veces, redactar la leyenda de esa fornicación en la cual yo arrebaté tus intenciones, tus ideas de macho derrotado y mientras me movía recuperé el terreno de la poesía femenina que me usurpaste y violaste con tus torpes caricias de aprendiz de lector atrasado y cuando ofendías mis intimidades atropellando mis pudores con tu lápiz sin pasta, buscando lo que buscan los perros salvajes. Has injuriado mis páginas interiores con el vómito y suciedad de tu espíritu amargo. Destrozaste el icono sagrado que habitaba en mi cuerpo y dejaste como símbolo de tu profanación, una gran mancha deshonesta y letras agonizando.

EPÍGRAFE

En un tiempo pasado, sin fecha exacta, Theresa le preguntó a Lira: ¿Cuidarás y amarás a mi hija? – La cuidaré y la amaré como si yo la hubiera engendrado y yo la hubiera parido – contestó Lira a Theresa.

Rhenán Vilas

Domingosietedenoviembredelañodosmildiez


No hay comentarios:

Publicar un comentario