Al pasar la barca, me dijo un barquero / qué niña tan linda, no tiene dinero / Un, dos, tres, Pedro, Juan y José / lima, limita, limón, rosa, clavel y botón / sale niña que vas a perder, uno, dos y tres.
Miraba desde la ventana con nostalgia como saltaban la cuerda niños de su misma edad. Clarisa no sabia qué era salir a jugar, ni siquiera cómo era un aula de colegio, todos los días se asomaba escondida detrás de las cortinas a observar. Jamás decía nada a sus padres, pero ese día al escuchar “al pasar la barca” se perdió su mirada entre la cuerda y los pequeños pies de aquellas criaturas saltando con tanta alegría, no pudo contener las lagrimas. “No eres igual a ellos” -le dijo su madre, mientras la tomaba del hombro y la llevaba en silencio a la sala de estudios para que tomara la lección del día: “Lee la página 131”.
-¿Estas?- -teclea Clarisa en el computador. - Si, no he podido dormir -responde su contacto. -Te he buscado estos días ¿dónde has estado?-. Me mandaron de urgencia a España-. -¿Por eso no te has conectado?-. Te dije que era como tú-, ¿aún no me crees?.- Mientras nuestros encuentros no sean como hologramas… aun tengo mis dudas-. -Linda, ya nos podremos ver… ya verás.
El estado del comunicador virtual de su contacto aparece como desconectado, Clarisa suspira pero no se desconecta. Abatida, sus brazos lacios quedan paralizados al costado del cuerpo.
“No quiero leer” -con un tono de disgusto cierra el libro con fuerza, lo comprime contra su pecho dando señal de que nadie se lo puede arrebatar. “Tú no eres como ellos Clarisa, entiéndelo” -a pesar de sus cortos cinco años, no lo entiende, mira a su madre con furia acumulada y exige desafiante más detalles. “Eres…” -silencio incomodo- “Tú eres un ser humano puro, ellos son tan solo hologramas, imágenes enviadas a través del ciberespacio” -dice al fin su madre abatida, mientras el brillo de sus ojos se desvanece en la oscuridad.
Ella no se despega del computador. Desea que Guido se conecte. Ha estado años buscándolo. Esta vez cree que lo ha conseguido, a sus veintiún años lo ha logrado.
-Hija, creo que ya es tiempo que sepas como ocurrieron los acontecimientos-. Clarisa bordea las rodillas con ambos brazos, sentada en el suelo frente a sus dos padres.
En el año 2010 las personas perdieron toda fe. Ellas ya no se tocaban, no se veían. No escucharse entre sí, fue la enfermedad que se generó dentro de un caos colectivo esperando el fin del mundo. Algunos creían que la tierra cambiaria la polaridad y con ella vendría una gran catástrofe universal. Al ver que su Dios cristiano no los salvaría de dicha desgracia, terminaron convirtiéndose en seres débiles y vulnerables. Los Raelianos con sus adelantos, tomaron una fuerza y poder hasta hoy incontrolable. Los pocos católicos que existieron en la última época fueron exiliados a Roma, el único lugar, y casi extinto, donde existen personas devotas a esta creencia. Los que se quedaron en Chile, casi todos creyeron fuertemente en la ingeniería genética y en los Raelianos, llegando a pensar que ellos eran los únicos seres perfectos como los Elohim y que deberían ser solo ellos los que se perpetuaran en el gobierno. Se obsesionaron por la clonación. Hasta que un día apareció Rupert Sheldrake con una máquina que cambiaría la historia de Chile y el mundo.
En la pantalla aparece una ventana de conectado, era Guido que había vuelto a la red. Ella sonríe. Se preguntaba si él era capaz de sentir la misma emoción cada vez que se encontraban a través de la pantalla.
La maquina de “Campos Morfogenéticos” la trajeron ellos justo en el momento en que las personas depositaron toda su confianza en la creación de clones y seres de otros planetas. Todos pensaron que al acabar el año 2010 la única forma de salvarse era aceptar dicha máquina. El primero de diciembre todos los chilenos se acercaron voluntariamente para ser escaneados y formar parte de la base de datos. Menos tus abuelos, Clarisa, ellos se escondieron junto a un grupo de personas que no querían ser parte de esta locura y bien que lo pensaron. Al tiempo, todos los que no habían ido ese día de diciembre fueron perseguidos, atrapados, torturados y mutilados, nadie supo más de ellos. Sin embargo, los Raelianos han escondido esta realidad a todos sus asquerosos clones. “No entiendo ¿qué hacía la máquina? ¿Qué tiene que ver con los hologramas que transitan por la ciudad cada día?” -preguntó con interés.
