por Cárlos Bórquez
Debería haber sido una típica mañana de otoño pero algo sucedía, la gente no estaba en el paradero de bus, todos estaban en una jardinera que divide las dos pista de circulación, los niños lamentaban no poder nunca más jugar a su alrededor, los jóvenes en donde dibujarán ese corazón que los liga a un amor inolvidable, para otros el paisaje no va ser el mismo sin este amigo que en esos días de mucho calor nos regala sombra y en esos días de lluvia nos protege de esos conductores que se regocijan mojando a los peatones, dentro de tanto sentimiento de pesar están los mas afectados haciendo presente su pesadumbre con un suave trinar.
Nadie se mueve del lugar y cada vez llegan más personas que no disimulan su pesar, algo muy curioso sucede, todas estas personas se ven a diario y nunca han reparado en saber del otro, a lo más un saludo que más parece un rictus y hoy están unidos y dialogando.
Muchas de estas personas se encuentran tan animadas compartiendo que se han olvidado de sus compromisos, un estruendoso ruido que viene desde un camión municipal que se ha estacionado a un costado de esta animada multitud rompe este placentero escenario, el grupo cede al individualismo todo vuelve a la normalidad las personas se disgregan rápidamente y el encantamiento se pierde, comienzan los empellones para subir al bus y todos se refugian en sus pensamientos, otros leen un periódico o van ensimismados con su celular.
Mientras los municipales se preparan para llevarse a este amigo caído a causa de más de una centuria de vida, en sus postreros momentos nos dio un último regalo, nos permitió unirnos, conocernos y compartir.
Este amigo caído seguirá estando presente en nuestras vidas, los municipales lo trozan y muchos vecinos llevan a su hogar parte de este gran ser como ornamento, en su lugar ya se encuentra un formidable y vigoroso retoño.
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