viernes, 29 de julio de 2011

NACIDA EN JULIO



                       Patricia Franco Muller



Posiblemente pocas personas en nuestro país habrán escuchado el nombre de Wislawa Szymborska antes de 1996, año en que le fue concedido el premio Nobel de literatura. Según sus propias palabras, esta
denominación cayó como una catástrofe sobre la vida sencilla de esta escritora polaca, amante de la soledad y habitante de un pequeño departamento en Cracovia, que gusta pasear por la ciudad sobre la nieve y bajo el sol. Sin embargo, su vida no cambió después de dicho acontecimiento y sus usos y costumbres permanecen inalterados, aunque no le agrada conceder entrevistas y le molesta tratar con editores. Posiblemente ahora habrá podido delegar esas cuestiones en terceros.

Nacida el 2 de julio de 1923 en Kornik, su familia se trasladó en 1931 a Cracovia. Estudió Literatura Polaca y sociología entre los años 1945  - 1948. Entre los años 1953 a 1081 se desempeñó como editora de poesía y columnista en la revista literaria semanal “Zycie Literackie”. Sus textos fueron publicados posteriormente en forma de libro en cuatro oportunidades. Ha publicado 16 colecciones de poesía y también ha efectuado traducciones desde el francés. Sus poemas han sido traducidos y publicados en inglés, alemán, sueco, italiano, danés, hebreo, húngaro, checo, eslovaco, serbocroata, rumano, búlgaro y otras lenguas. Después de concedido el Nobel, se tradujo al español.
Ha recibido varios e importantes premios en Europa.

Un párrafo de su discurso de aceptación del Nobel:



“El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico ``escritor'' o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.”

Ofreciendo una pequeña muestra de su obra, plena de sencillez y agudeza, se han copiado algunos textos:


ESCRIBIENDO EL CURRICULUM

¿Qué hay que hacer? Escribir la solicitud y anexar el curriculum. Sin importar lo largo de la vida, el curriculum ha de ser breve. Rige la consistencia y elegir bien los hechos. Cambiar paisajes por direcciones y recuerdos borrosos por fechas fijas. De todos los amores sólo el del matrimonio, y de los hijos nada más los nacidos. Importa más quién te conoce y no a quién has conocido.

De tantos viajes, sólo los internacionales. Pertenecer a algo y no: ¿por qué? Menciones honoríficas sin su razón. Escribe como si nunca hubieras hablado contigo. Y pasarás de largo. No hables de perros, gatos, pájaros. Arrumba los recuerdos, los amigos, los sueños. Más sobre el precio, menos sobre el valor. Mejor el título que el contenido. Mejor la talla de tus zapatos que a dónde llevan.

A quién se supone que eres. Anexar una foto, la oreja descubierta: lo que importa es su forma, no lo que oye.

¿Y qué es lo que se oye? El estruendo de la trituradora que destruye expedientes
.


BAJO UNA PEQUEÑA ESTRELLA.

Que me disculpe la coincidencia, por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad, por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo, por el mucho mundo pasado por alto, a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor, por considerar al nuevo como el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones, por el sueño a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, desde hace años el mismo, inmóvil en esta misma jaula, mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueses un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado, por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas, por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo, por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos, por no saber ser cada uno de ellos, ni cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica, porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas y que me esfuerce después, para que parezcan ligeras.


A mi corazón el domingo


Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.

Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.

Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.

Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.

Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.      






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