domingo, 29 de agosto de 2010



REVISTA N° 2 AGOSTO

ESCRIBEN :


ENRIQUE DARIO LAMAS
BRUNO ANTONIO GONZALEZ
MIGUEL ANGEL VERAGUA
JULIO ABEL SOTOMAYOR
PABLO DELGADO
LORENA DÍAZ
CONNIE TAPIA
PATRICIA FRANCO
Agarrándose apenas de los últimos días de agosto, Palabr@s de este mes llega a toda carrera a presentarse ante ustedes, con poco resuello, pero entera disciplina con su proyecto inicial. En esta semana, much@s de los soci@s se aprontan para celebrar el paso de agosto y la revista no quiere quedarse atrás, no vaya a ser que ....

VERSOS DE SALÓN




























El lenguaje abreviado y práctico de estos días permite ahorrar tiempo sin perderse en elaboradas introducciones, rodeos y arabescos para llegar al hueso del asunto. La mensajería telefónica elimina algunas letras y usa símbolos y números para abreviar. El vocabulario se flexibiliza usando términos precisos, apoderándose incluso de palabras extranjeras si parecen más adecuadas que las del propio idioma.
Hubo tiempos, no tan remotos, en que el tiempo parecía sobrar y todo vacío debía llenarse de adornos reales o figurados. La arquitectura, el amoblado, la ropa y accesorios abundaban en volutas, tallados, encajes y plumas. Las niñas de entonces tenían álbumes para atesorar poesías, dibujitos y versainas de todo tipo. Los enamorados y no tanto, intercambiaban postales floridas y llenas de versos sentimentales. El amor era para siempre y sólo la muerte podía separar a las parejas felices.
Tenía mi abuela una caja lacada negra, con pinturas en dorado y provista de llave, donde guardaba cartas y mensajes intercambiadas con su novio, en aquel tiempo cuando brotaban ilusiones y se esperaba iniciar una larga vida llena de bienaventuranzas.
Si bien muy pronto el destino destruiría el futuro que se esperaba, aquellos amores apasionados dejaron su huella escrita en un manojo de postales y permanecerán allí mientras alguien las conserve y de vez en cuando, abra la caja de madera y eche una mirada para encontrarse con ellos. Es lo que hago cada cierto tiempo y emociona descubrir los sentimientos vivos estampados en la cartulina con la minúscula y bella letra de la abuela en su juventud, y con la más espontánea del abuelo.

MIS FRASES CÉLEBRES






Por Enrique Lamas


- El que comienza a pensar está sembrando libertad . Es probable que coseche incertidumbre.
-¿ Habrá algo más miserable que aportar con un granito de arena ?

- Los señores de los grupos de poder están destruyendo el medio ambiente . Deben tener los genes del suicidio.

-El ser Huevón tiene varias características .Entre las principales están :
a) creer todo lo que escuchan.
b) tratar de sacar ventajas de eso que dicen.
¡Lo digo por experiencia!

-Si estás pensando en una colección de libros de terror ,no olvides colocar allí la Biblia .
-De la Antigüedad hemos heredado en lo cultural, la mayor serpiente pitón: el Jehovismo

-Los mineros deben aprender la sabiduría del conejo:
Construir una cueva de entrada a la madriguera y de inmediato una o dos de salida .

CUENTO VIEJO






Bruno Antonio González

Les voy a recordar un viejo cuento
como va quedando atrás la lejanía
inmensa, implacable la distancia
años que se fueron
generaciones que pasaron
el tiempo inmutable las contempla
decir “te amo”
cuántos siglos lo hemos dicho,
amor que se pierde en la
inconstancia
triunfa el odio,
la mentira, la venganza
las guerras
arde la tierra
el bosque, la pradera,
la humillación y la desidia
levantan sus banderas,
vuelve la paz
resurge la esperanza
de mil maneras repetimos
“el amor triunfa de nuevo”
amor construido sobre cadáveres
de los que cayeron
amor sobre la sangre derramada;
mil veces repetimos,
restañando las heridas
“¡Perdónalos, Señor, no saben lo
que hacen!”
Uniremos las manos formando
una cadena
por donde la maldad no pase
volveremos a repetir “te amo”.
Es tan hermosa la vida
volverán a reverdecer los montes
se vestirá de flores la pradera
un canto de amor llenará la tierra
lo repetirán los pájaros,
los animales.
las plantas y las gentes
y me dirás y te diré
“el Paraíso está en la tierra”
Y repetirás y repetiré
“te amo”
el eco de los besos vivirá
en el viento
y también las voces
de este cuento.

