viernes, 29 de julio de 2011

JUEGOS





                                                                Emilia Páez Salinas


        Ambiente de fiesta vivimos en el principal coliseo del país A pocos minutos de comenzar el partido, damos probable alineación de los equipos que se enfrentan en este difícil duelo.  El televisor dispara enseguida nombres de jugadores y de repente una rubia en biquini llena la pantalla. Los ojos de Carlos van desde su figura divina hasta la mano que con delicadeza sostiene la bebida. El comercial se prolonga en la carrera de un niño y entonces el hombre desvía la mirada hacia la mesa. Todo está listo. Julia ha colocado unas cervezas y papas fritas. El esposo se apronta para la sesión futbolística de la semana, que incluye el partido, comentario y repetición de goles.
      - El fútbol es como las mujeres, Carlos, hay que tener varios equipos para ser feliz.
Rubén y Carlos se pasaban horas hablando de la última compra que hizo el Colo o de ese pase que en el momento preciso se transformó en gol de chilenita, de los que no ataja ni el diablo. Eran jóvenes, sin grandes responsabilidades, entre copas y risas celebraban los pases y goles vinieran de donde viniesen. Más de una vez se encaminaron a sus casas sosteniendo el peso de la madrugada.
       Julia va hasta el baño y desabrocha su vestido, que cae como un pájaro al que se le han roto las alas. Con un movimiento lleno de gracia lanza sus ropas de mínima espuma que vuelan de cualquier manera hasta la percha. Balancea por algunos segundos un zapato que cuelga en la punta de los dedos, mientras el otro reposa como un animal doméstico sobre las baldosas. El agua cae susurrando a lo largo de sus ondulaciones de mujer que sin ser bonita resulta atractiva para las miradas masculinas que asaltan la abundancia del busto y bajan al estallido de las caderas. El jabón huele a manzana. A ella le agrada comerse una, especialmente en la noche. Siente que la boca comienza a llenarse de agua y por un momento tiene la idea de mordisquear el jabón. Carlos  jadea y el sudor me está empapando. La manzana sobre el velador, la manzana.
       Julia intenta cantar mientras toma el cepillo y lo hunde en la negrura de sus cabellos, los mismos que al principio el marido acariciaba como lo está haciendo ahora esa toalla roja que la envuelve. Toma un frasco y las gotas avanzan por unas orejas pequeñas,  dejándolas fragantes  para quién me estoy perfumando si Carlos ya no es el mismo y la pasión descansa allí  donde se guarda aquello que no usamos y en la soledad encuentro un puerto, pero yo busco una tempestad ardiendo en relámpagos y truenos que como caballos atropellan el hastío. Quiero fundirme con Carlos y él se duerme. Entonces nadie puede reprocharme que sueñe con Rubén.
       En la pantalla del televisor los jugadores salen por el túnel en dirección a la cancha. Miles de hinchas remecen las graderías para saludar al equipo de sus amores. En ese momento el silencio se transforma en huracán de gritos, allí está el volante que muchas veces tiene la llave del gol,   ése a quién ninguna maldita mujer desaira comiendo una manzana mientras hacen el amor  y si Julia piensa que la he perdonado se equivocó.
       _ Carlos, ¿ vas a acostarte?. La voz se pierde en el desierto de ese hombre un poco triste porque a última hora supo que no tendría que trabajar extraordinario, pero ya era tarde para conseguir la entrada que abre camino a la dicha de llenar sus pulmones con
un aire distinto. Allí está junto a otros tan anónimos como él, sin embargo ellos son el viento que mueve las once aspas de un molino que puede ser imparable hasta que arremete inflando la red y los pechos estremecidos con la alegría del gol. En casa la felicidad es a medias porque no tiene a quién insultar y tampoco hay desprevenidos hinchas para bañarlos con abundantes salivazos justo cuando están ocupados de llenar la galería con sus banderas y consignas. Jugada cerca del área grande, corren dos hombres tras el balón, aparece Mendoza con la pelota pegada al botín y los ojos de Carlos siguen al volante lateral que tira violentamente. A Carlos le parece que él lanza la pelota y desde su mínima estatura crece para arrancar el alarido de las graderías que lo eleva hasta la cima donde el triunfo puede ser muy dulce.
       _ Carlos, ven. La esposa está junto a él con una invitación clara que abarca desde la mirada brillante hasta la bata que oculta a medias su desnudez. El hombre paladea la cerveza y de repente todo es grito.
        ¡ Goooool, goooool, gooooool!
