domingo, 29 de agosto de 2010
VERSOS DE SALÓN
El lenguaje abreviado y práctico de estos días permite ahorrar tiempo sin perderse en elaboradas introducciones, rodeos y arabescos para llegar al hueso del asunto. La mensajería telefónica elimina algunas letras y usa símbolos y números para abreviar. El vocabulario se flexibiliza usando términos precisos, apoderándose incluso de palabras extranjeras si parecen más adecuadas que las del propio idioma.
Hubo tiempos, no tan remotos, en que el tiempo parecía sobrar y todo vacío debía llenarse de adornos reales o figurados. La arquitectura, el amoblado, la ropa y accesorios abundaban en volutas, tallados, encajes y plumas. Las niñas de entonces tenían álbumes para atesorar poesías, dibujitos y versainas de todo tipo. Los enamorados y no tanto, intercambiaban postales floridas y llenas de versos sentimentales. El amor era para siempre y sólo la muerte podía separar a las parejas felices.
Tenía mi abuela una caja lacada negra, con pinturas en dorado y provista de llave, donde guardaba cartas y mensajes intercambiadas con su novio, en aquel tiempo cuando brotaban ilusiones y se esperaba iniciar una larga vida llena de bienaventuranzas.
Si bien muy pronto el destino destruiría el futuro que se esperaba, aquellos amores apasionados dejaron su huella escrita en un manojo de postales y permanecerán allí mientras alguien las conserve y de vez en cuando, abra la caja de madera y eche una mirada para encontrarse con ellos. Es lo que hago cada cierto tiempo y emociona descubrir los sentimientos vivos estampados en la cartulina con la minúscula y bella letra de la abuela en su juventud, y con la más espontánea del abuelo.
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