EL PENSAMIENTO BUENO




Miguel Angel Veragua

Qué falta hace en esta civilización del siglo xxi reemplazar los malos pensamientos por el pensamiento bueno: a toda costa hay que tener éxito y todo está permitido si es por lograrlo, además de hacer fortuna; por qué se envidia tanto y se hace tropezar a aquellos que hacen bien su trabajo; por qué en política no hay acuerdo puesto que primero está la orden de partido y el pueblo después de eso.
El pensamiento bueno es aquel que seguramente tenía el ser humano que primero habitó el planeta al tener su mente limpia y no podía abrigar nada que no fuera belleza y positivismo, pues es lo que tenía a la vista.
Por qué no podemos despojarnos de envidias, soberbia, indolencia, arrogancia y todo lo que daña al interior y exterior del ser humano.
No es necesario ahondar más en este tema, los invito a que reflexionemos y descubramos el lenguaje del amor, lo transmitamos a nuestros hermanos que son todos iguales y sin duda sentiremos mucho gozo, de poder entregar un sentimiento original.

OTRO TIEMPO, OTRA VIDA

Julio Abel Sotomayor Campos

Suena la sirena. Cae el interruptor y las máquinas cesan su monótono rugido. Lentamente detienen su sincronizado movimiento. Los operadores abandonan los ingenios y, como de costumbre al finalizar la semana, tomaron un trago antes de volver a casa.

En el hogar, la mujer abandona el espejo para disponer la mesa mientras canta, segura que esta vez, él cumplirá su promesa.

Las horas pasan, la dulce voz languidece. Las finas manos, que hace un rato se movían firmes, temblorosas y torpes dan vuelta un vaso sobre el mantel impecable. Un ruido la lleva ansiosa hacia la ventana y al abrirla, el viento enmaraña su pelo; el vecino que va pasando la saluda.

A una hora incierta, el ruido de la puerta y de sus torpes pasos advierten a la mujer que el hombre ha llegado.

Una silla acoge al que regresa. Desde el otro lado de la mesa surge la pregunta; una lacónica y grosera respuesta preludia un silencio protector en la cocina, donde mantiene el agua hervida y lava la loza, mientras espera que él termine la copa para servir el café. Afuera, la lluvia solidaria suplanta las lágrimas extinguidas de sus ojos. Una seca tristeza lacera su garganta.

La lluvia no cesa y ella tiembla acurrucada en la cama, oyendo el rugido del viento que le hace presentir una tormenta. Temerosa e inquieta por ese presentimiento reflexiona: - Qué hará si el tiempo empeora. El viento sopla cada vez con mayor fuerza y la lluvia azota con violencia; parece que en cualquier momento traspasará el techo, inundando la casa, arrasándolo todo.

Debe tomar una decisión.

Corre desesperada por la calle anegada, la oscuridad y el caos reinante dificultan su avance. Se detiene por un segundo y mira hacia atrás. La tormenta, convertida en huracán ha destruido su casa y ahora avanza hacia donde se encuentra.

Toda la larga noche se la pasa huyendo. Ya no le quedan fuerzas para seguir y el huracán se aproxima cada vez más; en cualquier momento la atrapará en su remolino. Las piernas no le responden, extenuada física y mentalmente, siente que se va a desvanecer. En ese instante ve aparecer a Juan con sus brazos abiertos y se refugia en ellos. Luego, al volver en sí, todo ha terminado, sin embargo, Juan no está.

Beatriz despierta agitada, sus manos se extienden buscando anhelante el cuerpo que yace a su lado, sus brazos y su calor la serenan. – Aquello fue una pesadilla y pertenece a otro tiempo, Juan, es una nueva vida – piensa aliviada mirando hacia la ventana, a través de la cual se percibe un día tranquilo.


