Julio Abel Sotomayor Campos
Despertó antes de lo habitual, sin necesidad del despertador, relajado, con buen ánimo y, como ocurre cuando se ha dormido bien, su mente estaba totalmente en blanco. Permaneció un rato más en la cama con los ojos abiertos, de espaldas mirando el cielo de la habitación, luego se levantó y fue a la cocina para dejar calentando la cafetera mientras tomaba una ducha. Tarareando la canción que se escuchaba a gran volumen en la radio, disfrutaba del agua tibia cayendo sobre el cuerpo, proporcionándole un agradable placer. Siempre cantando, después de terminar el baño, fue a vestirse poniendo gran esmero en aquello y una vez que estuvo satisfecho con su atuendo, volvió a la cocina para preparar un café y revisar mentalmente su itinerario mientras saboreaba el estimulante brebaje, acompañado de unas galletas dulces.
La brisa fresca le esperaba afuera para acariciar su rostro en esa clara mañana. Como era temprano, aún no se congestionaban las calles y no tuvo dificultad en abordar un transporte hasta el Terminal donde tampoco sufrió la fastidiosa fila de otras oportunidades para adquirir su pasaje: –Asiento veintiuno al lado de la ventana- pidió. No estaba disponible. –Bueno, no importa, dame el veintidós- solicitó. Regularmente viajaba sentado al lado de la ventana mirando el paisaje o bien cerraba los ojos y se dejaba atrapar por el sueño para escabullir a los viajeros parlanchines. Sin embargo, ahora sentía ganas de conversar.
Una sensación rara y casi imperceptible que a veces ronda en nuestro subconsciente, como si esperásemos algo que nos va a suceder, un acontecimiento extraño, le provocaba cierto grado de ansiedad mientras aguardaba el momento de partir. Con ese sentimiento y el bolso colgado en el hombro se dio unas vueltas por el recinto esperando que el bus se instalara en el andén, las manos en los bolsillos, silbando distraído, mirando la portada de revistas y periódicos, sumergido en su propio mundo sin percibir el agitado ir y venir de las personas que pasaban con prisa por su lado. Consultó por enésima vez su reloj y estimó que era el momento, por fin, de ir a tomar su lugar en el bus.
Camino hacia el andén percibió un exquisito aroma que le obligó a detenerse para dar vuelta y descubrir una esbelta figura de cabellera negra cruzando presurosa y que luego desapareció en el tumulto sin permitir que pudiera ver completamente su cara. Dejó subir a todas las personas mientras permanecía mirando a su alrededor, envuelto todavía por aquel aroma. Ya no quedaban más pasajeros que abordaran el bus ni maletas para guardar, el vehículo esperaba con su motor en marcha; el auxiliar le invitó a subir. Arriba del bus, desde su asiento, ella le miró un instante y luego se volvió hacia la ventana. Aquella mujer, de una belleza tal que sobrepasaba lo que imaginara, emanando la fragancia de aquel exquisito perfume, con esa cabellera negra, larga y brillante cayendo sobre sus hombros, ella, viajaría a su lado.
Un cosquilleo recorriendo su estómago no le permitía tomar una posición cómoda en el asiento. Sin atinar a decir algo, cualquier cosa para intentar una charla, trató de leer. Por un buen rato se esforzó por concentrarse en la lectura sin conseguirlo, le era imposible manejar el impulso de mirar de reojo a su compañera. Inquieto se movía en el asiento con regular frecuencia, como un enfermo, incapaz de controlar los movimientos de su cuerpo. Ella miraba, indiferente, el paisaje iluminado por un sol radiante en aquella hermosa y fresca mañana sin nubes en el cielo. Al fin cerró la revista, se acomodó lo mejor que pudo, hundiéndose en el mullido asiento tratando de ocultar su agitación.
-¡Que hermoso día!, ideal para viajar –la escuchó decir. –Ah, ah…sí- respondió, confundido, tratando de disimular su sorpresa y de actuar con naturalidad ante la mujer que le miraba con unos ojos tiernos donde se reflejaba una expresión de amistad. A partir de ese momento se desató entre ambos una espontánea y fluida conversación. Empezaron por confidenciar el paradero y motivo de sus viajes descubriendo la simpática coincidencia de tener ambos la misma ciudad de destino.
Él era ingeniero comercial y trabajaba como auditor en una institución bancaria. Tenía bajo su responsabilidad las sucursales de esa zona del país. Viajaba regularmente para auditar las oficinas a su cargo. En ocasiones como ésta por ejemplo, viajaba en forma imprevista, pues se sospechaba que un funcionario estaría adulterando la contabilidad interna y de algunos clientes, desviando esos dineros hacia una cuenta relacionada con una amiga o amante, no estaba claro, el caso es que este empleado manejaba esos fondos que ingresaban por diferentes medios y en gran cantidad en dicha cuenta. Su misión, esta vez, era efectuar una revisión de la contabilidad para determinar si efectivamente existía una apropiación ilícita del patrimonio, tanto del banco como de los clientes.
Ella era modelo y vivía en la ciudad a la cual se dirigían. Regresaba de la capital luego de haber participado en un desfile de las últimas creaciones de un prestigioso diseñador internacional y de haber estado en algunos canales de televisión como invitada en diversos programas estelares. También ella necesitaba revisar sus cuentas después de un largo tiempo fuera de la ciudad y lo primero que haría sería visitar a su contador para que le informara sobre la marcha de su negocio: una academia que preparaba mujeres jóvenes y agraciadas para ubicarlas como promotoras en supermercados y grandes tiendas entre otros servicios-.
