Gladys Abarca Villa
Nunca pensó que su funeral sería tan triste, meditaba el espíritu de Pablo viendo pasar el cortejo que trasladaba su cuerpo al Cementerio General.
Él siempre había deseado un funeral con cantos, con poesía recitada por pobladores, obreros o tal vez una joven diciendo a viva voz uno de sus poemas de amor, mientras tomaba de la mano a un muchacho con una camisa amaranto.
Estaba tan desolado que no se percató de que a su lado había otro espíritu mirando el cortejo. Era una mujer de edad mediana, alta con una melena corta y expresión de señorío en su rostro. De pronto, ella se le acerca y con una voz que le sale del alma, le dice: -Pablo, no estés triste, lo que ves aquí no tiene gran importancia, lo sustancial es qué pasará con el correr de los años, si en los pueblos se siguen recitando tus poemas, si continúas vigente, eso es lo importante porque serás inmortal y vivirás en el corazón de miles de hombres y mujeres que recitarán tus versos.
Gabriela, qué placer verte- le responde Pablo- pero qué pena que sea en estas circunstancias, debo explicarte que mi gran tristeza en este momento es saber el dolor que azota a mi patria, es como si el ángel del mal hubiera extendido su capa sobre nosotros y desatado los peores instintos sobre aquéllos que juraron defendernos, esa es mi gran aflicción, por causa de ellos no veo a mis amigos, sé que están sufriendo e impedidos de estar aquí hoy, no veo el bosque de banderas que siempre traen los jóvenes ¿Cómo quieres que no esté triste?
Gabriela lo miró y por su rostro se deslizaron unas lágrimas silenciosas; tomó la mano de Pablo y susurró:- yo también sé lo que es el dolor de la ausencia de los que uno quiere, de la soledad, de la incomprensión. Tras una breve pausa recobra su sonrisa y agrega: ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Yo no lo he olvidado, eras muy joven, lleno de ideales. Cuando iniciaste los trámites para sacar a los españoles perseguidos por Franco, recé para que tuvieras éxito y cuando se hizo realidad el viaje del Winnipeg yo lo sentí como algo mío y te bendije a la distancia.
Gabriela- le respondió Pablo- yo siempre te admiré y seguí tu trayectoria. Para mí tú eras un Goliat femenino. A pesar de que siempre te estaban cambiando de país para después olvidarse de ti, tú no cambiabas, seguías haciendo noticia, tus artículos, tus versos, tus cartas, tienen una fuerza maravillosa y por méritos propios obtuviste el premio Nobel, mientras que en tu patria no se te reconocía.
Ella sonrió y respondió: - Tú no te has quedado atrás, también fuiste recibido en Estocolmo por el rey que te entregó el premio.
Pasó un breve momento en que cada uno pensó en su vida terrenal y en este estado, sin espacio ni tiempo, pero a la vez con todo el tiempo del mundo. De pronto, Gabriela exclamó: ¡Qué olvidadiza soy! Mi venida aquí tiene por objeto llevarte donde un amigo que desea verte. Con un gesto invitó a Pablo a que la siguiera.
Ambos llegaron a una típica tasca española. Sorprendido, Pablo vio en la puerta a un hombre que los esperaba, era Federico García Lorca.
GALLETAS DE ANÍS
Marina Keller
El periódico sobre la mesa, un cenicero lleno de colillas de Viceroy Ultra Light, éstos son los restos de mi último retiro para tratar de estabilizar mi vida. Tantas veces llamé a tu celular, pero siempre estaba apagado o sin señal y cada vez que llamaba, más desesperado era mi intento por dejarme morir. Llegó el alba a un paso lento y raspó el sol en las cortinas color vino. Tirada despreocupadamente sobre la alfombra esperé que las llagas de esos cortes en las manos siguieran sangrando, no tenía preocupación por dejarme vencer. Un hechizo me condujo a un desespero de ideas llamativas de muerte y dolor.
Cerca de las doce del día vi tus ojos dormilones frente a los míos, traté de ponerme en pie y acercarme a tu boca para besarla, pero noté que sólo era un espejismo de mis ganas de tenerte cerca y adorarte.
Ya la desesperación ha pasado casi por completo, queda, por supuesto, el vestigio de una noche en vela y se nota en mis ojos - el maquillaje corrido y las ojeras- que he llorado más que nunca, pero no te desesperes, de todas formas nada puede ser tan duro para una chica, al final todas sabemos que siempre hay una salida.
No tenemos por qué preocuparnos ahora, la vida se conduce sola, puedo ver como por la ventana entra la luz de la tarde, ya son como las tres y todavía sigo tendida en la alfombra.