DOS MUCHACHAS


Julio Abel Sotomayor Campos

Una fría noche de mayo, caminando hacia mi auto estacionado a la salida de la biblioteca municipal, dos muchachas conversaban sentadas en un banco de la pequeña plaza ubicada frente a aquel recinto, con sus manos tomadas. Como es habitual en la comuna de Maipú, cuando se acerca el invierno, una densa neblina empezaba a cubrirlo todo. Sentí frío y apresuré mis pasos para subir luego al vehículo. Mientras encendía el motor, miré hacia el banco donde se encontraban las jóvenes, la luz de los focos apuntaba hacia ellas; sin importarles aquello, se besaban y acariciaban con sublime ternura. Lentamente retrocedí para salir hacia la calle mayor, más iluminada y di una última mirada a las mujeres que caminaban abrazadas, felices, a encontrarse en un sueño. Esa noche solo, desvelado en la cama, pensaba en aquellas muchachas; envidié su suerte.
¡Cuánta falta me haces!

DOS POEMAS DE PABLO DELGADO

A continuación, poemas de un ilustre invitado desde la Revista La Mancha, Pablo Delgado Ulloa.


MUGIR NO ERA EXACTAMENTE


Te contaré de las tardes con ella;
no de la brisa que hacía crujir la madera del tiesto.
Ni de los alambres púas rascando el pavimento.

Mugir no era exactamente lo nuestro, era preludio,
hecatombe concebido de hembra a hembro en su torcedura.
En su rascar de entorno, como sintiendo la lengua.
Eso era lo nuestro, depositar el nervio,
despoblando los poros como desviando la marea
para prescindir del ahogo.

Entonces era lo nuestro.
Habitar meramente sus cuencas
sin eludir sus vaivenes que de lomas se apresaban mis manos,
que de hondonadas se tropezaban mis dedos, curvos, torcidos,
rectos para caber en la planicie honda de su entrepiernas.

Entonces era lo nuestro.
Tendernos boca arriba, boca abajo,
poblando con brazos y piernas la infinita jura de creernos uno.
Era, furiosos rasgando y quebrando las vértebras
en ecuánime coincidencia de avistar el goce.

Si de aquella brisa,
de aquellos alambres rascando el pavimento,
de aquellas tardes con ella.




CERCENANDO EL MAR EN SU CAÍDA


Sabía de esa calle
cercenando el mar en su caída.
Bajaba mis pisadas por la vera
y cruzaba la plaza en un desdén hasta tu cuarto.
Condell, Pudeto, el café,
eran mis señas para golpear las escaleras
donde hubo disturbios, malos entendidos
y destrozos de amor en esa turba.

Ya en ese entonces amaba
y bajía cual preñado mi frondosa saliva.
Mordía pañales y banderas para conquistarte
en fuese de gloria sobre las otras batallas.
De mí no se cuenta elocuencia, sino, la brevedad
de ser parsimonioso, como el gusano que se atreve
al éxtasis en fuga de cruzar la selva
de frondosa vaguedad.

Ahí fue mi conquista.
Me atrevo a decir que mantuve la calma
para despistar mi inocencia.
Nada se sabe,
ni se ha descubierto pito alguno
para acusar mi adicción.

Sólo amaba cual petardo las tardes enteras
en tu cuarto de paredes oscuras.
Menuda fragancia aterrizó en mis labios
cuando ya sabía de esa calle
cercenando el mar en su caída.




BIOGRAFIA

Pablo Delgado U., se inicia tangencialmente en la literatura a partir de O Crónica de un Territorio, versión que merece en un certamen regional su primer premio. Entre ciertos afanes escribe su más logrado texto Gusano de Tierra, que quedó como finalista en un concurso consagratorio de poesía. Afanado y escurridizo merma su creatividad por el año 79 donde otro premio en el ámbito de región le otorga a Disturbio helado de una sombra, un galardón en la Casa de la Cultura de Viña del Mar. Allí se congela siendo cómplice de ciertas publicaciones que lo motivan a iniciar un camino de incipiente editor de noveles escribientes como él. Su escritura allí se congela, dedicándose a tiempo completo a su oficio de diseñador de packaging por muchos años, sólo vinculándose a la literatura como lector de poesía.
Posteriormente, el año 2003 reinicia su verba literaria vinculándose al taller del Centro Cultural de Quilicura, donde colabora en la edición de Fragmentos para otros textos, publicación que reúne a un número no menor de incipientes escritores de esa comuna.
Hoy es parte - como editor - de la revista La Mancha, edición ya publicándose en el número once. Paralelamente escribe haciéndose parte en algunos concursos donde obtiene el premio Bar Per-Verso, servilletas de papel, edición marzo 2008. Además este año clasifica con una mención para el concurso de poesía Horno Nicho Ecológico. Y es seleccionado para la edición Ancla 2008 con el tema del erotismo.
En la actualidad participa de los proyectos La Mancha, Caja de Fósforos, Edición especial La Mancha, Antología de Cuentos Manchados y en preparación su libro Perro Muerto (Q.E.P.D..