Poco a poco la conversación se fue relajando, como si fueran viejos conocidos. Hablaron de actualidad, temas cotidianos, música, cine, comidas, la infaltable farándula televisiva, y otros, hasta derivar en asuntos más personales e íntimos. Entonces, sin ponerse de acuerdo, espontáneamente, uno pensando en la oportunidad, la otra pensando en el destino, comenzaron el juego. Así fue como él, expresándose con gran convicción, destacaba las cualidades de la mujer: su delicadeza, conocimientos, seguridad y por sobre todo su belleza. La sensualidad de su boca, la luminosidad de los ojos, su espectacular cabellera. Ella sonreía coqueta, pero serena, dominando sus impulsos, dejándose querer; esperando para saber hasta dónde era capaz de llegar el hombre. Necesitaba seguridad antes de mostrar sus emociones.
Ese grato encuentro les había hecho muy ameno el viaje que estaba a punto de concluir. El breve silencio que se produjera al percatarse la pareja del poco tiempo que les quedaba para compartir, fue roto por la mujer. Sorprendiendo al hombre le propuso que almorzaran juntos, evidentemente él aceptó. Luego de bajar del bus y ponerse de acuerdo en la hora y el lugar se despidieron con un tímido beso en la mejilla.
Minutos antes de la hora acordada la mujer esperaba impaciente, mirando cada vez que sentía el vaivén de la puerta hacia la entrada del local, hasta que por fin apareció el hombre. Como en el reencuentro de dos seres que han estado juntos mucho tiempo y que el destino, por alguna razón, ha separado, se estrecharon en un largo, emocionado y tibio abrazo, que luego, al separarse, concluyó con beso entre mejillas y labios que hizo padecer al hombre un estremecimiento, un fluir acelerado de la sangre. Aprovechando un breve silencio provocado por la presencia del mozo que anotaba los pedidos, lograron controlar la ansiedad y poner en orden sus emociones. Apenas éste se retiró, con gran interés la modelo preguntó al ejecutivo por los resultados de la auditoria –Nada-, contestó, -todo está en regla. La dueña de la cuenta es una exitosa mujer de negocios, el empleado la ha atendido muy bien y ella le ha entregado toda su confianza para que él coloque su dinero en los fondos de inversión que sean más rentables. Hasta el momento el funcionario no se ha equivocado y no creo que lo haga porque es muy criterioso. Éste es un típico caso de celos profesionales, la acusación de un empleado envidioso del éxito de un colega avalada por una mujer despechada, la cajera de la sucursal, a quien, el funcionario cuestionado no ve nada más que como una colega a pesar de sus atrevidas y descaradas insinuaciones-. –Ah… que bueno, no sabes cuánto me alegro por ese hombre- dijo ella agregando algo más que él no pudo percibir, porque ya la mujer levantaba su copa de aperitivo para brindar por la gente honesta y por ellos, por este tan singular y oportuno encuentro.
El aperitivo y el vino con el cual acompañaron el almuerzo los desinhibieron y dio rienda suelta, sin timidez, al juego de la seducción. Cada frase, ya fuera de ella o del él, expresaba una admiración mutua, destacando virtudes y cualidades físicas. Terminaron de comer y se quedaron largo rato charlando divertidos, riendo de cualquier cosa, acariciándose las manos entrelazadas hasta que el silencio les devolvió la gravedad a sus rostros y ambos parecían estar reflexionando, tal vez, en lo fugaz que son esos momentos. El reloj anunciaba que debían volver a sus propias vidas, a la rutina de cada cual.
Salieron abrazados del lugar y caminaron así por las calles del pueblo, en silencio, lentamente, como si cada paso les llevara a un camino que se partía en dos, donde, inevitablemente, tendrían que seguir su propia senda. Era allí, justamente, donde ninguno de los dos quería llegar. De pronto la mujer se detuvo, se volvió hacia él y acarició su rostro, el hombre no se pudo contener, la atrajo hacia su cuerpo y apretó sus labios en la boca de la mujer que parecía esperar con inquietud aquello, dejándose besar, totalmente entregada. -Este es mi departamento- le dijo una vez que recuperó el aliento y le invitó a entrar.
La puerta se cerró dejando afuera espacio, tiempo, obligaciones. Adentro, el deseo contenido se desbocaba como un huracán azotando con furia esos cuerpos estoicos y desafiantes, dispuestos a sentir en la piel, en los huesos, en el alma, aquello que la imaginación estuvo premeditando durante el tiempo que duró el viaje. Acariciándose ansiosos buscaban la cama. El hombre abría la blusa de la mujer haciendo saltar los botones, mordía su cuello, sus hombros, ella, extasiada, se dejaba poseer exclamando, -amor, mi amor…
-Señor, Señor…, estamos llegando- La voz del auxiliar lo despertó. –Está bien-, respondió, medio dormido aún y avergonzado al notar que su compañera de viaje lo miraba como ocultando una sonrisa que no podía reprimir. El bus se acomodaba lentamente en el andén mientras él, observando a la mujer repasaba su sueño y ponía en orden su cabeza. Ella sabía que era observada por aquel hombre, algo en su mirada le atraía también y se sentía halagada. Detuvo un taxi, luego de acomodarse en el asiento clavó los ojos en el ejecutivo, que no apartaba de ella su mirada, le regaló una dulce sonrisa y alzó su mano en un gesto de amistosa despedida. Él dejó caer su bolso para responder y así estuvo, con la mano alzada, hasta que el vehículo desapareció en una esquina cercana.
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