Quiero que toques la puerta, salir corriendo a abrir y enroscarme en tus brazos y sentir el olor de tu perfume de violetas y jazmín, adoro ese olor.
¿Comemos juntas? De eso ni hablar, no comes pasta y eso es lo que a mi más me gusta. Fumemos un puro juntas. Olvídalo, tus dientes se van a poner amarillos. Tal vez podríamos tendernos al sol para tostarnos un poco. No, tu piel blanca no puede estar mucho rato expuesta a la luz del sol. Somos tan distintas. Creo que la rudeza de mi carácter no me ha servido para esperarte toda la noche. Y qué noche.
¿Mañana será todo como antes? Dormiremos juntas en la cama king que compré para que te sintieras a tus anchas y te revolcaras en la noche. No me asfixias, te dije, pero bueno, siempre estás preocupada de no importunar. Y es verdad que me ayudaste a pagar la cama, pero siempre me preguntabas antes de acostarte en ella a dormir la siesta. Mariana no tienes más que hacerlo, cuando quieras, te decía. Me encanta verte dormir y no es que sea algo cómico o tal vez tierno, es simplemente que cuando duermes emites un sonido tan especial, como si en sueños alguien te hiciera el amor y perdieras ese quejido poco a poco.
Ya mañana será otro día y tengo miedo de ver tus ojos otra vez, mi niña hermosa, tus ojos de bendita adolescente, qué esperas para arrancar los míos.
Las almohadas de la cama no resistieron tus lágrimas, estuvieron húmedas varios días, no quise lavarlas, sentía ese olor a jazmín tan nítido en ellas, tan pueril, lleno de tus hormonas juveniles. Llora, te dije, porque no hay mejor remedio que ese para la pena. Yo lo sé, por eso lloro ahora que te necesito, porque tengo pena de no estar contigo y la pena no se quita con remedios o yerbas, se quita con el llanto y con el silencio.
Escucho tu voz y tu voz es el silencio, por eso cuando quiero que no estés conmigo te tengo todo el tiempo en mis oídos.
Las galletas de anís ya se acabaron, me las comí sin darme cuenta, el olor del anís es una terapia. Recuerdo que sentí ese olor en tu boca cuando me besaste en el auto, ese olor a dulce de anís y a cigarrillo, ese típico olor tuyo a jazmín en tu blusa y tus manos que tenían esa crema de aloe vera. Recuerdo esos olores porque siempre que los siento vienes tú, corres para decirme que saldrás más temprano y nos iremos juntas.
Y recuerdo el anís de esa vez que nos tiramos en la cama y nos fumamos un pito, ese día trajiste las primeras galletas de anís a esta casa.
¿Qué pasará que no llamas, qué pasará que no respiras en mi oído y me dices todas esas veces que me quieres? Ya es de noche y no has llegado. ¿Quién te convenció de que yo era la mala? ¿Quién te dijo que yo me burlaba de ti a tus espaldas? Quiero que me lo digas para matar a esa persona, para decirle que se vaya al demonio y me deje amarte, porque ya no tengo miedo de hacerlo, cuando te lo dije se acabó el miedo. Porque vi en tus ojos esa dulzura que sólo tú tienes.
Ya estoy en pie, encendí el equipo y puse esa canción que me cantaste en el pub la última noche que estuvimos juntas, ¿recuerdas? Hopelessly devoted to you, de la Newton-John. Que dulce es tu voz, ¿sabías que me encanta cuando estás medio borracha?, porque te atreves a todo lo que el pudor te impide sobria.
Suena el celular, corro a contestarlo y escucho tu voz entrecortada y el silencio. Escucho cada una de tus palabras y no digo nada hasta que termines, cuando siento la necesidad de hacerlo y decir -te necesito- de nuevo el silencio y lloras.
Vendrás a verme, quieres conversar conmigo, quieres que todo se acabe ahora, porque las cosas han ido demasiado lejos y no estás dispuesta a que los demás hablen mal de ti y te tilden de lesbiana cuando no lo eres. ¿Qué es esa estupidez que dices? ¿Quién te dijo que amar es algo malo o sucio? ¿ Y qué encontrarás cuando llegues? No seré yo lo que veas, será el cuerpo de alguien que se parece a mí. Haré cortes más profundos y esperaré que la sangre escurra y oleré el jazmín y el anís de tu cuerpo por última vez. Nadie es culpable del deseo, ni de la muerte, y tienes razón cuando dices que es tiempo de que las cosas acaben, para ti y para mí, aunque siempre uno es el que se lleva la peor parte.
Dime si sigues creyendo en el sabor del chocolate como analgésico, tal vez ese era el único remedio que conoces para el sabor amargo y tal vez esta fue la única vez que no lo ocupé, es que cuando tú no estás todo sabe amargo.
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