POR UNAS PALABRAS MÁS

Patricia Franco


Si va por la calle y los conocidos no la saludan, si entra en una tienda y los vendedores la ignoran, si al pasar le dan un empujón sin siquiera disculparse, si la caja del supermercado cierra justo cuando le tocaba ser atendida, si pretende cargar su tarjeta Bip y se cae el sistema, si intenta salir por una puerta de vaivén y el que pasó antes le lanza la puerta a la cara, su autoestima puede bajar al tercer subterráneo y quedarse allí a llorar sus penas.
¿Qué hacer para subirla unos tramos? Un saludo, un apretón de manos, el hecho simple de ser nombrada pues el sonido del dulce nombre propio es como azúcar para el café (siempre que no sea diabética) Un elogio podría hacer milagros y un abrazo de todo el cuerpo es mejor que un masaje en esas circunstancias. Elogiar al próximo en forma sincera brinda beneficios tanto al receptor como al emisor porque establece una corriente cálida entre ambos. Muchas veces uno calla por discreción, porque no se trata tampoco de andar elogiando en cadena nacional, pero si el prójimo muestra o manifiesta una cualidad grata, es justo reconocérselo en el minuto.

Supe que un compañero de trabajo había entrado a una iglesia nueva, diferente a la católica. Al preguntarle por las razones que tuvo, explicó:
-
- Si voy a misa los domingos a la parroquia, nadie me pesca, me siento como si fuera invisible. Pero cuando llego a la iglesia nueva, hay alguien en la puerta que los saluda a todos, me da la mano, me toca el brazo, pregunta por la familia y la salud. Así uno se siente conocido y apreciado. Ahora es otra cosa, soy alguien”
Es posible que esta costumbre venga de la mentalidad saca-ventajas de los estadounidenses. Actualmente el personal que atiende público ha sido aleccionado para saludar al cliente, agradecerle por preferir su institución y desearle buen día. Cliente bien tratado, compra más y reclama menos. También se elogia al comprador cuando se prueba ropa, siempre hay algo que pueda salvar la apariencia más desastrosa. Elogiar no cuesta mucho.

Pero ¿qué hay sobre recibir elogios? Asistiendo a un seminario de análisis transaccional, recuerdo una de las tareas más complicadas. Cada participante tenía que sentarse en una silla giratoria mientras el resto hacía un círculo alrededor. Por turno, al sentado se le hacían observaciones agradables, resaltando sus cualidades presuntas, mientras éste debía mirar a los ojos al elogiador o emisor de bienaventuranzas. El sistema se usaba para cargar de energías positivas al otro. No era fácil tragarse el cuento.¿Demasiado tropical para la personalidad del ciudadano común de estas latitudes? Lo cierto es que al comienzo se hacía soportable, pero a medida que avanzaba el número de frases de elogio, al individuo de la silla giratoria se le comenzaban a parar los pelos. ¿Para qué tanta cosa linda por turno y por obligación? Y el sufrido receptor trata de mantener una sonrisa escarchada en la cara sin dejar traslucir que está por ladrarle al próximo del círculo. Porque el jueguito se va pareciendo a una burla, y si alguien tiene baja autoestima, no creerá ni uno solo de los piropos, todos le parecerán insultos y lo único que deseará será salir corriendo de allí. De manera que se necesita aprender a recibir elogios sin tomarlo a mal y agradecerlos, sin rechazar al interlocutor. Es comprensible que pueda molestar si se nota demasiado que el halagador lo hace sólo por interés de conseguir algo del personaje que está adulando, sin embargo es una tarea por cumplir para la gente que no los tolera. Algo anda cojeando en su adaptabilidad social, como se notó en el seminario aquel, pues varios participantes estuvieron a punto de tirar la esponja en el momento que debería haber sido el más agradable.
Por mi parte me hago el propósito de aceptar elogios sin buscarle cuescos a la breva, aunque las mecánicas frases amables que usan funcionarios y vendedores me haga recordar que la suya es una lección aprendida y que no siempre alcanzan a recitar el texto completo. Pero no se puede negar que algo queda al escuchar tales palabras, algún calorcillo se prende por dentro y hasta el entorno menos amigable pierde sus aristas de agresividad.