       Julia se atraviesa por un momento frente al televisor y entonces él reclama furioso, levanta un puño, pero no descarga ningún golpe porque allí está ella con la bata abierta y los senos son como dunas ante su vista.
       Saca el portero del cuadro albo. Tiro largo de Herrera que la toca para Galdames.
       Carlos no golpea a Julia, pero la finta de ella hasta ahí llega porque él mira otra vez
su partido y lo único que desea es estar tranquilo porque para eso trabaja duro toda la semana en la fábrica, soportando al huevón de don Óscar, que nunca se cansa de mandarlo a él que no ha tenido suerte en la vida y apenas se conforma con jugar de vez en cuando una pichanga en el barrio.
       La cámara muestra panorámicas del encuentro y se detiene en las barras, esa imagen que lo transporta muy lejos mientras las manos de Julia  acarician. Una pequeña serpiente sale de la boca femenina para reptar por el pecho del televidente, que no se inquieta, aunque la lengua urge.
       La mujer siente estremecimientos en el vientre y una humedad que la está mojando por dentro, allá en lo más íntimo donde el fuego se refugia. Desciende con las esperanzas vivas explorando a Carlos con las manos y entonces recuerda, sin saber por qué, una tarde de infancia. El león en su jaula de circo. Julia lo llamó muchas veces, pero no pudo derrotar la indiferencia del musculoso cuerpo, tumbado y lejano. Carlos tampoco le responde, menos ahora que la pelota avanza en campo enemigo.
       Unos golpes se escuchan y Julia va hasta la puerta. Rubén está allí con sus miradas que parecen desnudar y listo para invitarla al menor descuido de su marido, porque siempre Rubén ha estado tratando de conquistarla como si adivinase que las cosas van muy mal entre ella  y su esposo y aunque ella se esfuerza por salvar el matrimonio, éste naufraga irremediablemente. Rubén saluda y Carlos apenas responde mientras abrocha su camisa y sube el cierre del pantalón. Luego continúa pendiente del partido.
       Julia recuerda la transparencia de su ropa y aunque intenta cubrirse en un primer instante, pronto siente que algo tiene que cambiar definitivamente porque ya no se conforma con esa vida de almuerzos en casa de la suegra el día domingo y tampoco soporta los eructos de su marido cuando está comiendo, ni menos que coloque la radio o el televisor a todo volumen. Es como si Carlos le prestara un remedo de vida engañando a los amigos que creen estar frente a la pareja ideal porque Julia y Carlos son jóvenes, atractivos y llenos de simpatía. Sólo Rubén presiente  (o quizás sepa) que todo es una farsa. La mujer abre la bata, acaricia sus pechos y luego la mano toca el vientre para bajar hasta un monte de vellos oscuros y la mirada de Rubén llega a todos los rincones de Julia, de una Julia que aún cree en el amor y que todavía busca con esperanzas al hijo que Carlos no ha podido darle. Por un momento Rubén se alarma ante el cariz que están tomando los hechos, pero la inmovilidad del esposo ante el televisor lo tranquiliza.
       La pareja desaparece silenciosamente por el pasillo hasta llegar al último cuarto de la casa y las manos inician otro juego, diferente, que permite la erección de los pezones y se prolonga en esa otra que está más abajo con una dureza húmeda y rosada. El instinto arremete con audacia, mientras la lengua de él cae para sumergirse muy profundo y recorrer la oscuridad y el misterio. La boca de Julia se abre para recibir la dureza del hombre y la nariz aspira su olor fuerte. Allá, lejos, en los confines del universo, una voz apenas se escucha: Nos vamos acercando a los treinta y cinco minutos de la primera etapa. El marcador se mantiene uno a cero. Díaz chutea al centro buscando a Rodríguez que peina la pelota.
       Ahora Rubén deja caer su cuerpo sobre Julia y es la invasión que se concreta mejor cuando ella levanta las caderas e inicia el movimiento que les aproxima tanto que ya son un solo cuerpo meciéndose en un mar de gemidos y gritos ahogados.
      Penal. El árbitro ha cobrado un penal en los últimos minutos del primer tiempo, informa el relator deportivo. La joven y Rubén comienzan a retirarse uno del otro. Alguna promesa futura resbala por la oreja tibia de ella. Tienen el tiempo justo para vestirse. Todavía arreglándose el cabello salen, respiran profundo y van hacia un Carlos feliz con su enésima cerveza en la mano. Aclarando la voz anuncia, emocionado:
      -  ¡ Vamos ganando dos a cero!
      







PALABR@S Nº 10 - julio 2011
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