Al escanearse, tu cuerpo se vuelve no material, pudiendo manipular esa información mediante la resonancia mórfica y moldear el desarrollo y comportamiento de todos ellos. Se han vuelto máquinas sin sentimientos que son controladas por los altos mandos.
<> -sin despegar la mirada de la pantalla, ansiosa, espera ver alguna palabra desplegada. <
Esa tarde venía de conseguir un poco de comida en los suburbios de Santiago. Había sido tarea difícil, pero lo había conseguido con algunos hologramas que traficaban ese tipo de especies. En la ranura inferior de la puerta vio un reflejo. No era una luz normal dentro de la casa. Se quedó un rato esperando en las afueras y no logró aguantar su curiosidad. Se tiro al suelo para mirar por debajo de la puerta. Vio unos pies luminosos. Sintió unos disparos. Desconcertada, aterrada, se escondió bajo las escaleras. Esperó con los ojos llenos de lágrimas a que se fueran.
Abrió la casilla de correo. Ahí estaba la dirección de Guido. Se duchó, arregló, delineó sus ojos, se aplico lápiz labial. Estuvo varios minutos mirándose en un diminuto espejo. Sigilosamente subió las escaleras del sótano, salió sin que nadie la viera. Caminó hacia el metro. Logró escabullirse entre los hologramas que orbitaban los vagones. Se sentó en una esquina, sintió un hielo subir desde la punta de los dedos, se estremece, trata de perder la mirada en el oscuro túnel.
Esos horripilantes hologramas salían por montones desde la casa. Después de los disparos se había quedado inmóvil en un rincón temblando de la impresión. Pasaron varios segundos antes de atreverse a salir de ahí. Trago saliva y entró a la casa. Había sangre derramada por doquier, sesos pegados en la pared, cráneos quebrados, ojos abiertos, blancos. En la mano de su madre la fotografía ensangrentada de Clarisa. Tanto fue el impacto de la sombría escena que su mente sucumbió como una pesadilla devorada peor que un cáncer.
Sube las escaleras del metro, camina por las calles solitarias del devastado Santiago. Una ciudad llena de escombros, casas a medio reconstruir, tambores encendidos. Clarisa los mira, recuerda que esos tambores aparecieron como forma de mantener el equilibrio entre los vivos y los muertos, para mantener alejados las almas errantes de quienes fueron exterminados. Ella por un tiempo quemó dinero falso por sus padres fallecidos, se entristece, ya no lo hace.
Mira a su alrededor, quizás está en un barrio donde habitaban seres humanos puros. Así se lo explica ella, mientras camina insegura. Al menos eso pretende creer. Vacila en cada paso y los recuerdos se apoderan de su mente como película enferma. En unos pasos más estaría frente a la puerta de Guido. Su andar se vuelve lento, inseguro. Llega, ahí está. Duda, vacila.
Toca el timbre. Silencio. Pulsa nuevamente el botón. Se estremece. La puerta se abre pero nadie esta detrás de ella. La empuja, no ve a nadie. Moja sus labios, suspira, se arma de valor y entra. Queda perpleja. El piso de la habitación está inundado de cables negros, blancos, rojos y amarillos amontonados unos sobre otros. No sabe donde pisar, pero avanza entre ellos con escalofrío lúgubre. Al final del pasillo, hay trece computadores. Se aproxima. Escucha ruidos metálicos. Mira, busca. Ahí esta Guido. Se horroriza. Ahí esta con la tapa del cráneo abierta con electrodos incrustados, manos y pies con placas eléctricas. Era un obeso mórbido, asquerosamente repugnante, con los ojos blancos como si viajara en alguna onda paralela, botando espuma por la boca incesantemente como si quiera hablar, pero no le alcanzaba ni siquiera para balbucear. No era el único. Los aparatos restantes constaban con “usuarios” de similares características. Verdaderamente repulsivo. Clarisa se contiene para no vomitar. Ruido ensordecedor. Se tapa los oídos consternada. De pronto, inmensos y espeluznantes hologramas entran al departamento, toman fuertemente los brazos de Clarisa. Había llegado su turno de ser escaneada.
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PÁGINA FINAL DE REVISTA N° 2
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