Hace bastante tiempo que no entro en una comisaría, pero no me extrañaría escuchar al cabo de guardia – esa estatua impasible y muda – volver a la vida, mostrar los dientes en una sonrisa y decirle a la atribulada víctima que fue a estampar una denuncia por asalto: “Muchas gracias, dama, por preferir nuestra institución, estamos a su servicio.. Hágase cliente frecuente, tendrá grandes ventajas. Que tenga un buen dí.... No se enoje señora, usted sabe, yo solo obedezco órdenes”.

EL PAÑUELO NEGRO

Lorena Díaz Meza


El comisario miró el cuerpo, anotó lo que le había dicho uno de sus detectives y salió de la habitación. No había más pistas tras el primer peritaje; el arma no estaba en el lugar, y seguramente nunca la encontrarían, en la cama un hombre con dos heridas de bala, se encontraba de espalda, como tratando de cubrir el charco de sángre que había bajo su cuerpo, y en el suelo una mujer también herida de muerte, la que a pesar de las circunstancias, se notaba aun atractiva. No había testigos ni se escucharon los disparos la noche del crimen.
El comisario le dio el día libre a sus hombres; sería un caso difícil de esclarecer por falta de pruebas y la perfección del asesino. Además el comisario había amanecido con un insoportable dolor de cabeza y no tenía ganas de alimentar más a aquel mal fin de semana.
Fue la tarde anterior cuando salió de su casa, como muchas otras tardes —y noches—, argumentando a su esposa que lo llamaron por un caso urgente de resolver. Llegó hasta el bar, pero Lucía, por segunda vez lo dejó esperando. En esta oportunidad no creería en excusas. Antes que oscureciera llegó al hospital donde ella trabajaba; con la placa en mano era fácil saber de ella. Pero no estaba, no estaba ni llegaría, porque tampoco tendría turno por la noche.
Malhumorado decidió volver a casa y calmar la pasión con su mujer. Fue cuando estaba esperando que el semáforo diera el verde, que la vio. Era la mujer. Era ella en el auto de otro hombre. Los siguió hasta que el auto se perdió tras las huinchas de goma que hacían de cortina en el “Marín 014”. Perra, pensó. Definitivamente no volvería a estar con ella, ya no era el único, ya no tenía la exclusividad, ya no sería ella la que lo hiciera liberarse de las tensiones del trabajo y sacarse el letargo de su hogar de encima. Ya nunca más. Nunca más querría sentir aquel perfume ni mantenerle el gusto que ella tenía por carteras y zapatos. Y el pañuelo negro, ese pañuelo que ella usaba al cuello y con el que luego le pedía que la atara o amordazara para jugar a creer que lo hacían a la fuerza. Nunca más. Volvió a su casa y en vano quiso conciliar el sueño.
Aquel y todos los siguientes días, serían ‘un mal día’. Perra pensó, y se levantó para intentar calmar la ira y serenar ese sentimiento de traición que le hervía la sángre y que jamás había sentido junto a su mujer. Salió y volvió al amanecer. Con su uniforme siempre impecable, el arma bien puesta en su lugar y con aliento a alcohol.
Mientras dejaban el lugar del crímen, uno de sus hombres se acercó ansioso, con algo entre las manos.
— Jefe, encontramos huellas de un treinta y nueve aproximadamente, cinco disparos en total y un pañuelo negro atado a una de las muñecas de la mujer. Nada que nos ayude aún, pero acá los hombres propusieron que ellos pueden quedarse trabajando.
El comisario negó con la cabeza, él ya había dado una orden. Volvió a la habitación junto al detective y con la serenidad que le daba la costumbre de su trabajo, se acercó al cuerpo de la mujer desnuda, anotó un par de cosas en su libreta, frunció la nariz como tratando de oler alguna pista, y dio media vuelta. Perra pensó, mientras salía.

QUEBRANTADORES DE CONCIENCIA

Connie Tapia Monroy

Al pasar la barca, me dijo un barquero / qué niña tan linda, no tiene dinero / Un, dos, tres, Pedro, Juan y José / lima, limita, limón, rosa, clavel y botón / sale niña que vas a perder, uno, dos y tres.

Miraba desde la ventana con nostalgia como saltaban la cuerda niños de su misma edad. Clarisa no sabia qué era salir a jugar, ni siquiera cómo era un aula de colegio, todos los días se asomaba escondida detrás de las cortinas a observar. Jamás decía nada a sus padres, pero ese día al escuchar “al pasar la barca” se perdió su mirada entre la cuerda y los pequeños pies de aquellas criaturas saltando con tanta alegría, no pudo contener las lagrimas. “No eres igual a ellos” -le dijo su madre, mientras la tomaba del hombro y la llevaba en silencio a la sala de estudios para que tomara la lección del día: “Lee la página 131”.

-¿Estas?- -teclea Clarisa en el computador. - Si, no he podido dormir -responde su contacto. -Te he buscado estos días ¿dónde has estado?-. Me mandaron de urgencia a España-. -¿Por eso no te has conectado?-. Te dije que era como tú-, ¿aún no me crees?.- Mientras nuestros encuentros no sean como hologramas… aun tengo mis dudas-. -Linda, ya nos podremos ver… ya verás.

El estado del comunicador virtual de su contacto aparece como desconectado, Clarisa suspira pero no se desconecta. Abatida, sus brazos lacios quedan paralizados al costado del cuerpo.

“No quiero leer” -con un tono de disgusto cierra el libro con fuerza, lo comprime contra su pecho dando señal de que nadie se lo puede arrebatar. “Tú no eres como ellos Clarisa, entiéndelo” -a pesar de sus cortos cinco años, no lo entiende, mira a su madre con furia acumulada y exige desafiante más detalles. “Eres…” -silencio incomodo- “Tú eres un ser humano puro, ellos son tan solo hologramas, imágenes enviadas a través del ciberespacio” -dice al fin su madre abatida, mientras el brillo de sus ojos se desvanece en la oscuridad.

Ella no se despega del computador. Desea que Guido se conecte. Ha estado años buscándolo. Esta vez cree que lo ha conseguido, a sus veintiún años lo ha logrado.
-Hija, creo que ya es tiempo que sepas como ocurrieron los acontecimientos-. Clarisa bordea las rodillas con ambos brazos, sentada en el suelo frente a sus dos padres.

En el año 2010 las personas perdieron toda fe. Ellas ya no se tocaban, no se veían. No escucharse entre sí, fue la enfermedad que se generó dentro de un caos colectivo esperando el fin del mundo. Algunos creían que la tierra cambiaria la polaridad y con ella vendría una gran catástrofe universal. Al ver que su Dios cristiano no los salvaría de dicha desgracia, terminaron convirtiéndose en seres débiles y vulnerables. Los Raelianos con sus adelantos, tomaron una fuerza y poder hasta hoy incontrolable. Los pocos católicos que existieron en la última época fueron exiliados a Roma, el único lugar, y casi extinto, donde existen personas devotas a esta creencia. Los que se quedaron en Chile, casi todos creyeron fuertemente en la ingeniería genética y en los Raelianos, llegando a pensar que ellos eran los únicos seres perfectos como los Elohim y que deberían ser solo ellos los que se perpetuaran en el gobierno. Se obsesionaron por la clonación. Hasta que un día apareció Rupert Sheldrake con una máquina que cambiaría la historia de Chile y el mundo.

En la pantalla aparece una ventana de conectado, era Guido que había vuelto a la red. Ella sonríe. Se preguntaba si él era capaz de sentir la misma emoción cada vez que se encontraban a través de la pantalla.

La maquina de “Campos Morfogenéticos” la trajeron ellos justo en el momento en que las personas depositaron toda su confianza en la creación de clones y seres de otros planetas. Todos pensaron que al acabar el año 2010 la única forma de salvarse era aceptar dicha máquina. El primero de diciembre todos los chilenos se acercaron voluntariamente para ser escaneados y formar parte de la base de datos. Menos tus abuelos, Clarisa, ellos se escondieron junto a un grupo de personas que no querían ser parte de esta locura y bien que lo pensaron. Al tiempo, todos los que no habían ido ese día de diciembre fueron perseguidos, atrapados, torturados y mutilados, nadie supo más de ellos. Sin embargo, los Raelianos han escondido esta realidad a todos sus asquerosos clones. “No entiendo ¿qué hacía la máquina? ¿Qué tiene que ver con los hologramas que transitan por la ciudad cada día?” -preguntó con interés.

Al escanearse, tu cuerpo se vuelve no material, pudiendo manipular esa información mediante la resonancia mórfica y moldear el desarrollo y comportamiento de todos ellos. Se han vuelto máquinas sin sentimientos que son controladas por los altos mandos.

<> -sin despegar la mirada de la pantalla, ansiosa, espera ver alguna palabra desplegada. <>.

Esa tarde venía de conseguir un poco de comida en los suburbios de Santiago. Había sido tarea difícil, pero lo había conseguido con algunos hologramas que traficaban ese tipo de especies. En la ranura inferior de la puerta vio un reflejo. No era una luz normal dentro de la casa. Se quedó un rato esperando en las afueras y no logró aguantar su curiosidad. Se tiro al suelo para mirar por debajo de la puerta. Vio unos pies luminosos. Sintió unos disparos. Desconcertada, aterrada, se escondió bajo las escaleras. Esperó con los ojos llenos de lágrimas a que se fueran.

Abrió la casilla de correo. Ahí estaba la dirección de Guido. Se duchó, arregló, delineó sus ojos, se aplico lápiz labial. Estuvo varios minutos mirándose en un diminuto espejo. Sigilosamente subió las escaleras del sótano, salió sin que nadie la viera. Caminó hacia el metro. Logró escabullirse entre los hologramas que orbitaban los vagones. Se sentó en una esquina, sintió un hielo subir desde la punta de los dedos, se estremece, trata de perder la mirada en el oscuro túnel.

Esos horripilantes hologramas salían por montones desde la casa. Después de los disparos se había quedado inmóvil en un rincón temblando de la impresión. Pasaron varios segundos antes de atreverse a salir de ahí. Trago saliva y entró a la casa. Había sangre derramada por doquier, sesos pegados en la pared, cráneos quebrados, ojos abiertos, blancos. En la mano de su madre la fotografía ensangrentada de Clarisa. Tanto fue el impacto de la sombría escena que su mente sucumbió como una pesadilla devorada peor que un cáncer.

Sube las escaleras del metro, camina por las calles solitarias del devastado Santiago. Una ciudad llena de escombros, casas a medio reconstruir, tambores encendidos. Clarisa los mira, recuerda que esos tambores aparecieron como forma de mantener el equilibrio entre los vivos y los muertos, para mantener alejados las almas errantes de quienes fueron exterminados. Ella por un tiempo quemó dinero falso por sus padres fallecidos, se entristece, ya no lo hace.

Mira a su alrededor, quizás está en un barrio donde habitaban seres humanos puros. Así se lo explica ella, mientras camina insegura. Al menos eso pretende creer. Vacila en cada paso y los recuerdos se apoderan de su mente como película enferma. En unos pasos más estaría frente a la puerta de Guido. Su andar se vuelve lento, inseguro. Llega, ahí está. Duda, vacila.

Toca el timbre. Silencio. Pulsa nuevamente el botón. Se estremece. La puerta se abre pero nadie esta detrás de ella. La empuja, no ve a nadie. Moja sus labios, suspira, se arma de valor y entra. Queda perpleja. El piso de la habitación está inundado de cables negros, blancos, rojos y amarillos amontonados unos sobre otros. No sabe donde pisar, pero avanza entre ellos con escalofrío lúgubre. Al final del pasillo, hay trece computadores. Se aproxima. Escucha ruidos metálicos. Mira, busca. Ahí esta Guido. Se horroriza. Ahí esta con la tapa del cráneo abierta con electrodos incrustados, manos y pies con placas eléctricas. Era un obeso mórbido, asquerosamente repugnante, con los ojos blancos como si viajara en alguna onda paralela, botando espuma por la boca incesantemente como si quiera hablar, pero no le alcanzaba ni siquiera para balbucear. No era el único. Los aparatos restantes constaban con “usuarios” de similares características. Verdaderamente repulsivo. Clarisa se contiene para no vomitar. Ruido ensordecedor. Se tapa los oídos consternada. De pronto, inmensos y espeluznantes hologramas entran al departamento, toman fuertemente los brazos de Clarisa. Había llegado su turno de ser escaneada.






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PÁGINA FINAL DE REVISTA N° 2